domingo, 28 de abril de 2019

511: XVI Muestra SyFy



Tras mis intentos fracasados por salir de mi burbuja el año pasado, la Muestra SyFy, para bien o para mal, se consolida como mi “polder” por excelencia, algo así como el recinto cerrado donde las reglas de la magia son válidas, en oposición con un mundo exterior prosaico y sórdido. Da igual que a uno le guste o no ser lo que los amantes de las etiquetas llaman un “friki”, lo importante es disfrutarlo. Da igual que te haya pervertido un cura abusador o que un “mad doctor” vengativo te haya cambiado de sexo, lo importante es que lo pases bien en tu mundillo hortera y festivo de azafato mariquita. Son las lecciones incomprendidas de Almodóvar.

Pero creo también que ser público de la Muestra SyFy no entraña en exclusivo encerrarse en una zona de confort y no querer saber nada de lo que debería importarte en la vida: me va siendo también posible ser más comprensivo con opiniones contrapuestas a la mía, aunque me reservo juzgar si esto se debe a una mayor apertura mental o simplemente a una aceptación fatalista de que los “lemmings” se despeñarán por el acantilado, te guste o no, y ello forma parte de levantarse por la mañana, oír cantar a los mirlos, desayunar tu café con las magdalenas mantecadas del martes, y todo lo demás.


 Que a la mayoría de los asistentes la inauguración con “Capitana Marvel” les haya resultado previsible y aburrida, lo veo respetable pero injusto en función de la mayoría de blockbusters que hemos tenido como títulos de apertura. Imagino que algunos quieren hacer pagar a los estudios Marvel su aparente explotación comercial de la ola feminista que nos invade, pero a mí me cuesta ver en esta correcta peli de aventuras espaciales algo mucho más ideologizado que el chiste sobre el nombre inglés de la cabina del piloto que ya le hacía George Kennedy a Sylvia Kristel en “Aeropuerto 79” o que animar a las niñas pequeñas a elegir profesiones tradicionalmente poco femeninas, con lo cual estoy de acuerdo al noventa y pico por cien (no vaya a ser que la profesión elegida sea por ejemplo la del toreo, que encuentro rechazable sea cual sea el sexo que la practique). La película no reinventa la pólvora, pero Brie Larson es carismática, está bien secundada por un Samuel L. rejuvenecido a base de CGI y por Ben Mendelsohn (quien ha pasado, en extraña metamorfosis, de ser uno de mis más detestados a uno de mis más reivindicados) y pone a prueba las dimensiones metafóricas del Universo Marvel a base de hacer de los Skrull una especie de pobre minoría oprimida. Otra cosa es que posteriores secuelas vayan erosionando, como pasó con “Ant-Man”, la relativa frescura de una nueva franquicia, pero al menos a un servidor le pareció que no es tan frecuente que este impulso no vaya flaqueando a lo largo de la propia película. Lo peor, en un plano personal, va a ser el intento de crear una nostalgia de los años 90, que básicamente es la etapa en la que quise enfrentarme a la vida y no supe ganar. Amén de que querer hacer remontar el vinilismo a aquella década, en la que el disco compacto fue el rey supremo, es revisionismo cultural de la peor laya.

