lunes, 25 de diciembre de 2017

505: Trilogía de "La Ciudad Bien Construida" de Jeffrey Ford


Puede suceder que la crónica de tus lecturas sea una historia en sí misma, con sus propias expectativas, desarrollos, decepciones, sorpresas y finales inesperados, con sus propios clímax y anticlímax, con sus momentos de plenitud a mitad de camino, o en recovecos del sendero, o sus llanuras de placidez después del fogonazo que nos dejó medio ciegos o sordos a mitad del volumen.

Una de estas sagas ha sido para mí la revisión de la novela de Jeffrey Ford “La Fisiognomía”, de 1997, y su continuación en otras dos novelas posteriores, “Memoranda” y “El Más Allá”, formando lo que hoy por hoy suele llamarse la “Trilogía de la Ciudad Bien Construida”.

Leí “La Fisiognomía” allá por 2006, y me produjo un impacto considerable, así como un replanteamiento de lo que esa entidad nebulosa llamada “novela de fantasía” era capaz de conseguir. En un estilo tan claro y elegante y lleno de una belleza en giros y vocabulario que nunca parece rebuscada o artificial (o bien que sabe ajustarse a la voz narrativa en primera persona de un personaje que hace gala irónica de su superioridad), se nos sirve en menos de 300 páginas un relato rico en sugerencias y escenarios, a medio camino entre el pastiche de ambientación decimonónica o incluso anterior (el medio de transporte más sofisticado que emplean los personajes parece ser el carruaje) y una visión distópica, más contemporánea, en la que fantasmas incorpóreos como el de la drogadicción o la férrea estratificación social (fundamentada en seudociencias del estilo de la “antropología criminal” de Lombroso, que podía convertir a alguien en un posible criminal solo basándose en su aspecto físico) conviven con criaturas de un imaginario monstruoso surgidas de la cocina de un “mad doctor” o de una guía turística de los círculos infernales.

Unamos a esto la voluntad de aplicar un cierto moralismo visionario al estilo de los cuentos de Nathaniel Hawthorne (no solo el mil veces antologizado “El Joven Goodman Brown”, sino otros como “Feathertop”, o el poco conocido “El velo negro del pastor”, del que Ford extrae una imagen esencial para su novela), una sensibilidad terrorífica más explícita, el tema, tan presente en la literatura estadounidense desde las novelas góticas de Charles Brockden Brown, de la naturaleza salvaje como contrapunto numinoso de una civilización frágil e imperfecta, con tanto de paraíso como de infierno, así como un protagonista que va humanizándose desde un inicio desdeñoso y altivo a fuerza de tribulaciones, juntemos todo esto y agitemos bien y no extrañará que la novela obtuviera el World Fantasy de 1998, aunque sí sorprenderá el relativo olvido en el que vive, en comparación con otras obras muy inferiores que no mencionaremos y que son objeto de una reedición tras otra.

La novela, aunque está contada con seriedad, tampoco es un tratado sesudo, posee humor y posee marcados componentes pulp que agradarán a unos y estropearán el efecto para otros: Drachton Below, el creador de la maravillosa Ciudad Bien Construida, ejemplo preclaro de triunfo del ingenio humano sobre una naturaleza amenazadora poblada nada menos que por demonios con cuernos y rabo, entre otras criaturas, no deja de ser un sabio loco de manual, que además de constituirse en “Gran Hermano” de una sociedad donde el estudio de la supuesta correspondencia entre rasgos físicos y personalidad o inteligencia se ha erigido en ley ejecutable, se entretiene en sus ratos libres creando en su mesa de operaciones híbridos entre humano y lobo o animando a base de mecanismos de relojería cadáveres que luego hace luchar entre sí en torneos.

Podríamos decir que estamos en el territorio “New Weird” de escritores como China Miéville, con la diferencia de que Ford parece controlar más su material, se preocupa mucho de la caracterización de su protagonista, e intenta evitar caer en lo que los anglosajones llaman el romp, a saber, una especie de divertimento rápido que quizá juega con ingredientes serios pero está hecho para entretener más que para hacer reflexionar. A Ford parece haberle perjudicado un poco el uso, para definir esta novela y las dos que la siguieron, del vocablo “alegoría”, que para más de uno reviste carácter de palabrota y que se suele aplicar muy a la ligera. Una cosa es el simbolismo, en el que personajes y elementos pueden entenderse como metáforas abiertas a la interpretación, y otra la alegoría, donde los personajes claramente representan virtudes o instituciones hechas carne, y existe una interpretación correcta, a menudo moralizante. Uno puede pensar que Ford habla de la colonización de los Estados Unidos, de la “experiencia americana” en general (impresión reforzada por el rol de los nativos en el tercer volumen de la saga), pero me cuesta ver esto como una interpretación excluyente, que anule otras sugerencias. Las alegorías vienen con una correspondencia unívoca entre números y letras.

