lunes, 12 de enero de 2015

De entre los hielos



En uno de sus libros, Anne Wiazemsky recuerda con cierto desdén a su ex compañero Jean-Luc Godard partiéndose de risa viendo una película de Louis de Funès en la televisión. Michel Houellebecq llegó a decir que la gran antesala del mayo del 68, en lo que tenía de burla a los valores tradicionales de Francia y a la burguesía conservadora, fue el estreno de “El gendarme de Saint Tropez” en 1968. El propio cómico citaba a Roman Polanski entre sus directores favoritos y se declaraba dispuesto a trabajar a sus órdenes.

Esa energía subversiva a menudo se conformaba con explotar en los momentos culminantes de farsas muy tradicionales, cuando el protagonista, incapaz de controlar la situación, perdía el control y se entregaba a una hiperactividad y una glosolalia que rompían los pactos del lenguaje y el comportamiento tanto como pudieran hacerlo las palabrotas o los actos de violencia. Louis de Funès no habría desentonado en “Weekend” de Godard, y no es descabellado suponer que los autores de la reciente “La chica del 14 de julio” lo tenían más o menos conscientemente en cuenta al imaginar a su doctor Placenta.

Aunque su filmografía se compone en gran medida de lo que se suele llamar injustamente “placeres culpables”, hubo momentos de clarividencia en los que sus colaboradores entendieron el juego que Louis podía dar en un marco de humor absurdo. Así sucedía en uno de sus mejores títulos, “Caídos sobre un árbol”, mientras que en otros, como “Hibernatus”, el tejido de la ficción lucha por acomodarse a una idea brillante que superaba el marco que se le destinaba.

El concepto de un joven y seductor antepasado rescatado de los hielos polares donde hibernaba y mantenido en un falso ambiente decimonónico para evitarle el choque del mundo moderno parece adelantarse a ficciones posteriores como “Underground” o “Goodbye, Lenin” y casi habría servido, en otras manos, para construir un festival de dirección artística “retro”, tipismo humano pintoresco y chistes vertiginosos a lo Jeunet, o bien para reflexionar melancólicamente sobre el paso del tiempo alrededor de la figura del extranjero en su propia época, en una especie de revisión de “Los pasajeros del tiempo” al estilo Luchino Visconti.

Tratándose de una película de Louis de Funès, vemos empujado al protagonismo un rol secundario, el del marido de la nieta del retornado, burgués oportunista y sin escrúpulos que ve amenazados todos sus planes de prosperidad e intriga de manera inofensiva para evitar que el descongelado le quite la novia a su propio hijo y le fastidie su alianza con una familia de riqueza y abolengo. El hecho de que el abuelo confunda a su nieta con su madre y que la figura paterna haya sido desterrada del hogar convierte al marido en un pretendiente al que se viste de ridículo petimetre bigotudo, en una amable parodia de la “belle époque”, hasta que Louis no puede más y expone al ancestro crudamente a los nuevos tiempos… frente a una pantalla de televisión. El hecho de que los nuevos tiempos, en 1969, vengan simbolizados por el Concorde y no por la guerra de Vietnam dice mucho sobre la voluntad inocua de los cineastas, que se conforman con hacer vencer la inocencia amorosa del antepasado por encima de la codicia ridícula del hombre contemporáneo, en un arranque de nostalgia nada casual en momentos tan turbulentos.

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