Peculiar aportación nipona al sesentayochismo, y uno de los
contados ejemplos que podrían justificar llamar a Oshima “Godard de Oriente”, “Diario
de un ladrón de Shinjuku” cae bien por la misma razón que cae bien Makavejev:
por su fe en la energía sexual, que hace de nuestra libido una bomba terrorista
en potencia. El ladrón epónimo roba libros para excitarse, pero ni siquiera una
monisima librera es capaz de llevarlo al orgasmo. Mientras, suena obsesivamente
la canción “Un pueblo llamado Alí Babá”, de un gordito con melenas llamado Juro
Kara, que mete a los chicos en su grupo de teatro que mezcla leyendas
ancestrales con performance provocadora. Los actores habituales de Oshima
hablan de sexo y, cuando por fin la pareja logra consumar su amor, su fuego
contagia a las masas oprimidas de Shinjuku, que asaltan y queman una comisaría.
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