Algún comentarista afirma que la figura principal, el Fisiognomista Cley, va perdiendo interés a medida que se enamora, sufre, deja la droga mediante la cual Below controla a sus adláteres (y que se denomina, de un modo simpático, “belleza”) y decide rebelarse contra su sistema de valores, haciendo más convencional una trama que podía haber sido imprevisible. No obstante, es en parte esta evolución psicológica la que consigue que la novela vaya más allá de un universo creado en todos sus detalles (prueba de ello es que los detalles están ahí, pero no se deja que su descripción ocupe decenas de páginas) y sepa anclarse en lo que quiere contar en lugar de disparar en todas direcciones (algo de lo que Miéville, por ejemplo, es culpable en más de una ocasión).

Episodios como el de la isla donde Cley es condenado a trabajos forzados, bajo la vigilancia de los guardianes del día y de la noche, tan parecidos como para poder tratarse de una misma persona, mientras lee, rememora o vive (nunca llega a estar muy claro) el diario de una expedición al Más Allá, esa tierra inexplorada, llena de maravillas y peligros, que rodea la ciudad artificial de Below, tienen todo el sabor de la vieja literatura de aventuras, pero también una cualidad surreal y extraña, que actualiza los viejos modelos sin renegar de ellos.

En fin, podría continuar con las razones que en su momento hicieron que este libro fuera importante para mí, pero creo haber expuesto ya lo suficiente. El retorno a él 11 años después, para valorar en su contexto las dos continuaciones, fue un tanto agridulce, no necesariamente por pensar que me equivoqué en mi valoración entusiasta de entonces, sino tal vez por mi desencanto en los años intermedios, que han amenazado con convencerme de que la exuberancia imaginativa no es un valor artístico tan fundamental como siempre había pensado. En un momento en que el ideal parece ser el minimalismo expresivo, en que la concentración de muchos elementos, incluso conceptuales, es vista como un defecto y no como una virtud, en que todo el mundo tiene muy claro cómo tiene que ser lo que va a leer o ver antes de leerlo o verlo, en que parece que no puede haber término medio entre realismo descriptivo y surrealismo desenfrenado, entre tradición y experimentación, uno se encuentra con que la figura de Jeffrey Ford ocupa un segundo o tercer plano, que los comentarios de los internautas en webs como “Goodreads” perdonan la vida displicentemente a la novela que lo lanzó a la fama, que parece estar descatalogada y solo disponible de segunda mano en la mayoría de los Amazon.

Increíblemente, hay quienes se sienten defraudados por el hecho de que la premisa no sea desarrollada a lo largo de 600 páginas, quejándose de que la acción sea “demasiado rápida”, mientras que otros, quizá detractores de todo el enfoque simbolista en la narrativa, son incapaces de ver una conexión lógica entre los distintos capítulos, y otros basan su rechazo en interpretaciones peregrinas (como que Ford ve “la ciencia y la tecnología como el origen de todos los males”). Cómo no, hay quienes se aburren (cuando se trata de un escritor con un pulso narrativo férreo) y quienes lo consideran frío y distante (supongo que por utilizar alguna palabra “rara” de vez en cuando). La supuesta democratización de las opiniones lo que hace es crear una espesura impenetrable en la que se vuelve cada vez más imposible discriminar lo que es bueno y lo que es menos bueno en todo lo que ha dejado de ser objetivo de los medios. Más de uno habrá perdido el interés por novelas como “La Fisiognomía” dependiendo del comentario que haya leído primero, y uno tiene la impresión de que una creación artística original lo tiene ahora más difícil que en otras épocas para permanecer, debido al estrépito de las voces sin filtrar que siempre van a intentar minimizar logros que no estaban de acuerdo con sus expectativas, o simplemente entran a divertirse expresando negatividad de forma gratuita hacia un blanco que no les va a partir la cara, y que, más informadas o menos, con menor o mayor razón, a buen seguro van a superar en volumen la propia extensión de tu libro. La idea de que una novela como “La Fisiognomía”  pueda haber caído en una especie de limbo, ahogado por el gallinero, y de que alguien como Jeffrey Ford no haya subido como la espuma en los años sucesivos, descorazona un poco a quienes creíamos en un cierto tipo de literatura demasiado entretenida para ser prestigiosa y demasiado seria para ser considerada simple entretenimiento.

