El daño que hace la fama: los comentaristas, defraudados
ante una peli de Oshima llamada “Los placeres de la carne” deploran de manera
unánime su ausencia de sexo explícito, pero no atinan en que, si bien no se
pueden expresar de modo cabal la laxitud y el hastío de ver satisfechas absolutamente todas las
apetencias gracias al dinero (aunque gran culpa tiene también el sosainas del
actor protagonista), también es cierto que teniendo porno no se hubiese
necesitado crear ese estilo elíptico y enigmático, ese juego con los encuadres
que hace de esta película una de las más satisfactorias de su autor como
estética y narrativa. El amor loco que pone en marcha el argumento (encapsulado
en el inolvidable plano de la novia iluminada corriendo por una pantalla oscura)
toma derroteros de cine negro y desemboca en un gran sarcasmo.
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