martes, 27 de enero de 2015

Cuando las sumas no salen



Puede ser que mi apego a determinados cineastas contra viento y marea venga del hecho de “haber estado allí” cuando se lanzó su primera película y eran desconocidos. Fui a ver “Reservoir dogs” y “Pi” cuando nadie utilizaba ni siquiera el término “indie” y ya entonces aposté por Tarantino y Aronofsky. Cuando dejé pasar en salas “Donnie Darko” y me llegaron años después las ondas de choque del fenómeno, creí haber perdido el tren de un nuevo nombre señero de relevancia futura, pero los hechos hasta el momento han dado la razón a mi descuido: su última película sigue siendo “The box”, del 2009. Ahora parece que un nuevo nombre comienza a despuntar dentro de un cine de autor “middlebrow” con pretensiones deslumbrantes: el año pasado, “Enemy” fue un apreciable ensayo de intriga enigmática en la encrucijada de los Cronenberg y Lynch de turno, pero, adivinen ustedes, no estuve en la sala cuando nos llegó su película revelación, “Incendies”.

Tal vez fui presa del prejuicio. En principio, suelo evitar las películas que parecen hechas para recabar simpatía hacia causas políticas que parecen muy justas desde nuestro sillón, y en apariencia las tribulaciones de una mujer libanesa trastornada vitalmente por la guerra se ajustaban bastante a la plantilla. Lo que no me imaginaba entonces es que la presentación de los hechos era fragmentada y absorbente, que había un fuerte sentido de frialdad e inevitabilidad comunicadas con un sentido visual bastante poco titubeante y una estrategia de descubrimiento de la verdad casi cercana al terror psicológico. Había un poco de Kubrick y un poco de Cronenberg (curiosamente, Villeneuve, compatriota del director de “Scanners”, parece estar recorriendo un camino inverso, desde las historias “de interés general” hasta fábulas fantásticas enrarecidas), y un concepto del guión como rompecabezas que llamaba la atención en una película que, a raíz de la sinopsis, tenía como razón de ser denunciar los horrores que puede producir la desintegración del tejido social en un conflicto bélico, y que por tanto habría visto excusado un acercamiento más burdo en aras de hacer más claras sus intenciones.

Lo que ya, desde la perspectiva de “descubrir un autor” me preocupa más son los múltiples parecidos con la posterior “Enemy”. Los planos generales de la ciudad, efectos digitales y arañas aparte, son muy parecidos en ambas películas, así como la manera de rodar e iluminar en interiores. Gran parte del significado de la historia gravita en torno a la construcción de la identidad y se articula en torno a un personaje dual que aglutina en sí más de una dimensión. Esa manera de moldear de un modo parecido materiales de partida muy disímiles se ajusta demasiado al concepto cahierista de lo que es un “autor”, que sin embargo tiene mucho de lo que los anglosajones llaman un “one-trick pony”, es decir, alguien que solo sabe hacer siempre lo mismo. Precisamente un dossier sobre Nagisa Oshima, publicado en “Cahiers” al poco de su muerte, parecía reprocharle la falta de un estilo identificable, cuando precisamente su trayectoria es para mí uno de los modelos de cómo cambiar, evolucionar y reinventarse de manera imprevisible. Es pronto para sentenciar sobre Villeneuve: torres más altas han caído. Buscaré por ahí “Prisoners”, a ver si me puedo ir pronunciando más.

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