Me cansa a veces el jidai geki porque me parece la vía fácil
del cine nipón para venderse en Occidente, ofreciendo un pintoresquismo
superficial ligero en mensaje. Por eso me extrañaba la existencia de un drama
de época de Oshima, rodado justo antes de su mejor época, sobre las revueltas
cristianas del siglo XVII. El fracaso de las revoluciones es un tema muy suyo,
pero su plasmación por alguien que decía detestar el cine clásico de su país
revela una extraña desgana, unos interminables planos secuencia como los de
“Noche y niebla…” pero sin movimientos de cámara, como si abriéramos una
ventana al pasado y diera igual que el protagonista hablara tras una columna.
Lo mejor tal vez sea el personaje del pintor obligado a pintar violencia y
crueldad y luego obsesionado por ella, que parece sacado de Ryunosuke
Akutagawa.
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