sábado, 6 de agosto de 2022

532: XVIII Muestra SyFy: Los platos fuertes



Las sesiones de las 10 del viernes y el sábado incluyeron los que posiblemente serán los títulos más recordados de esta Muestra (ya dijimos que la clausura con “Virus 32” dejó bastante fríos a los aficionados), aunque su buena aceptación no haya sido óbice para que ambos se estrenen directamente en plataformas, algo que parece inevitable porque el sector de la exhibición en salas no ve el término medio entre el blockbuster de Marvel y la película independiente de temática social con ciertos estilismos de autor pero sin pasarse.

Pero aun así extraña y da rabia que no se considere que un título como “Freaks out”, propuesta italiana de Gabriele Mainetti, director de la curiosa “Le llamaban Jeeg Robot”, no haya tenido una oportunidad en salas cuando precisamente es una respuesta al cine de superhéroes estadounidense, creando su propio grupo de “X-Men” a base de monstruos de feria superpoderosos que tratan de vivir su vida itinerante hasta que el III Reich se inmiscuye. El humor un tanto más gamberro y menos infantil (para muestra, uno de los “freaks” es muy aficionado a masturbarse y en un plano lo vemos provisto de un gran pene) incluye también de manera inteligente un buen número de anacronismos justificados por el poder del villano nazi, un pianista de seis dedos en cada mano, para ver el futuro (quizá la primera vez que nos ha gustado una actuación de Franz Rogowski, porque aquí le dejan exagerar). Pero el despliegue de medios, lo atractivo de la trama y el desarrollo, no han evitado que a los siete días “Freaks out” fuera el estreno de la semana de cierta plataforma que empieza por M, con lo cual es muy probable que, caducados los derechos, la peli caiga en el limbo si otros distribuidores “online” no la retoman. Antes, cuando todo se editaba en físico, las películas siempre terminaban por encontrar su espectador. Ahora, pasarás mil veces por el menú de cine de Movistar y lo mismo nunca te enteras de que “Freaks out” estuvo allí.



La otra película estelar, “El calendario de adviento” fue un poco más el tuerto en el país de los ciegos. Es obvio que al lado de la enésima comedia de vampiros, de la enésima historia de niños secuestrados y de la enésima chorrada con zombis nazis, el poder de un peculiar calendario antiguo para hacer realidad tus deseos a medida que va revelando día a día su contenido, detrás del cual se oculta un enigmático y escalofriante ser sobrenatural, todo esto vaya a recibirse como maná caído del cielo. Estética y narrativamente, la película del belga Patrick Ridremont (quien, no puedo resistirme al salseo, estuvo casado con Virginie Efira) tenía que destacar por fuerza, y si tenéis en cuenta que siguió a la monocorde “Sky sharks” ya lo he dicho todo.

Aunque pegas se pueden poner, claro. Aparte de las trampitas de tahúr que los guionistas se permiten hacer con sus propias reglas (habría que ver otra vez la peli, pero creo recordar que era la propia protagonista la que tenía que comerse los caramelitos y peladillas de cada día, y a la postre esto da un poco igual para que la magia funcione), “El calendario” echa mano de un recurso que me suele molestar: que los protagonistas sepan lo mismo que los creadores de la historia, muy por delante del espectador, y sean capaces de llegar a deducciones y conclusiones a los que alguien en su situación de tensión emocional jamás llegaría. Me pone loco en especial que la protagonista tome consciencia de que el poder del calendario convierte el mes de diciembre en un bucle temporal sin fin, siguiendo el efectismo del “concepto flipante” abierto por Christopher Nolan y que en este caso quizá sea mejor no examinar con microscopio. Aunque es evidente que la película engancha más al espectador que la gran mayoría de lo proyectado durante ese fin de semana en el Palacio de la Prensa, lo cual, pese a venir avalada por una distribuidora importante, la ha hecho merecedora de estreno directo en el menú de alquiler de una plataforma cuyo nombre empieza por M y termina con un signo matemático, etc., etc.

Al final por eso hay que seguir defendiendo eventos como la Muestra SyFy, acierten más o menos: son los únicos que creen que el fantástico menos palomitero merece verse en pantalla grande. Pero también se ha demostrado este año que dormirse en los laureles puede ser fatal: si no ofreces algo que las plataformas no pueden ofrecer (y me temo que las interminables presentaciones de Dolera, incluyendo sus bailes al ritmo del tema de "Los cazafantasmas", que “robaron” películas a quienes necesitaban llegar pronto a casa, no son el incentivo ideal) puede pasar que las butacas se sigan vaciando, y si los números no salen, pues. Esperemos que se trate de un bache temporal y que el nivel de la Muestra remonte, pues hay por ahí muchos virus en busca de atención mediática y necesitamos dosis más fuertes de imaginación para combatirlos.

531: XVIII Muestra SyFy: Terrores irlandeses



No sé si muchos os habéis dado cuenta de la labor continuada de la Muestra a la hora de difundir el cine fantástico irlandés. Ahora mismo, sin hacer una labor intensa de investigación, me vienen a la cabeza “Grabbers”, “Song of the sea” y “The cured”, en las que los tropos del terror o la fantasía se empleaban para subrayar temáticas idiosincráticas del país del arpa y la Guinness, como pueden ser el alcoholismo festivo o el problema terrorista. Bien es verdad que formalmente suelen virar más hacia el lado feísta de lo británico, a la par que hacia un gamberrismo que nos puede pillar muy cercano al venir de la catarsis de un catolicismo que por aquellos pagos no estaba vinculado a un régimen dictatorial y por tanto nunca se ha ido. Y además imagino que serán películas con derechos de proyección mucho más negociables.

