domingo, 25 de enero de 2015

La tata china



Hay que tener cuidado con los tópicos, porque se convierten en polos de atracción muy poderosos de los que no se puede escapar así como así. En el cine oriental es muy obvio: por un lado está la película de acción y artes marciales, desde Chang Cheh a John Woo, pasando por todo el ciclo del chambara japonés, y por otro el amable y sutil drama de costumbres, con Ozu como portaestandarte, que hace de la sutileza y la urbanidad expresiva una supuesta seña de identidad de Oriente.

En los últimos tiempos, parecía querer abrirse paso, a través de Corea, la vía del cine de autor, siempre ninguneada (Occidente solo se enteró de la existencia de Nagisa Oshima cuando le dio por el porno artístico), pero las aguas vuelven a su curso: distribuidoras como Mediatres solo parecen confiar en los productos estilo blockbuster, que son los que en teoría pueden enganchar a un público amamantado por Hollywood, y encima directos a vídeo, mientras que el público de las salas en versión original parece preferir fábulas de calor humano como “Una vida sencilla”.

La gracia de la película de Ann Hui es ver otra cara del cine de Hong Kong ajena a la sombra de los hermanos Shaw. El protagonista, como un productor cinematográfico comprometido con el cuidado de su anciana asistenta, quien lo cuidó mejor que su madre, no es otro que el normalmente duro Andy Lau, mientras que la protagonista, Deanie Ip, tenía como únicos títulos de su filmografía estrenados en España “Los tres dragones” y “El secreto de los supercamorristas”, ambas con Jackie Chan. Quien esté puesto en el mundillo de este cine verá cameos de celebridades como Tsui Hark o Sammo Hung, como telón de fondo de una historia sobre el envejecimiento y la lealtad a los seres queridos, aunque no sean de la familia.

Encuentro interesante esta trastienda burguesa, occidentalizada y cristianizada de las frenéticas ficciones del antiguo protectorado, donde todos tienen un nombre occidental y anglosajón, se mueven en una economía de mercado que comercia con la senectud como valor al alza explotable a través de residencias, y cumple a regañadientes con un reconocimiento tradicional a los mayores. El cierto sentido de culpabilidad hacia las clases humildes que, como Ah Tao, la protagonista, aceptan sin rechistar su destino, choca con las fuerzas de la naturaleza que se niegan a ser detenidas, como el interno de la residencia, amigo de la fiesta y el baile, que sablea a todos a su alrededor con el fin secreto de gastarlo en prostitutas. El valor de esta obra sin énfasis, que sabe decirlo todo con gestos y miradas mínimos, se aprecia más en estos tiempos en que nos quieren convencer otra vez de que el cine de Oriente es todo ruido y furia, como si, más comercial o menos, el hecho de un reparto compuesto en su totalidad de rostros de ojos rasgados no condenase entre nosotros cualquier película al ghetto del arte y ensayo.

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