Da un poco de vértigo saberse lo suficientemente mayor para
haber visto en festivales del género un par de películas de un tipo neozelandés
semidesconocido llamado Peter Jackson, tituladas “Meet the Feebles” y “Brain
dead”. Desde entonces, parece que este archipiélago de Oceanía se ha convertido
en una pequeña meca del cine fantástico, terror y gore, supongo que porque papá
Peter ha demostrado la viabilidad de los subgéneros frikis como manera de
consolidar una carrera que puede llevar a lo más alto (aunque, según a quién
preguntes, también a lo más bajo).
Por eso supongo que veo “Housebound”, recibida por parte del
público de la Muestra con un desprecio un tanto exagerado si consideramos que
se trata de una ópera prima, con una mezcla de simpatía y desconfianza. El mito
de la película de género voluntariosa y entusiasta, que intenta hacer virtudes
de sus defectos, se desmorona un poco si pensamos que en el fondo es una
tarjeta de visita para presentar a productores de blockbusters y convencerles
de que si conseguimos hacer una película que mínimamente se veía y tenía
cierto atractivo comercial con cuatro duros, será improbable que nos salgamos
del presupuesto inicial si se nos quieren confiar más medios. La ética del cine
B como estilo de vida cutre pero honrado está a punto de pasar a la historia:
pocos cineastas van ya a Sundance sin el sueño de alternar con starlets en
bikini en una piscina de Beverly Hills.
El punto de partida de “Housebound” recuerda demasiado al de
“Disturbia”, con Shia LaBeouf (un joven problemático, sentenciado a arresto
domiciliario, se ve envuelto en problemas que harían necesaria su salida de
casa) como para hacer olvidar que trata de hacerse un hueco entre las comedias
juveniles de Hollywood. En este caso, se trata de jugar una carta de
gamberrismo un tanto atenuada: se da la vuelta a la tortilla cambiando de sexo
al protagonista y tratando de subvertir los valores de género habituales, con
algunos gags de cierto mal gusto no tan agradecidos ahora que en Hollywood el
mal gusto también se ha vuelto mainstream. No recuerdo ahora mismo muchos
empleos narrativos del chorro de orina de una chica en el baño (interminable
pero interrumpido cada cierto tiempo para cerciorarse de que los extraños
ruidos de la casa están presentes), pero, en pleno reinado de Judd Apatow y
compañía, tampoco me parece que abra nuevos caminos en el humor.
Lo triste no es, como dicen algunos, que se venda una
película de fantasmas y se termine dando otra cosa (nadie le pone tantos
reparos a “Agárrame esos fantasmas” de Jackson, que hace algo similar), sino
que el ritmo, supuesta baza invencible del cine de bajo presupuesto frente a la
pesadez de películas que tratan de exhibir sus grandes medios en cada
fotograma, renquea y avanza a parones como el ya mecionado chorro del personaje
de Kylie. Por fortuna, el desenlace sí sabe utilizar sus bazas humorísticas al
parodiar con fortuna la convención de los utensilios domésticos como armas
homicidas en el gore (con mención especial para el rallador de pan), pero quizá
sea demasiado tarde para el público de hoy, acostumbrado a cerrar la pantalla
del ordenador si no ha habido una escena potente en los primeros 10 minutos (y
luego dicen que el TDAH no existe, cuando precisamente la cultura internetera y
movilera lo fomenta).
Nuestro amigo Dani, al mencionársele que el director Gerard
Johnstone querría ser otro Peter Jackson, observó con agudeza que aquí ya hacía
aparecer a su propio hobbit. Pero no digo más, que sería spoiler.
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