miércoles, 14 de enero de 2015

El otro buque maldito



La idea de una película basada en una atracción de parque temático nunca me resultó especialmente extraña, toda vez que responde a la naturaleza misma del hecho fílmico, dedicado a mostrar y exhibir aquello que los espectadores deseen contemplar a cambio de una entrada: ahí, los dramas de Strindberg y las acrobacias de Pinito del Oro están igualadas, le pese a quien le pese. 


En el caso de “Pirates of the Caribbean”, de Disneyworld, cuyas tétricas fotografías en una colección de cromos solían provocarme agradables escalofríos (es evidente que a la mayoría de niños les gusta lo macabro), podríamos incluso decir que la labor creativa fue opuesta al orden lógico: se supone que la dirección artística y la ambientación son el adorno de la tarta y que están ahí para “vestir” la historia, mientras que aquí ya se tenía el ambiente, el tono y la iconografía y lo último en aparecer fueron la historia y los personajes. El invento funcionó, pero solo una vez: intentos clónicos como “La mansión encantada” con Eddie Murphy, se olvidaron según se estrenaban, y ni siquiera Jerry Bruckheimer pudo repetir el pleno, como atestiguan tristes errores del calibre de “Príncipe de Persia” o “El aprendiz de brujo”. Y sin embargo todavía espero sentado que alguien le reconozca inventiva visual y sentido narrativo al pobre Gore Verbinski. Será el precio del éxito.


Da un poco de vértigo constatar lo lento que pasa el tiempo en la arena circense del blockbuster: “Piratas del Caribe” se considera ya una saga venerable, cuando apenas han pasado 12 años desde su primera entrega. En otros ámbitos artísticos, léase la música dicha “seria”, hablar de 1983 es hablar de ayer mismo por la mañana. De la misma manera, el desgaste de las franquicias es notable, y propicia fenómenos análogos a los de la música rock, en los cuales solo se reconocerá valor al primer disco grabado en un sello independiente, y se renegará en público de los éxitos mayoritarios posteriores, a pesar de que muestren mayor profundidad o desarrollo en el estilo. Pocas cosas hay menos “cool” para cierto tipo de público que una segunda o tercera entrega, y habrá siempre quienes se aferren al primer episodio de la franquicia, como si no hubiese sido concebido desde un principio como una fórmula para ser explotada. 


Lo que me ha intrigado todos estos años es si el obvio amaneramiento del capitán Jack Sparrow, presente sin tregua por debajo de su humor infantil, sostendría una lectura malvada en la cual el pirata dudase entre Will Turner y Elizabeth como posibles objetos de deseo. Es el tipo de trama que nunca veremos en una producción de gran presupuesto, supongo.

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