No marigolds in the Promised Land: There's a hole in the ground where they used to grow.
jueves, 8 de noviembre de 2007
"Veniss soterrada" de Jeff VanderMeer
Los lectores más avispados de este blog se habrán dado cuenta hace tiempo de que Jeff VanderMeer es uno de mis genios tutelares, por representar al tipo de escritor de literatura fantástica con pretensiones literarias y autoexigencia artística capaz de hacerse un hueco en la estima, no ya de los entusiastas del género, sino de los lectores sin prejuicios. El hecho de que la mayor parte de su producción permanezca inédita en España me parece desafortunado, pues roba a nuestros lectores y posibles escritores de una referencia e influencia clave para la confección de universos personales donde lo imaginativo es un elemento clave de autoexploración e inspiración plástica.
Hasta el momento, sólo “Veniss soterrada” ha visto la luz entre nosotros, de la mano de La Factoría de Ideas, sin suscitar, que yo sepa, grandes entusiasmos. Quizá sea que VanderMeer va un poco a contracorriente: para los obsesos de las “ideas originales”, lo de Veniss es moneda devaluada. ¿Una ciudad subterránea futurista donde se practican malignos experimentos genéticos? ¿Un hombre que desciende a los infiernos en busca de su amada? ¿Dónde está la exploración exhaustiva de ese mundo a lo largo de 500 páginas? ¿Por qué este tipo no se dedica a describir largo y tendido las maravillas tecnológicas de este futuro, mediante seudo-jerga de ingeniero fumado? Hete aquí cómo la voluntad de salirse de los cánones comerciales de la actualidad se paga bien cara, asunto agravado por la decisión de nuestros editores de publicar el libro con un enorme tipo de letra para así fabricar un volumen del bulto acostumbrado, pero que hará sentirse engañados a quienes hayan pagado el elevado precio de venta al público.
Esta era la queja formulada en la única reseña que recuerdo haber encontrado en las webs especializadas: tanto dinero pagado por un libro que te lees en una tarde. Cantidad, se ve, equivale a calidad, aunque, por otro lado, me preocupa un poco que alguien sea capaz de tragarse a velocidad de pavo una novela cuyo estilo está pensado para saborearse lentamente, con delectación. Puestos a otorgar el beneficio de la duda, quizá la traducción destruya el encanto; a menudo me he preguntado si la reputación de mal estilo que persigue a la CF y el fantástico no podría rastrearse en algunos casos a traducciones inadecuadas. Me da que Mauro Armiño, puesto a elegir, prefiere verter al castellano “En busca del tiempo perdido” y no “El libro del Sol Nuevo”.
Pero precisamente la baza de VanderMeer en su debut novelístico es su conjunción de estilismo y fantasía dentro de un marco de pequeñas proporciones que le deja espacio para maniobrar. El tono entre lacónico y lírico, entre la metáfora arriesgada, el brillo del neologismo (esa baza poética de la CF que es la primera víctima de las traducciones) y la obsesión por la palabra justa, logra un improbable híbrido entre la narrativa “hard boiled”, la tradición simbolista y decadentista (gusto que VanderMeer comparte con un servidor) y un componente visionario, épico, que tendría sus raíces en Dante, El Bosco o William Blake.
Una de las ventajas de la retórica intoxicante, del subjetivismo narrativo, es crear un clima de incertidumbre, de verdades alteradas o a medio contar. La ciudad futurista de Dayton Central, apodada Veniss por Venecia y por el silbido de una serpiente, es vista desde tres perspectivas: la del artista fracasado Nicholas, la de su hermana gemela Nicola y la de Shadrach, ex amante de ésta que se internará en los abismos de carne manipulada de Quin, dios oscuro del bajo mundo, en busca de amor y redención. Como ya hemos avanzado, la sinopsis no hace justicia a la riqueza caleidoscópica de las descripciones, a la fascinante estructura de los tres capítulos, que encajan y son parte unos de otros como un sistema de muñecas rusas, a la intensidad palpable con que se siente el desfile de maravillas y horrores, al que la evocación constante de mitos inmemoriales como los de Orfeo y Eurídice o San Juan Bautista dota de un sabor que la mera mímesis de la novela negra adoptada por casi toda la CF actual como modo “por defecto” jamás conseguirá.
El mundo propuesto por VanderMeer tal vez carezca de verosimilitud y consistencia, pues en cierto modo tiene más de mundo perdido a lo Clark Ashton Smith que de futuro construido y desarrollado a partir de tendencias actuales, como pretendían ser por ejemplo los de John Brunner. Veniss no posee tanto detalle como la posterior Ambargrís, escenario de “City of saints and madmen”, “Shriek: An Afterword” y otros dos volúmenes programados, pero quizá es tanto un estado mental como ésta. Todo lo que se viene llamando el “New Weird”, desde VanderMeer hasta China Miéville, Jeffrey Ford, K.J. Bishop o ese precursor en la sombra llamado M.John Harrison, puede entenderse como una literatura urbana, una manera estética y desencantada de hacer frente al caos del final del milenio, como ya hicieron en su momento autores como Huysmans, Villiers de l’Isle Adam, Lorrain o Schwob... sólo que con un componente “pulp” que los franceses no siempre mostraron.
Pero “Veniss soterrada” tiene más que esteticismo o pose: tiene sentimiento. Es esa historia de amor sublimada la que confiere intensidad al viaje infernal y da un sentido al espectáculo de lo grotesco. Si cabe, la dimensión conmovedora se acentúa en los cuatro relatos breves, ambientados en el mismo universo, que acompañan a mi edición anglosajona (y que, supongo, estarían ausentes del libro de La Factoría). En ellos, no solamente asistimos a momentos posteriores en la historia de la ciudad, cuando la humanidad se ha visto destronada por la raza de animalitos peludos y parlantes destinada a sucederla o se ha desatado la guerra entre los supervivientes humanos y las abominaciones genéticas del subsuelo, sino que se intensifica el sentimiento de pérdida y sacrificio a veces camuflado entre el apabullante despliegue imaginativo de la novela. Cuentos como “Un corazón para Lucrecia” o “La guerra de Balzac” consiguen lo que muchos dan por imposible en la CF actual: atar un nudo en el corazón del lector, maravillar, horrorizar y emocionar con las vicisitudes y dilemas morales de sus personajes.
Pero aquí al parecer se prefiere a Greg Egan, con sus historias sobre ordenadores hechos de luz que buscan fallos en la aritmética de toda la vida, la de sumar, restar, multiplicar y dividir, y frases como “Qué miopes son los estudiantes de humanidades”. En fin, a cada uno lo suyo. Es un país libre.
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