 La entrada en escena de Leticia Dolera para presentar la película se inició en una atmósfera indecisa, como corresponde a un personaje que se ha visto envuelto en una tormenta mediática y que vuelve a un elemento donde el público siempre lo ha aceptado y querido. Yo no quiero hablar mal de Dolera porque sí, debido a que mis años asistiendo a la Muestra me han llevado a tomarle cierto cariño a esta mujer, al estilo de una conocida que está en las mismas fiestas a las que vas, y a quien, aunque ni es tu amiga ni te saluda, asocias con momentos de diversión y gozo. Ni siquiera quiero atacar el movimiento feminista contemporáneo a pesar de que se haya utilizado su argumentario por algunas personas para tratarme como lo que no soy. Pero creo que Dolera, en cierto modo, se ha ganado el ser vista con cierta suspicacia después del asunto de Aina Clotet. Me ahorro la disquisición semántica sobre si no contratar es lo mismo que despedir, amén de que, como pequeño conocedor del mundillo audiovisual, puedo llegar a entender los argumentos de que, artística y logísticamente, para un personaje con determinadas características no valen actores en cualquier situación. Lo malo es que Dolera debe su notoriedad mediática, más allá de los pocos cientos de personas que acuden cada mes de marzo a un cine de Madrid, a su defensa a ultranza de los agravios a las mujeres implícitos en la sociedad de hoy, entre los cuales se encuentra la lógica empresarial de que las trabajadoras pueden hacer perder mucho dinero a sus empleadores por el mero hecho biológico, nada aberrante y que encima contribuye a multiplicar la especie, de tener un hijo. A mi entender, habría sido un increíble tanto a favor el hecho de hacer de la serie televisiva en cuestión todo un estandarte, en hechos mejor que en palabras, del comportamiento correcto hacia una trabajadora del mundo audiovisual, muy por encima de mantener la integridad artística de un concepto que, si miramos con atención las palabras de la actriz y directora, consistía parcialmente en que la intérprete debía mantener un cuerpo estilizado y atrayente que diera el pego en una serie de escenas eróticas en el curso de las cuales su personaje aprendía a liberar su sexualidad. Entiendo que se trata de una decisión difícil y que no todo el mundo puede acertar en todo lo que hace, y que un error no invalida todo lo demás que ha hecho una persona, y que resulta un tanto injusto que los demás sigan restregándote ese error, que puede o no puede ser el único que hayas cometido, a lo mínimo que digas o hagas, pero también es verdad que cuando alguien entra en el juego de sumarse a las turbas de lugareños que se arman de horcas y antorchas para atacar el molino, e incluso disfruta en ocasiones de situarse a la cabecera de las turbas para que se le vea mejor, va a tener que aceptar, por mucho que no le guste, que ese tipo de sentimientos negativos de gente frustrada que alimentan los peores aspectos de las redes sociales terminen fluyendo en su dirección. Sobre todo cuando, simplemente cambiando el sexo de quien tomó esa decisión difícil, la ahora denunciada se habría calzado sin problemas la máscara de denunciadora, pidiendo tolerancia cero y tal vez consiguiendo que el proyecto controvertido no se llevara a cabo o que encontrar financiación para proyectos nuevos se convirtiera en una búsqueda difícil, si no imposible. Parece que la serie de Dolera no ha tenido dificultades para completarse e incluso ha llegado a ganar el premio gordo en la división para series del festival de Cannes. Una muestra más de que la capacidad para tropezar, común a ambos sexos, tiene más posibilidad de ser perdonada en un sexo que en otro, lo cual conculca en cierto modo el ideal de igualdad que enarbola un movimiento social tan importante como el feminista. No olvidemos que conculcar no equivale a desmentir o invalidar, pero creo que tengo tanto derecho a desconfiar de Dolera por sus políticas cambiantes como ella de censurarme por “micromachista” que reutilice el viejo chiste del anuncio televisivo del juego “Scattergories” sobre el pulpo como “animal de compañía”. Me sigue pareciendo una eficaz animadora de fiestas, valoro su papel en “Rec 3” y encuentro potable dentro de unos límites la comedia indie que dirigió, pero al César lo que es del César y a Julia Domna lo que es de Julia Domna.


 Esta XVI Muestra ha tenido la cierta desventaja de comenzar demasiado fuerte en la sesión de sobremesa del viernes. Peter Strickland, director británico del que ya conocíamos dos títulos, “Berberian Sound Studio” y “The Duke of Burgundy”, que aprovechaban ciertas tropos del “cinéma bis” de los 60 y 70 para armar curiosos artefactos de autor, se suelta la melena (metafóricamente, pues Strickland es un calvorota) con “In fabric”, que es su versión de una comedia alocada. Una versión que a buen seguro no coincidirá con la de muchos otros, pero que ha ofrecido tal vez los momentos más creativos, estrambóticos y abracadabrantes de todo el fin de semana, hasta el extremo de casi ensombrecer todo lo demás. La iconografía sesentera y el sentido del delirio de este extraño cuento sobre un vestido rojo embrujado, desde un anuncio del gran almacén en VHS que da bastante miedito hasta una escena erótica voyeurista con un maniquí, que habría firmado orgulloso Jess Franco, o las miradas de éxtasis de algunos personajes ante las explicaciones técnicas del protagonista sobre el funcionamiento de una lavadora, todo ello desembocando en un peculiar descenso a los infiernos, fueron tal vez demasiado para parte del público, que desea ser sorprendido pero no tanto, pero a un servidor le resultaron reconfortantes. Poder reír con sinceridad y genuino sentido de la diversión con una obra tan recalcitrantemente extraña y que reclama un espacio artístico equidistante del experimentalismo de autor y de la serie B más casposa, de la que termina con el infaltable incendio del castillo, a la vez que pone en solfa la Inglaterra sórdida con una leche bastante agria, fue como enseñar las mejores cartas ya en la primera jugada, pero supongo que, en la sesión “prime time”, “In fabric” habría sido un escándalo. Aún mayor.


