Puede ser que mi apego a determinados cineastas contra
viento y marea venga del hecho de “haber estado allí” cuando se lanzó su
primera película y eran desconocidos. Fui a ver “Reservoir dogs” y “Pi” cuando
nadie utilizaba ni siquiera el término “indie” y ya entonces aposté por Tarantino
y Aronofsky. Cuando dejé pasar en salas “Donnie Darko” y me llegaron años
después las ondas de choque del fenómeno, creí haber perdido el tren de un
nuevo nombre señero de relevancia futura, pero los hechos hasta el momento han
dado la razón a mi descuido: su última película sigue siendo “The box”, del
2009. Ahora parece que un nuevo nombre comienza a despuntar dentro de un cine
de autor “middlebrow” con pretensiones deslumbrantes: el año pasado, “Enemy”
fue un apreciable ensayo de intriga enigmática en la encrucijada de los
Cronenberg y Lynch de turno, pero, adivinen ustedes, no estuve en la sala
cuando nos llegó su película revelación, “Incendies”.
Tal vez fui presa del prejuicio. En principio, suelo evitar
las películas que parecen hechas para recabar simpatía hacia causas políticas
que parecen muy justas desde nuestro sillón, y en apariencia las tribulaciones
de una mujer libanesa trastornada vitalmente por la guerra se ajustaban
bastante a la plantilla. Lo que no me imaginaba entonces es que la presentación
de los hechos era fragmentada y absorbente, que había un fuerte sentido de
frialdad e inevitabilidad comunicadas con un sentido visual bastante poco
titubeante y una estrategia de descubrimiento de la verdad casi cercana al
terror psicológico. Había un poco de Kubrick y un poco de Cronenberg
(curiosamente, Villeneuve, compatriota del director de “Scanners”, parece estar
recorriendo un camino inverso, desde las historias “de interés general” hasta
fábulas fantásticas enrarecidas), y un concepto del guión como rompecabezas que
llamaba la atención en una película que, a raíz de la sinopsis, tenía como
razón de ser denunciar los horrores que puede producir la desintegración del
tejido social en un conflicto bélico, y que por tanto habría visto excusado un
acercamiento más burdo en aras de hacer más claras sus intenciones.
Lo que ya, desde la perspectiva de “descubrir un autor” me
preocupa más son los múltiples parecidos con la posterior “Enemy”. Los planos
generales de la ciudad, efectos digitales y arañas aparte, son muy parecidos en
ambas películas, así como la manera de rodar e iluminar en interiores. Gran
parte del significado de la historia gravita en torno a la construcción de la
identidad y se articula en torno a un personaje dual que aglutina en sí más de
una dimensión. Esa manera de moldear de un modo parecido materiales de partida
muy disímiles se ajusta demasiado al concepto cahierista de lo que es un
“autor”, que sin embargo tiene mucho de lo que los anglosajones llaman un
“one-trick pony”, es decir, alguien que solo sabe hacer siempre lo mismo.
Precisamente un dossier sobre Nagisa Oshima, publicado en “Cahiers” al poco de
su muerte, parecía reprocharle la falta de un estilo identificable, cuando
precisamente su trayectoria es para mí uno de los modelos de cómo cambiar,
evolucionar y reinventarse de manera imprevisible. Es pronto para sentenciar
sobre Villeneuve: torres más altas han caído. Buscaré por ahí “Prisoners”, a
ver si me puedo ir pronunciando más.
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