“Violencia a pleno sol” es una película bastante
imprevisible: pasa de ser una película de psicópatas con la policía en los
talones a una extraña parábola política sobre la relación entre sexo y poder en
una cooperativa agrícola que algunos relacionan con la China de Mao, para
finalizar como un extraño triángulo amoroso entre el asesino y sus dos mujeres
con unas ramificaciones psicológicas completamente ajenas a los tópicos que el
cine suele servirnos. Es un relato que desafía sinopsis y que ejemplifica de
maravilla el cine de autor según Oshima: denso, rico en ideas y difícil de
reducir a una explicación sencilla, aparte de abundar en elementos polémicos
presentados no al estilo chillón y sensacionalista de un Miike, sino sometidos
a una disciplina intelectual tal vez fría pero capaz de inspirar mil
sugerencias. Kei Sato, el protagonista, muy inquietante.
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