Uno de los aspectos chulos de la Muestra, y que cuestiona el modelo individualista y burbujero de visionado audiovisual que desean imponer Netflix y compañía, es el modo en que el mismo público que ha visto las mismas películas va creando asociaciones iconográficas y bromas recurrentes ante ellas que resultan imposibles de captar si no se ha estado en todas las proyecciones. Así, el vestido rojo maldito de “In fabric” reapareció en varias películas que por mera casualidad contenían un vestido rojo, como pasaba en el guardarropa que Ciarán Hinds destinaba a su joven esposa Abbey Lee en “Elizabeth Harvest”, película de Sebastián Gutiérrez, director de origen venezolano casi desconocido entre nosotros pese a una trayectoria que incluye 7 largometrajes y guiones como el de “Gothika” de Kassovitz. Las ganas de construir un producto de cámara, estiloso, envolvente y con ganas de sorprender cada cierto tiempo con giros argumentales, no cayeron bien entre gran parte del público, poco amigo de alardes culturales. Irritaron especialmente las disquisiciones del protagonista sobre Érik Satie y sus parodias de la religión organizada después de romper con los Rosacruces del Sâr Péladan, y tal vez con cierta razón: Gutiérrez es guionista y director, y ello en ocasiones le traiciona. Uno de sus propios personajes valora admirativamente una frase que acaba de pronunciar, y se nota un amor a la propia creación que la deja un poco ir a donde ella quiere: el paralelismo con el cuento de “Barba Azul”, supongo que estupendo a la hora de vender el proyecto, no queda del todo integrado en el desarrollo del relato, del mismo modo que no se saben mantener las distancias con “Ex machina”, película que constituye una referencia obvia en lo visual y en lo temático. No obstante, también creo que jugó en su contra venir justo después del país de la locura de Strickland: el edificio que sabe armar Gutiérrez, aunque tenga habitaciones un poco vacías, está concebido con mimo y posee cierta elegancia en la puesta en escena, y, para machistas recalcitrantes como un servidor que osan aún expresar tendencias heterosexuales, la abundancia de desnudos artísticos de la protagonista y de Carla Gugino supuso un pequeño aliciente y una reivindicación de la belleza humana que no debería ser enterrada en nombre de una teórica dignidad.


 A continuación, una película que me dicen que no se distribuirá en formato físico entre nosotros, como prueba de una evolución del mercado que amenaza con hacer imposible el tipo de cinefilia con el que crecimos. “Upgrade”, ejemplo de que Leigh Whannell es algo más que el Robin de James Wan, es una ingeniosa serie B de CF y acción futurista en la que una inteligencia artificial implantada en la médula de un hombre tetrapléjico tras un ataque violento toma el control de su cuerpo con fines de venganza. La ambientación tira mucho de retocar digitalmente escenarios baratos, con el conveniente recurso a la sordidez, que es una buena proveedora de barroquismo visual a bajo coste, y el aspecto visual, tonalidades azules incluidas, recuerda al de muchos títulos discretos de acción de los 80 y 90, pero el desparpajo a la hora de dosificar una historia casi comiquera, la colocación estratégica de las sorpresas, lo contundente y casi gore de las escenas de acción, y lo imaginativo de varias ideas, levantan la película mientras la ves muy por encima de lo que es realmente, y no hubiese sido de extrañar un pequeño fenómeno con esta película al estilo “John Wick”, toda vez que, a la brutalidad directa de una trama de justiciero,s Whannell añade un marco cienciaficcional que podría desarrollar ramificaciones sugestivas si se diera luz verde a hipotéticas continuaciones. Estrategia que al bueno de Jason Blum, a quien se debería reivindicar como rey del “high concept” a bajo coste, ya le ha dado buenos réditos en el pasado, aunque todo apunta a que esta vez no tendremos saga.