Y sin embargo, la lectura del segundo volumen, “Memoranda”, me dio la respuesta: disfruta de lo que leas sin preocuparte de que los demás lo consideren o no bueno. Lo cierto es que el comienzo no era muy prometedor: el villano del primer volumen, a quien se daba por muerto, aparece en el pueblo creado por Cley y los fugitivos de la Ciudad Bien Construida y sume a sus habitantes en una enfermedad del sueño, lo que obliga a Cley a viajar en busca de una cura. Aproximadamente el primer tercio del libro consiste en un viaje que recicla algunos de los elementos de la novela anterior (salvo que se presenta la figura del demonio humanizado Misrix, el otro gran protagonista de la trilogía), y no pude evitar la impresión de que el barroquismo y la variedad de situaciones del primer volumen no iban a repetirse (lo cual es del todo cierto, las continuaciones van por otro lado), pero la espera merece la pena cuando se entra en la trama principal: la peripecia de Cley dentro de la memoria de un Below catatónico, mundo virtual en el que, siguiendo el Arte de la Memoria renacentista, cada persona y elemento ha sido creado para representar y sustituir un recuerdo que será evocado al interactuar con él.

Ese microcosmos de personajes un tanto grotescos (aunque no falta, como en la novela anterior, un personaje femenino que se convertirá en el interés amoroso de Cley), acechados por amenazas sobrenaturales aún más grotescas y surreales, mientras el mundo que los rodea se va desmenuzando en sintonía con la enfermedad del hombre en cuya mente se desarrolla todo, tiene la virtud, en contraste con la novela anterior, de una menor dispersión, un aroma más decadente y europeo, que me mantuvo pegado a las páginas con mayor intensidad de lo que ha sido frecuente en un servidor los últimos meses. La manera en que se dramatiza la melancolía del deseo y se relaciona el amor con la adicción dota de un contrapunto reflexivo a la peripecia de fantasía, horror y aventuras, desarrollada sobre el telón de fondo técnicamente infinito del interior de la mente de un supuesto genio del mal, pero sin que se permita que el número y volumen de invenciones extrañas sumerjan la trama. Palabra por palabra, frase a frase y párrafo a párrafo, Ford tiene un oficio de narrador que muchos escritores de más éxito y reconocimiento ya querrían, la fuerza narrativa nunca decae y su manejo de la fantasía y el absurdo son envidiables, pero, visto lo visto, no me extrañaría nada que en múltiples rincones de Internet se considerase “Memoranda” como una gran mediocridad indigna de que se pierda el tiempo con ella.

No obstante, para mí se ha tratado del libro que más me ha atrapado en mucho tiempo, que me ha devuelto recuerdos de la época de mi vida en la que leer era lo más importante e incluso me ha animado a retomar mis compras bibliográficas y activar mis aficiones literarias en oposición a la gran pérdida de tiempo que supone una Red tan adictiva como insustancial. Me da igual que “Memoranda” pueda ser considerada o no como una gran obra (aunque desde luego da unas cuantas vueltas a sagas de fantasía que gustan a todo el mundo), me da igual si me quedo solo en mi valoración positiva de ella. Hay una mezcla de desmadre imaginativo y disciplina narrativa, una relativa economía de medios en lo que bien podría haberse prestado a un “todo vale”, una sensibilidad contemporánea expresada con herramientas del pasado, que me han reconciliado con la literatura entendida como medio de comunicación y entretenimiento, y me han recordado algo que parecía tener un poco olvidado: que bastan un cuentacuentos talentoso y un oyente fascinado para que la vida merezca la pena. Digan lo que digan en las redes.

Tras esta epifanía personal, puede parecer que la tercera parte de la trilogía, “El Más Allá”, haga descender el nivel, y que, pese a los intentos, no se haya logrado armar un argumento del todo coherente con los tres libros, y que solo la presencia de Cley y Misrix y la evocación de lugares y peripecias anteriores unifique de cierta manera lo que en el fondo son tres novelas bastante distintas. Puede argumentarse que hay cierta lógica en sus diferencias: el primer libro es la civilización, compleja y populosa; el segundo, más intimista, es la memoria de una sola persona; el tercero, en cambio, sería el retrato de esa naturaleza que los humanos han pretendido dominar, de ahí que ningún intento de trama logra dominar el episódico conjunto.

