Dicen que Nagisa Oshima no tiene continuadores en el cine
japonés por insistir en tratar temas incómodos. En ese sentido, “Shiiku” es
ejemplar, pues propone una visión de Japón durante la II Guerra Mundial en la
cual el pueblo llano no solo no fue un cómplice inocente y manipulado de las
jerarquías, sino que vio en el conflicto una oportunidad para hacer aflorar
instintos rapaces y para dotar de coartada a crímenes que en la paz se habrían
quedado en proyectos inconfesables. Hay una incomodidad en el propio corazón de
la película: el aviador negro prisionero es tratado por el propio cineasta como
objeto, como metáfora de la otredad, y se desplaza la atención a los habitantes
de ese pueblo cuyo cacique luce unos significativos rapado proto-punki y
bigotín hitleriano. Unas ochenta veces mejor que “Feliz Navidad, Mr. Lawrence”.
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