 A continuación sucedió algo curioso que no dudo en denominar un intento de “Nocturnización” de la Muestra, en referencia al festival Nocturna, la otra “cita ineludible” madrileña, que, salvo en la apertura y clausura, SIEMPRE obliga a “mojarse” entre una película y otra. En un principio, se programaba a la sesión de las 10 la película española “El año de la plaga”, pero causas desconocidas motivaron que se pudiera escoger entre ella y “Gintama”, adaptación live-action del manga y anime homónimo. Ahí se dio en mi interior un pulso entre mis ganas de sostener al “underdog”, ese cine español alternativo que siempre va a tener en contra a públicos como el de la Muestra, y mi japonesismo a ultranza que a veces me lleva a defender productos que me son un poco ajenos. Ganó Japón, y por tanto me tocó darme cuenta una vez más de que una cosa es que seas seguidor de la animación japonesa y otra que la veas a través de una lente “otaku” autorreferencial y tu respiración consista en tomar aire con “Dragon Ball” y expulsarlo con “One Piece”. Pero al menos salen vindicadas varias de mis ideas recurrentes: 1) que la idea de una cultura japonesa intrínsecamente mesurada y elegante es una idealización de Occidente. 2) que parte de la cultura popular del Sol Naciente se concentra en dinamitar los conceptos de buen gusto e urbanidad que constriñen socialmente a los ciudadanos, y 3) que, en cuestiones de humor absurdo y ridículo deliberado, los creadores del archipiélago nunca consideran que se pueda ir demasiado lejos. No tengo nada en sí contra este tipo de guasa frenética e irreverente, pero me cuesta mantener la complicidad durante más de veinte minutos, amén de que los hallazgos se pierden en una hojarasca de dos horas once, pero también he de decir que entendí la mayor parte de coñas que no eran estrictamente locales (¿quién sería ese cocinero televisivo nipón acusado de abuso sexual?) y que, aun sabiendo que la película plantearía desafíos a mi paciencia (quizá afectada por la fatiga de un largo día), volvería a elegir ver “Gintama” sobre “El año de la plaga”, la cual prometo ver si aterriza en la programación de Movistar (si es que no va a Netflix, claro, porque ahora si no vas al cine en su día te vas a ver abocado a suscribirte a todas las plataformas).


Odio hacer publicidad, pero gracias a una conocida bebida energética con nombre de bestia brava y colorada he conseguido este año mantenerme en plena posesión de mis facultades durante todas las sesiones de sobremesa y todas las de madrugada. “Puppet Master: The Littlest Reich”, nada menos que la ¡decimotercera! entrega de una saga iniciada por la Full Moon de Charles Band allá en 1989 con “La venganza de los muñecos” de David Schmoeller, nos dio todo lo que nos puede dar este tipo de películas superada la una de la madrugada, después de haber iniciado una tradición más en la lunática historia de la Muestra, a saber, el coreo de los nombres en los títulos de crédito por una nutrida sección de la audiencia. El concurso como guionista de S. Craig Zahler, hasta ahora el único cineasta con cierta trayectoria de quien la Muestra ha proyectado la obra completa como director, resulta irónico considerando su estilo narrativo al ralentí, pues esta “Puppet Master” si es algo es veloz, directa y al grano, con profusión de muertes tan ridículas como horrorosas a cargo de las diferentes creaciones del juguetero André Toulon y una falta de dobles lecturas e intenciones serias casi descarada, salvando una ironía tirando a amable sobre la cultura del coleccionismo (aunque me entero de que Zahler contradice el espíritu del personaje, haciendo de él un nazi cuando Toulon siempre se distinguió por su oposición a Hitler. La línea oficial es que este capítulo se desarrolla en un universo alternativo, pero no recuerdo que haya ningún elemento al principio que nos sitúe de forma clara en otra realidad). Tener en la fila posterior a la mía a dos espectadores duchos en la sabiduría de la saga comentando todos los aspectos novedosos me confirmó en que no hay aspecto de la sabiduría humana demasiado irrelevante o indigno de ser estudiado a fondo si a uno le proporciona inocente gratificación. Primera aparición de Udo Kier en esta Muestra, bajo un par de kilos de maquillaje, en los primeros dos minutos.


