Lo malo de hacer una película de CF con vocación de
blockbuster es que el repertorio de argumentos tiende a ser limitado y se
confía mucho en la combinatoria. Por otro lado, lo malo de hacer tu entrada en
la gran industria con una película considerada original y rompedora es que te
arriesgas a repetir la fórmula y dar a entender que tu debut no era tan
original como parecía.
“Chappie” recicla sin demasiados complejos elementos de
“Cortocircuito” (aquel émulo robótico de E.T. que era educado en familia) dentro
de un marco muy similar a “Robocop” (una fuerza policial compuesta de
androides, con uno en concreto dedicado a la artillería pesada que aparece aquí
muy modificado pero reconocible). Querer macarrizar el primer elemento,
haciendo que la formación corra a cargo de una pareja de maleantes necesitados
de dinero rápido, supone un toque de originalidad muy superficial (más original
es utilizar a dos raperos muy populares en Sudáfrica, Ninja y Yo-Landi,
haciendo de sí mismos, para ironizar sobre la mala influencia de los medios de
masas) , mientras que en el segundo referente se pierde la acidez de la
referencia de Verhoeven al poner los intereses corporativos en manos de dos personajes
tan poco interesantes como los que les caen en suerte a Hugh Jackman y
Sigourney Weaver.
Esta y otras debilidades del guión (nunca me queda claro,
por ejemplo, por qué Dev Patel deja su creación en manos de los maleantes y no
acude en busca de ninguna ayuda, a no ser porque de esa manera la historia que
se quiere contar no sucedería) dejan un poco las costuras al descubierto: la
historia debe ser un pretexto para hacer una entretenida peli de acción con
buen ritmo, insertando buenas animaciones CGI bien conjuntadas con la imagen
real (hago memoria sin Google: ¿no hizo Blomkamp su primer renombre con un
anuncio de un robot futbolista o algo así?), dando un cierto toque marginal y
reivindicativo y jugando de pasada con una serie de grandes temas por fuerza
tratados de forma epidérmica (todavía espero en cine un equivalente del
satírico bildungsroman cibernético que fue el díptico “Roderick” de John
Sladek).
La facilidad con que Chappie capta el holograma de la
consciencia de una persona, para transplantarla de una memoria orgánica a otra
de sílice, es un elemento gratuito en el tipo de relato en el que estamos, pero
es sintomático de la película como producto: la estructura mecánica de la
acción y los efectos especiales recibe almas prestadas sin verdadera entidad,
pero al menos funciona con soltura. Otra cosa es que la odisea del robot
marginado en los bidonvilles de Soweto (perennes con o sin apartheid) recuerde
tanto, en lo general si no en lo particular, a la del policía hibridizado con
alienígena de “District 9”.
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