Yo ya estoy un poco cansado del juliovernismo que ve en los
autores de CF unos aprendices frustrados de Nostradamus, por no decir de
Rappel, que no supieron ver, oh vergüenza, ni Internet ni los teléfonos móviles
(de ahí que del canon verniano yo siempre reivindique “Héctor Servadac”. Veo un
poco difícil que algún día se generalice eso de subirse a un cometa y darse un
garbeo por el espacio como pasajeros). A mí a veces me gustaría que a la
ciencia ficción se la mirara un poco como se hace con la novela negra, es
decir, como espejo de las preocupaciones y obsesiones de un tiempo y una
sociedad.
De ahí que me fastidia la idea recibida que pesa sobre la
apreciación cabal de “Los amantes” de Philip J. Farmer, que se podría resumir
de la siguiente manera: “novela pionera en el tratamiento del sexo en la CF,
pero que hoy no escandalizaría a nadie”, dando por hecho, en una muestra de pensamiento
que yo denomino “rocanrolero”, que si uno trata determinados temas dentro de la
cultura popular, es necesario escandalizar o bien no tratarlos. Bien es verdad
que la descripción del acto sexual entre los protagonistas, si bien cautelosa y
rebuscadilla, se entiende bastante bien por lo que es, por un lado, y
despertará risitas condescendientes de quienes no han conocido tiempos poco
permisivos, por otro (una muestra: “Su mano se cerró suavemente sobre él, y
ella arqueó levemente la espalda, y de repente él estaba rodeado”).
Pero reducir la novela a esto, como parece hacer la portada
del “omnibus” del año 2008 en que la leí, es una gran injusticia. Sobre todo
porque Farmer, a partir del relato que fue prácticamente su debut profesional,
construye una novela que no tiene precio para quienes pensamos que la CF
clásica es un subgénero prácticamente paralelo a la novela negra a la hora de
construir una imagen mental de los tiempos en los que fue concebido. Y
sorprende que un autor no muy experimentado, con una habilidad literaria
limitada (al estilo del Kilgore Trout de Vonnegut, a quien, con el tiempo,
“suplantaría” en uno de sus libros), intentara siquiera estar a la altura de un
mosaico bastante abigarrado de temas incómodos. Es lo bueno de los subgéneros
“marginales”. Quizá un autor “serio” se lo hubiera pensado dos veces.
En las 250 páginas de “Los amantes” se dan cita, a vuelapluma:
la tiranía del fundamentalismo religioso (que, depende del lugar donde se viva,
puede ser una realidad bien cotidiana); la compartimentalización del saber y el
desprecio académico hacia los “no especialistas”; la insatisfacción sexual
dentro del matrimonio; la idea de la mujer extranjera (y en concreto francesa,
en clara alusión a las vivencias de los soldados estadounidenses en Europa
durante la II Guerra Mundial) como disruptora de la sexualidad represiva en la
que uno ha sido educado; el alcoholismo, y, en particular, el alcoholismo
femenino; el genocidio como base de la colonización humana, con un recuerdo
especial hacia los americanos nativos (los indios, para quienes desconozcan el
eufemismo); e incluso la diferencia biológica esencial entre hombres y mujeres,
más llamativa que nunca en los momentos de embarazo y parto, y que aquí
adquiere una forma metafórica especialmente repugnante.
Por haber hay incluso pullas semiencubiertas hacia el “fandom”
y el tipo de cultos que abrigó y fomentó: es difícil no ver en la religión
fundada por “Sigmen”, cuyos dogmas parecen salidos de una revista de CF de la “Golden
Age”, una alusión a la Dianética de L. Ron Hubbard, doctrina que precisamente
inició su andadura bajo los auspicios de John W. Campbell en la revista Astounding.
El hecho de ver en la CF el origen de un culto represivo podría leerse también
como una denuncia de los límites que los fans puristas imponen al desarrollo de
un subgénero, rechazando de manera violenta sus muestras más rompedoras.
Considerando que “Los amantes”, al menos en su versión corta, fue el
pistoletazo de salida de la carrera de Farmer, la ironía adquiere tintes
premonitorios: a los cinco años de su fallecimiento, excluido del canon de la
cultura popular por la imperdonable ofensa de no interesar a ningún productor
ni realizador cinematográfico, apenas se le recuerda en los círculos
parroquiales de su género como un rompedor de tabúes profesional reciclado con
el tiempo en un maestro del pastiche irreverente, lo que supone una aceptación
a regañadientes de las reglas del juego.
Pero merece la pena volver a “Los
amantes” por lo que supone de apuesta por una CF abierta a todas las realidades
de la vida y de psicoanálisis de la mente colectiva de los Estados Unidos
durante los años 50. El hecho de no escandalizar ya a nadie no implica una
falta de relevancia: abundan en el mundo un montón de realidades escandalosas
con las cuales se ha aprendido a vivir, y uno se pregunta por qué.
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