La idea de una película basada en una atracción de parque
temático nunca me resultó especialmente extraña, toda vez que responde a la
naturaleza misma del hecho fílmico, dedicado a mostrar y exhibir aquello que
los espectadores deseen contemplar a cambio de una entrada: ahí, los dramas de
Strindberg y las acrobacias de Pinito del Oro están igualadas, le pese a quien
le pese.
En el caso de “Pirates of the Caribbean”, de Disneyworld,
cuyas tétricas fotografías en una colección de cromos solían provocarme agradables
escalofríos (es evidente que a la mayoría de niños les gusta lo macabro),
podríamos incluso decir que la labor creativa fue opuesta al orden lógico: se
supone que la dirección artística y la ambientación son el adorno de la tarta y
que están ahí para “vestir” la historia, mientras que aquí ya se tenía el
ambiente, el tono y la iconografía y lo último en aparecer fueron la historia y
los personajes. El invento funcionó, pero solo una vez: intentos clónicos como
“La mansión encantada” con Eddie Murphy, se olvidaron según se estrenaban, y ni
siquiera Jerry Bruckheimer pudo repetir el pleno, como atestiguan tristes
errores del calibre de “Príncipe de Persia” o “El aprendiz de brujo”. Y sin
embargo todavía espero sentado que alguien le reconozca inventiva visual y
sentido narrativo al pobre Gore Verbinski. Será el precio del éxito.
Da un poco de vértigo constatar lo lento que pasa el tiempo
en la arena circense del blockbuster: “Piratas del Caribe” se considera ya una
saga venerable, cuando apenas han pasado 12 años desde su primera entrega. En
otros ámbitos artísticos, léase la música dicha “seria”, hablar de 1983 es
hablar de ayer mismo por la mañana. De la misma manera, el desgaste de las
franquicias es notable, y propicia fenómenos análogos a los de la música rock,
en los cuales solo se reconocerá valor al primer disco grabado en un sello
independiente, y se renegará en público de los éxitos mayoritarios posteriores,
a pesar de que muestren mayor profundidad o desarrollo en el estilo. Pocas
cosas hay menos “cool” para cierto tipo de público que una segunda o tercera
entrega, y habrá siempre quienes se aferren al primer episodio de la
franquicia, como si no hubiese sido concebido desde un principio como una
fórmula para ser explotada.
Lo que me ha intrigado todos estos años es si el obvio
amaneramiento del capitán Jack Sparrow, presente sin tregua por debajo de su
humor infantil, sostendría una lectura malvada en la cual el pirata dudase
entre Will Turner y Elizabeth como posibles objetos de deseo. Es el tipo de
trama que nunca veremos en una producción de gran presupuesto, supongo.
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