El segundo día, en su inicio, me confirmó en los valores positivos de lo que Dolera llama “mandanga”, una constante de la Muestra casi desde sus inicios, aunque me consta que es un fenómeno que se ha ido animando explícitamente en los últimos tiempos, sobre todo desde que los pases se doblan en la sala 2 del Cine de la Prensa, lugar a donde se emplaza a todos aquellos que deseen durante sus pases un silencio catedralicio. Puesto que la mandanga da un carácter festivo a los pases a base de intervenciones “creativas” del público, esto convierte la experiencia en algo que jamás se podría duplicar en el domicilio, pero, por otro lado, en esencia se trata de “reventar” pases de películas que no gustan o aburren. Con lo cual, pues, bueno, “Compulsión”, la película española que inició las sesiones del sábado 9, fue un producto humilde, voluntarioso y flojo que tal vez no hubiese soportado una atención seria, pero mis lectores de gustos más pretenciosos deberían reflexionar que su Antonioni favorito habría sido lapidado exactamente igual desde la platea (menos mal que ningún director tipo Antonioni haría pelis de terror o fantástico… ¿o sí?). La historia de una mujer que, siguiendo la estela de sus sospechas y sus celos, descubre que su novio es un psycho-killer que lleva a sus víctimas a un chalet de la sierra madrileña al estilo de los que aparecen en las películas de Carlos Saura para disfrutar asesinándolas y no escondiéndolas demasiado bien, fue el objeto de un análisis fílmico en vivo no muy amable: cada vez que se alargaba en exceso el plano de un personaje caminando, el público puntuaba cada paso con palmas; la tendencia a sobreutilizar el zoom era celebrada en voz alta; momentos como aquel en el que la prostituta universitaria se pone un vestido rojo (guiño correspondiente a “In fabric”) y celebra su serrana anatomía dando una vuelta y exclamando “eepe”, se convirtieron en grito de guerra durante el resto del fin de semana. Pero bueno, el final, sin ser bueno tampoco, tenía su gracia: primero, porque utilizar un test de embarazo positivo como arma homicida contra un asesino de mujeres se podría considerar más feminista que todos los canales de las youtubers moradas juntas, después porque algún malintencionado lo podría relacionar con el contubernio Dolera-Clotet, y por último gracias a la coda final con niño maligno que no por previsible es menos gratificante. Pero, poniéndonos un poco más serios, a mí me gustaría que por una vez cayera en la Muestra una peli española que callara la boca a todo el mundo, pero supongo que los jóvenes talentos nacionales carecen de contactos útiles…


A continuación me falló el astado escarlata: “Prospect”, otro título fantacientífico de medios modestos, contaba con una buena localización, muy atmosférica: ese bosque recorrido continuamente por hilillos blancos de polen, o esporas, o algún otro fenómeno vegetal que tropieza con mi ignorancia botánica. Allí se desarrollaba una peripecia aventurera sobre una chica adolescente que se queda huérfana y el mercenario de buen corazón que decide protegerla, que tratan de sobrevivir en un entorno hostil mientras resisten la amenaza de unos prospectores sin escrúpulos. No voy a caer en el lugar común de decir “este argumento podría ser de cualquier género y aquí la ciencia ficción solo es decorado”, porque esta frase sería aplicable a un buen número de películas que los hipotéticos lectores de estas líneas a buen seguro adoran. La peli es voluntariosa y tiene ese mérito y valentía de querer hacer mucho con poco que tan poco valoran los que solo respetan las películas “bien hechas” de alto presupuesto, tipo Marvel. Un compañero de Muestras que estuvo más despierto que yo me habló bien de “Prospect”, me dijo que le recordaba a un western, cosa nada rara puesto que, ya sabéis que el espacio es la última frontera y todo eso, pero yo eché en falta mayor fuerza en la historia y de hecho desconecté, creo que las series B tendrían que ser más provocativas para competir en un paisaje audiovisual saturado. Pero al menos me gustó ver otra vez a André Royo, el “Bubbles” de “The Wire”, otro excelente actor a quien el cine no ha dado las oportunidades que sí le dio la televisión.