“El Más Allá”, única de las tres novelas de la trilogía que permanece inédita en España (con buen criterio, Jeffrey Ford fue una de las últimas grandes apuestas de Porrúa en Minotauro) es la crónica del viaje de Cley al mundo salvaje en busca de perdón y redención para su pasado turbio como fisiognomista, en paralelo con los intentos del demonio Misrix por ser aceptado como humano por los colonos del pueblo de Wenau, fundado por los supervivientes de la Ciudad Bien Construida. En realidad, ambos separaron sus caminos al inicio del viaje, con lo cual lo que nosotros leemos es el relato, escrito por Misrix bajo la influencia de la “belleza”, de lo que pudo ser el viaje de Cley, con lo cual no es descabellado afirmar que todo ello bien podría ser una invención o la satisfacción vicaria de un deseo.

No necesito acudir a comentarios de Internet para imaginar que muchos habrán encontrado tediosa esta novela. La peripecia recuerda bastante al subgénero sobre tramperos supervivientes de la narrativa “western”, con su lucha denodada por sobrevivir en el invierno y sus encuentros con las tribus nativas que no quieren ver su territorio usurpado por los blancos. Cley ya no se impone como personaje: no solo han desparecido su maldad y su presunción e incluso su voz (la tercera persona reemplaza aquí la primera de los primeros dos tomos), sino que ni siquiera vuelve a recurrir a sus habilidades quirúrgicas que buscaban aplicar la Fisiognomía retroactivamente, es decir, alterando la apariencia para así alterar el espíritu. La naturaleza no se puede alterar, de ahí que Cley sea aquí una figura tirando a pasiva, incapaz de imponer una forma a los acontecimientos.

La escritura y narrativa son sólidas y mantienen la atención, aunque se echa de menos el nivel de imaginación de los dos libros anteriores. El tema de la resurrección del mundo salvaje, para la cual Cley será un instrumento sin saberlo, carece de la fuerza necesaria al no haberse insistido lo suficiente, pese a poblar el continente con fauna y flora surreales, en tropos al estilo “tierra moribunda”: un continente sin colonizar no puede haber sido herido o dañado por la presencia humana. En realidad son los humanos los que necesitan morir y resucitar, un concepto presente en la novela pero al que se dedica menos espacio que a homenajear a autores como Fenimore Cooper.

El trayecto vital de Cley pasa por renunciar a sus sueños grandiosos de redención personal y convertirse en un responsable padre de familia. O quizá una conclusión tan normal, tan poco épica, sea el deseo sublimado del demonio Misrix, a quien los habitantes del poblado acusan de asesinar al ex fisiognomista. Encuentro mayor interés en los fragmentos en cursiva que detallan la peripecia del aprendiz de humano y único remanente de las experiencias del demiurgo Below. La interrogación sobre lo que significa ser humano no es una de las búsquedas filosóficas más inusuales de la literatura fantástica, pero resuena de manera especial en un libro que trata sobre el lugar de ese mismo ser humano en oposición a una naturaleza hostil, tratando de finalizar en una nota agridulce y de preguntar al lector si el alto precio a pagar realmente merece la pena.

En resumidas cuentas, dejando a un lado su papel en devolverme una pasión lectora que estaba un poco en animación suspendida, he encontrado la trilogía un tanto desigual. Como muestra de imaginación pirotécnica, sin duda el volumen inicial es el mejor, aunque los otros dos hagan gala de una mayor madurez y contengan mejores momentos de escritura. Siendo un poco guasón, afirmaría que la crítica más seria admiraría el tercer libro más que ningún otro, al ser con diferencia el menos “palomitero”, basarse en gran parte en la fuerza de su estilo narrativo y poseer unas dosis de ambigüedad que pueden ayudar a lucirse a un buen reseñador. El segundo quizá pueda atraer más a los amantes de una narrativa fantástica y gótica más convencional, si no les molestan unas ciertas dosis de surrealismo.

En todo caso, si bien se trataba de un empeño demasiado ambicioso para un escritor en el inicio de su carrera, se trata de libros concisos, carentes de “paja” (no puedo estar más en desacuerdo con el reseñador de Amazon citado antes, que deseaba una “mayor exploración” del universo planteado), siempre bien escritos y bien estructurados, con unos conceptos y escenarios que podrían dar oro puro en manos de cineastas talentosos, y que, a pesar de ir un poco de más a menos, merecerían una seria consideración a la hora de elaborar el canon de la fantasía literaria de finales del XX e inicios del XXI. Lo que encuentro raro, no obstante, es que Ford se haya centrado tanto en el relato breve y no haya vuelto a la carga con alguna otra trilogía de altos vuelos ahora que domina su arte a la perfección. ¿No será que habrá estado leyendo comentarios de los internautas sobre la anterior y se le han quitado las ganas?

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