La peli que cerró de raíz el prometedor ciclo de
coproducciones internacionales de Oshima. Especie de homenaje a Buñuel con
varios de sus colaboradores, ambientado en un París cosmopolita de
intelectuales y diplomáticos, “Max, mi amor” demuestra varias cosas. Primero,
que la relación amor-odio de Oshima con Japón tenía más de lo primero, porque
su única obra carente de elementos japoneses es también, y con diferencia, la
peor. Segundo, que su aptitud para la comedia ligera tiraba a lo mínimo. Tercero,
que la identidad autoral del nuevo Oshima como cantor del deseo prohibido fue
flacamente servida por una idea que parece fruto de una borrachera nocturna pero
siguió pareciendo buena a la mañana siguiente. ¿Charlotte Rampling haciéndose
arrumacos con un tipo disfrazado de mono? ¿Nadie pensó en que podían pasar 13
años hasta que se le dejara rodar de nuevo?
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