A continuación, el pase polémico sin el cual una Muestra carecería de su salsa. “Dragged across concrete”, a mi juicio, no tiene mucho sitio en un evento de cine fantástico, salvo por el hecho de que los programadores le han tomado cariño a S. Craig Zahler porque metió caníbales y gore en un neowestern y se han propuesto seguir toda su carrera como director, aprovechando además el rumor de que esta tercera obra suya no tendrá distribución española (lo cual dudo). Puesto que no tuve en mucha estima “Brawl in cell block 99” el año pasado, mi actitud ante este relato sobre polis corruptos y apartados del servicio que se disponen a beneficiarse del botín de un atraco que controlan y vigilan, todo ello con una filosofía narrativa que ignora la elipsis y yendo en plan machote y políticamente incorrecto, no era demasiado favorable, pero el mandangueo sobre su lentitud, la desesperación cada vez que los actores se dirigían a un coche donde transcurrirían los siguientes 10 minutos de metraje en plano fijo, las coñas en torno a frases clave como “anchoas”, terminaron despertando mi espíritu de contradicción, aunque reconozco que muchas de las críticas eran justificadas, pero lo cortés no quita lo valiente: ahora que todo relato tiene que ser rápido, veloz y “adictivo” por decreto, y que ya se está perdiendo la capacidad para seguir una historia “paso a paso” (me pregunto cuántas personas nacidas a partir de, digamos, 1990, serán capaces de llegar, no hasta el final de un novelón decimonónico, sino hasta el segundo capítulo), hay que defender el valor de la paciencia, que en casos como este resulta deliberadamente paradójico porque no estamos ante un poema visual de Tarkovski sino ante un thriller de polis corruptos y atracos, con lo cual la aportación de Zahler, no muy novedosa pero defendible, parece ser desfrivolizar la violencia a base de dotar a sus circunstancias de un pulso mineral que no se propone entretener a toda costa (de hecho el título, “Arrastrados por cemento”, parece sacado de una reseña tuitera de cáustico espíritu millennial) y que se propone dotar de una especie de anti-épica, de un sentido del trayecto y el viaje, a un argumento que en otras manos daría apenas para un episodio de 40 minutos de serie policiaca setentera. Un servidor al final logró entrar en el juego y encontró satisfactoria la propuesta, y la cosa tuvo cierto mérito viniendo de la película anterior, que en teoría era más entretenida pero no tenía las santas gónadas de llevar la contraria a su público objetivo. No sabemos si a Zahler le dejarán dirigir muchas más después de esta, pero bueno, siempre podrá recurrir a su segunda carrera como guionista de dislates gore como la “Puppet Master” de la noche anterior.


Curiosamente, la película siguiente, “Assassination nation” (cacofónico título que, por una vez y sin que sirva de precedente, es superado por nuestra versión, “Nación salvaje”), también me reafirmó en los valores de la cinta de Zahler, a pesar de, o mejor debido a, todo su ruido y furia. Hay que reconocer que la película del hijo de Barry Levinson es un órdago en toda regla, que aspira a convertirse en una referencia generacional a base de reunir una serie de elementos candentes como el impacto de las redes sociales o el feminismo contestatario, apelando directamente al espíritu rebelde juvenil y adoptando una forma audiovisual agresiva, con una cámara y montaje llenos de virtuosismo y una retórica provocativa por momentos prestada del primer Jean-Luc Godard, para desembocar en un clímax pirotécnico de acción violenta inspirado tanto en la saga “The purge” como en el subgénero de “chicas con armas” inaugurado por Ted V. Mikels en “The Doll Squad”. El guiso no sabe mal, pero cabe preguntarse un poco por la calidad individual de los ingredientes, o por la coherencia de un discurso que celebra o deplora los linchamientos públicos cuando le conviene y pone en cuestión la cultura de lo guay y de la busca de “likes” cuando básicamente la película entera es un monumento a ser guay y a conseguir “likes” en busca de seguidores, entradas, visionados repetidos, etc. Cuando una película pasa por ser muy política a base de apuntarse a un feminismo radical de salón a base de frases polémicas (pronunciadas por una pandilla de niñas pijas divinas de la muerte) como aquella de “los hombres que no quieren hacer sexo oral a las mujeres son unos sociópatas” (“retuiteada” por Dolera, que no en balde llevaba una camiseta de su serie “Déjate llevar” donde aparecía un dibujo de una chica a la que hacen un cunnilingus) cabe preguntarse por el extraño destino del cine político, que hoy por hoy necesita explosiones y tiroteos para evitar el cuestionamiento de un mensaje que, con todos los guiños posibles a las ideologías identitarias, busca convertir la vida privada en un campo de batalla mientras los grandes complejos económicos y los monopolios incipientes campan a sus anchas y empresas online estilo Glovo redefinen el concepto de esclavitud para la generación 3.0.


