sábado, 28 de marzo de 2015

XII Muestra SyFy, capítulo II: Ruidos tras las paredes


Da un poco de vértigo saberse lo suficientemente mayor para haber visto en festivales del género un par de películas de un tipo neozelandés semidesconocido llamado Peter Jackson, tituladas “Meet the Feebles” y “Brain dead”. Desde entonces, parece que este archipiélago de Oceanía se ha convertido en una pequeña meca del cine fantástico, terror y gore, supongo que porque papá Peter ha demostrado la viabilidad de los subgéneros frikis como manera de consolidar una carrera que puede llevar a lo más alto (aunque, según a quién preguntes, también a lo más bajo).


Por eso supongo que veo “Housebound”, recibida por parte del público de la Muestra con un desprecio un tanto exagerado si consideramos que se trata de una ópera prima, con una mezcla de simpatía y desconfianza. El mito de la película de género voluntariosa y entusiasta, que intenta hacer virtudes de sus defectos, se desmorona un poco si pensamos que en el fondo es una tarjeta de visita para presentar a productores de blockbusters y convencerles de que si conseguimos hacer una película que mínimamente se veía y tenía cierto atractivo comercial con cuatro duros, será improbable que nos salgamos del presupuesto inicial si se nos quieren confiar más medios. La ética del cine B como estilo de vida cutre pero honrado está a punto de pasar a la historia: pocos cineastas van ya a Sundance sin el sueño de alternar con starlets en bikini en una piscina de Beverly Hills.


El punto de partida de “Housebound” recuerda demasiado al de “Disturbia”, con Shia LaBeouf (un joven problemático, sentenciado a arresto domiciliario, se ve envuelto en problemas que harían necesaria su salida de casa) como para hacer olvidar que trata de hacerse un hueco entre las comedias juveniles de Hollywood. En este caso, se trata de jugar una carta de gamberrismo un tanto atenuada: se da la vuelta a la tortilla cambiando de sexo al protagonista y tratando de subvertir los valores de género habituales, con algunos gags de cierto mal gusto no tan agradecidos ahora que en Hollywood el mal gusto también se ha vuelto mainstream. No recuerdo ahora mismo muchos empleos narrativos del chorro de orina de una chica en el baño (interminable pero interrumpido cada cierto tiempo para cerciorarse de que los extraños ruidos de la casa están presentes), pero, en pleno reinado de Judd Apatow y compañía, tampoco me parece que abra nuevos caminos en el humor.


Lo triste no es, como dicen algunos, que se venda una película de fantasmas y se termine dando otra cosa (nadie le pone tantos reparos a “Agárrame esos fantasmas” de Jackson, que hace algo similar), sino que el ritmo, supuesta baza invencible del cine de bajo presupuesto frente a la pesadez de películas que tratan de exhibir sus grandes medios en cada fotograma, renquea y avanza a parones como el ya mecionado chorro del personaje de Kylie. Por fortuna, el desenlace sí sabe utilizar sus bazas humorísticas al parodiar con fortuna la convención de los utensilios domésticos como armas homicidas en el gore (con mención especial para el rallador de pan), pero quizá sea demasiado tarde para el público de hoy, acostumbrado a cerrar la pantalla del ordenador si no ha habido una escena potente en los primeros 10 minutos (y luego dicen que el TDAH no existe, cuando precisamente la cultura internetera y movilera lo fomenta). 


Nuestro amigo Dani, al mencionársele que el director Gerard Johnstone querría ser otro Peter Jackson, observó con agudeza que aquí ya hacía aparecer a su propio hobbit. Pero no digo más, que sería spoiler.


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