Uno de los títulos que más me ilusionaban de la Muestra era “Inexorable”, porque suponía el regreso al cartel del evento de un cineasta, Fabrice du Welz, que firmó uno de los títulos más emblemáticos y controvertidos de la etapa en el Palafox, “Vinyan”, y ha tenido una trayectoria posterior mayormente olvidada por la distribución convencional y por las plataformas. Dado que tanto la citada “Vinyan” como su debut en el largo “Calvaire” no escatimaban en pretensiones de hacer algo artístico y diferente, pensé que “Inexorable” tenía todas las papeletas para ser el hito “autoral” de esta Muestra.
Sin embargo, lo que nos encontramos fue un ejercicio de
estilo que trataba de dar un toque personal a motivos ya muy vistos en el cine.
Un poco de niñera maligna, un poco de invasión doméstica, e incluso el muy
usado recurso del escritor superventas que en realidad plagió la obra que lo
catapultó al estrellato (el mundo francófono parece fascinado por lo que yo
llamo el “thriller literario”, para muestras “El hombre perfecto”, de Yann
Gozlan, o, en una vena relacionada pero menos orientada al suspense, “La biblioteca de los libros
olvidados”, con Fabrice Luchini).
Salvando algunos atrevimientos formales que me hacen
pensar en cuando Godard componía sus planos en base a los colores de la bandera
de Francia, pero aquí en versión más sucia y distorsionada, “Inexorable” me
dejó una impresión muy convencional, apuntando muchos posibles caminos (entre
ellos la rebeldía precoz de la hija a ritmo de rock o la herencia del fascismo
belga en la familia en la que ingresa el escritor por matrimonio) pero se me
queda en un híbrido de cosas ya vistas en el que al menos destaca Alba Gaïa
Bellugi, a quien admiré como actriz infantil en “Je m’appelle Élizabeth”,
película de 2006 basada en una novela de Anne Wiazemsky y uno de mis títulos de
culto personales que nadie más parece haber visto. Un par de meses después, “Inexorable”
se estrena en la plataforma Movistar +, mientras que dos películas anteriores de
Du Welz, “Alleluia” y “Adoration”, de apariencia mucho más arriesgada, no hay
donde verlas, si le hacemos caso a Just Watch. Otro ejemplo de los caminos
que se abren y se cierran a los cineastas en el panorama de ahora.
Pero al menos en “Inexorable” había un director que ha
hecho cosas de interés, actores como Benoît Poelvoorde y un buen pulso tras
la cámara. En cambio, “Sky sharks” tenía apenas una frase, “Tiburones voladores
montados por zombis nazis”, que bastó para financiar la película y hacerla
programar a las 8 de la tarde como un producto a priori ideal para la Muestra.
Como tráiler sería genial: los tiburones nazis de marras asaltan un avión de
pasajeros y se cargan a todo el mundo con abundante “gore” e infinidad de
pechos femeninos descubiertos que, quién lo iba a decir hace apenas 10 años,
vuelven a ser algo controvertido, como en los años 50 o 60, y que aquí están
para provocar o porque el realizador alemán Marc Fehse echa de menos no haber
vivido en los tiempos de Russ Meyer (aunque Meyer no era solo mujeres de
grandes pechos: las secuencias de montaje vertiginoso con las que sorprendía este cineasta no están al alcance de todo el mundo).
Consultaría Wikipedia para refrescar en mi mente la
sinopsis, pero no lo necesito, porque es básicamente la escena del ataque al
avión, que si hubiese sido un corto nos habría encantado a todos, una hora y
pico de exposición aclarando el origen de lo que hemos visto (si es que hacía
falta), otro ataque a otro avión exactamente igual, y la promesa de una
continuación. “Sky sharks” es uno de los mejores ejemplos que se me ocurren de
cómo una idea delirante es suficiente para que miles de desconocidos ayuden a
financiar una película mediante “crowdfunding” y de cómo esa idea no basta para
armar un discurso narrativo porque básicamente no hay nada más, solo detritos
de sesiones de videoclub (hay como media hora de reloj de un homenaje al
subgénero “Rambo” que me apuesto lo que sea a que en la propuesta original no
aparecía) y un gamberrismo bastante inocuo que cree descubrir la pólvora
ironizando con que el emergente superpoder estadounidense hizo sus componendas
con lo que quedaba del III Reich.
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