No es muy frecuente que una de las grandes películas de la edición nos llegue en la sesión “golfa”. “One cut of the dead” (que, agárrense los machos, en argot fílmico anglo-nipón se traduciría como “Plano secuencia de los muertos”) comienza como una cutrez de muertos vivientes sin complejos al estilo de las ya vistas en la Muestra “Dead sushi” o “Hunger of the dead”, aunque, bueno, escama un poco que la película vaya tan al grano desde el principio. Y escama aún más que el final llegue a los 30 minutos. Bueno, estoy “spoileando” demasiado. Baste decir que se trata de una de las pelis más sorprendentes y divertidas vistas en los 16 años de Muestra, con una idea que resulta extraño que nadie haya tenido antes (de hecho, sí la tuvieron, en una compañía teatral, de ahí que los créditos rectificados la incluyan, aunque Shinichiro Ueda, el director, jure y perjure que no conocía su espectáculo) y que da un nuevo e ingenioso giro al concepto de “cine dentro del cine”, reivindicando el gozo de rodar y crear de una manera entrañable, pero que, en cambio, no resonará tanto entre los que no sean tan amantes de la serie B y a quienes no les interese tanto el proceso de realización de una película (en este sentido he de recordar cómo a mi madre la única película de Truffaut que no le gustó fue “La noche americana”, ya que en su opinión aquello no era una película sino una especie de reportaje). Quizá por eso sea improbable que esta pieza maestra de buenrollismo, que termina sus créditos con tomas falsas al son de una imitación nipona de “I want you back” de los Jackson 5, dé el salto a un público más “mainstream”. Algo poco importante para los que nos resignamos a vivir felices en nuestra cámara de eco.


En la primera sesión del domingo me tocó lamentar lo que celebré en la misma sesión del sábado, hasta el punto de que, cuando caiga otra película similar, me voy a la sala 2. “Quiero comerme tu páncreas”, pese a su llamativo y salvaje título, es el último hito del anime “para llorar”, una historia de amor y amistad entre un jovencito asocial y soberbio y una vitalista muchacha desahuciada por la medicina y a quien le da igual. Tratándose de animación japonesa, no sorprende que haya mucho melodramatismo, mucho sentimentalismo, una dosis concentrada y en vena de ingenuidad, dulzura, recreo en una estética que algunos podrían considerar cursi, y un sentido de la mesura inexistente (aunque también hay más acidez y humor sarcástico de lo que los detractores pretenden). Todo lo cual a mí me encanta, pero motivó que los jovenzuelos mandangueros de turno prácticamente reventaran el pase con sus ocurrencias y comentarios cínicos, lo cual, claro está, destruyó desde el principio toda la atmósfera, pues, para que la peli surta todo su efecto, te tienes que creer la historia, metiéndote en ella, y con la mandanga de fondo aquello era imposible. Pensé a menudo durante el pase que un servidor, cuando estudiaba en el instituto Conde de Orgaz, tenía bastantes similitudes con el protagonista, y que los adolescentes más sesudines y de tendencia más “emo” pueden ver en esta historia una inspiración, un apoyo y una referencia que los acompañará mucho tiempo. A mis casi 50 años la puedo también apreciar, pero ya no es lo mismo, ya se han cerrado a mi paso demasiadas puertas.


A continuación, el “sleeper” de la Muestra, la peli que casi todos odiaron pero que yo encontré divertida, por cómo reconvierte todos los tropos del cine “progresista” estrenado en salas como los Golem en una especie de fábula marciana tan imposible de tomar en serio que debe de ser a propósito. La sinopsis de “Diamantino” que hice a mi amigo Mario, que tuvo que perderse el pase, daba la impresión de estar improvisada sobre la marcha, pero no era así. Un delantero estrella a lo Cristiano Ronaldo, que en el éxtasis del campo de juego alucina con cachorritos peludos gigantes, un experimento para clonarlo y así dar a un Portugal populista y derechizado un equipo de once portentos del balón que sirva de circo para las masas ignorantes, una espía lesbiana que se introduce en la mansión del jugador disfrazada de joven refugiado africano, aprovechando el cargo de conciencia del astro, los efectos secundarios del experimento que feminizan progresivamente a Diamantino… Debo de ser de los pocos en la sala que admiten apreciar el tipo de humor de la película, muy próximo a mi entender al de los momentos más satíricos de la trilogía “Las mil y una noches” de Miguel Gomes, poniendo en solfa todas las tendencias ultranacionalistas que fragmentan Europa poco a poco y caracterizando a la estrella de balompié Diamantino como una especie de buen salvaje bondadoso y casi asexuado (supongo que algo un poco alejado de su modelo en la vida real) que resulta a la postre entrañable aunque se deje manipular con inocencia por un gobierno que planea erigir un muro que aislará Portugal del resto de la Península Ibérica. Diamantino, sin embargo, se redimirá en un despertar final propio de una vieja peli de monstruos de la Universal. Tiene pinta de que esta peli no tendrá una gran difusión entre nosotros, por tanto agradezco a los elementos más gafapastiles y filoprogres de la Muestra su inclusión en el programa de este año, dándonos una genuina rareza diferente a todo lo que habíamos visto, amén de incorporar Portugal a la ya extensa nómina de países que nos han traído sus producciones al mágico primer fin de semana de marzo.



De “Hell is where the home is” retengo en primer lugar el tema musical de los créditos, que retrotrae a los “gialli” de los 70 y a su ambiente de cotidianeidad “pop” recorrida por corrientes subterráneas. Luego la forma de la peli es más estándar, un relato de invasiones domésticas en un lugar aislado que, a pesar de los villanos mexicanos que podrían hacer exclamar a algún espectador de los USA “por eso necesitamos un muro”, intenta jugar a sembrar la duda de dónde está la verdadera amenaza, en la violencia exterior o en la violencia que muchos traen en la cabeza y a quienes les abrimos la puerta porque su apariencia es la de un amigo o vecino. Una intención que no llega a tan buen puerto, pues, como se trata de un “thriller” en clave de terror, los mexicanos terminan siendo de todas maneras unos maníacos desmembradores. Pero gracias a esta violencia extrema es por lo que la película se libra de ser un producto inocuo para la sobremesa, e incluso para las multisalas. A mí me pareció un título modesto y entretenido, bastante poderoso para tratarse de un cineasta casi en los inicios de su carrera, y que, como siempre, despertó el genio latente de los espectadores, muchos de ellos magníficos guionistas en potencia que habrían superado la definición de personajes, la trama y el desarrollo de la peli de Orson Oblowitz. Basta ponerse a escribir la más pequeñita historia para darse cuenta de que todo esto no es tan fácil. Otro rostro familiar marcado por la cruel erosión de la vida: Fairuza Balk, aquella talentosa joven actriz de los 90 que debió haber llegado a estrella y se quedó por el camino (¿quizá por habérsele atravesado el Weinstein de turno? Desde luego, aparecía en “Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto”…)


Y bueno, llegamos al final con “Escape room”, nuevo ejemplo del poder reciclador de Hollywood, poniendo en la batidora “Cube” y “Saw” de cara a poner en pie una franquicia teóricamente infinita. Las estancias idénticas de la peli de Vincenzo Natali se convierten en una imprevisible sucesión de decorados distintos (algunos de ellos en exteriores, en un ejemplo de “interior más grande que el exterior”, que da a varios tramos un aire sutilmente fantástico) que exigen de los protagonistas una rapidez de razonamiento que ni el más genial de los genios tendría en circunstancias de peligro para la vida y que terminan por ser el entretenimiento macabro de una especie de club Bilderberg cuyos miembros apuestan por sus concursantes favoritos. Cuanto más piensa uno en la premisa de la peli, más parecidos encuentra: desde “Destino final”, con un grupo variopinto de personajes que van encontrando muertes horribles, hasta “31” de Rob Zombie, donde un grupo de personas se ve envuelto en un macabro juego de supervivencia, pasando por “Intacto”, de nuestro Juan Carlos Fresnadillo, en el que se plantea también la cuestión de la suerte, puesta a prueba en una serie de competiciones de supervivientes. La falta de originalidad yo pienso que se disimula bien a través de un montaje enérgico que “mete la directa” en ciertos tramos, a buen seguro como resultado de algún preestreno, y varias ideas, como la de la habitación puesta cabeza abajo, se benefician de un presupuesto con el que el pobre Natali, limitado a un decorado único, no habría podido ni soñar. Pero en general la peli pasó bastante desapercibida y se juzgó con cierta displicencia, algo en mi opinión injusto pues creo que superaba con creces otras clausuras, sin ir más lejos “Pacific Rim: Insurrección”. Tal vez teníamos en la recámara la idea de que podríamos haber terminado con “Nosotros” de Jordan Peele, peli de Universal que habría supuesto una traca final apoteósica. Pero yo me fui contento, en parte por batir mi récord de cajas de cereales “Lion” con ocho unidades bajo el brazo, que me asegurarán los desayunos del domingo por la mañana hasta septiembre por lo menos. Esos son los pequeños consuelos que nos mantienen mientras llegan las quiméricas grandes oportunidades.




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