La verdad es que este año Irlanda tuvo algún que otro título que levantó un poco la moral tras el bajón. Después del linchamiento público de la discreta “Settlers” y la decepción para algunos de nosotros con “Inexorable”, la comedia de terror “Let the wrong one in” (rebautizada para su estreno en la plataforma Movistar con el bastante adecuado “Date el piro, vampiro”) al menos otorgó una ración de descaro, buen ritmo y cierta imaginación.

Como siempre, la gran trampa es querer dar una sinopsis, porque eso terminaría levantando la liebre de que la película nos cayó bien porque en aquel momento necesitábamos algo así, pero que en frío sería algo vulgar y corriente visto miles de veces. La epidemia vampírica que amenaza Irlanda después de que un grupo de marchosas maduritas se trajera el virus de una despedida de soltera en Rumanía llega a un hogar modesto donde el hermano bueno, responsable y sin éxito vive en perpetua tensión con el hermano “malo”, drogadicto, macarra y carismático. También anda por allí un señor mayor, probablemente inglés, obsesionado con los horarios de trenes, que es un poco el Van Helsing de la historia.

Humor sin complejos y escenas “gore” no muy mal resueltas junto a la típica trama en la que los hermanos opuestos aprenden a imitar lo mejor del otro y una broma recurrente sobre las dificultades para volar del reciente vampirizado, que puede resultar divertida si reparamos en que viene del país de Ryanair. No recuerdo mucho más salvo que había coña post-créditos, en la que el hermano mayor, casado con su novia, hablaba con su familia por Skype del ataúd que acababa de comprar en Ikea, pero no me quedé porque las entradas, despreciando el acierto del especial Halloween, volvían a ser no numeradas y se hacía necesario correr hacia la cola de la película siguiente.



El otro título irlandés, “The cellar” (solo una de las 11 películas de largometraje que he encontrado en IMDB con el mismo título), fue un ejemplo sólido y sin originalidad de relato sobre casas encantadas, que según escribimos esto TAMBIÉN ha sido estrenado en la plataforma Movistar (vamos, propongo desde ahora que esto deje el patrocinio del canal SyFy y pase a llamarse Muestra Movistar de Cine Fantástico). Protagonizada por una ya madurita Elisha Cuthbert, unos pocos años después de “Captivity” de Roland Joffé y de la serie “24”, la película relaciona la misteriosa desaparición de una chica dentro de su propia casa con una serie de extraños símbolos que el excéntrico arquitecto que construyó la mansión situó en ella por doquier con fines tal vez no solo decorativos…

Es el tipo de película bien llevada, sin alardes innovadores, que deja claro que sus guionistas conocen la tradición literaria del género (no olvidemos que todo un grande como Sheridan Le Fanu nació en Dublín) y por tanto puede resultar simpática a los amantes del cine clásico que quizá arrugarían la nariz si el director Brendan Muldowney hubiese decidido romper la baraja y ofrecer algo distinto y radical. El público se lo pasó muy bien contando los escalones cada vez que Elisha bajaba al sótano (porque si cuentas demasiados quizá estés bajando a otro lado) y el final nos gustó por recordarnos al de cierta película de cierto director italiano, ambos permaneciendo innominados por aquello de no “spoilear” y tal.

530: XVIII Muestra SyFy: Lo que pudo haber sido y lo que nunca fue



Uno de los títulos que más me ilusionaban de la Muestra era “Inexorable”, porque suponía el regreso al cartel del evento de un cineasta, Fabrice du Welz, que firmó uno de los títulos más emblemáticos y controvertidos de la etapa en el Palafox, “Vinyan”, y ha tenido una trayectoria posterior mayormente olvidada por la distribución convencional y por las plataformas. Dado que tanto la citada “Vinyan” como su debut en el largo “Calvaire” no escatimaban en pretensiones de hacer algo artístico y diferente, pensé que “Inexorable” tenía todas las papeletas para ser el hito “autoral” de esta Muestra.

Sin embargo, lo que nos encontramos fue un ejercicio de estilo que trataba de dar un toque personal a motivos ya muy vistos en el cine. Un poco de niñera maligna, un poco de invasión doméstica, e incluso el muy usado recurso del escritor superventas que en realidad plagió la obra que lo catapultó al estrellato (el mundo francófono parece fascinado por lo que yo llamo el “thriller literario”, para muestras “El hombre perfecto”, de Yann Gozlan, o, en una vena relacionada pero menos orientada al suspense, “La biblioteca de los libros olvidados”, con Fabrice Luchini).

Salvando algunos atrevimientos formales que me hacen pensar en cuando Godard componía sus planos en base a los colores de la bandera de Francia, pero aquí en versión más sucia y distorsionada, “Inexorable” me dejó una impresión muy convencional, apuntando muchos posibles caminos (entre ellos la rebeldía precoz de la hija a ritmo de rock o la herencia del fascismo belga en la familia en la que ingresa el escritor por matrimonio) pero se me queda en un híbrido de cosas ya vistas en el que al menos destaca Alba Gaïa Bellugi, a quien admiré como actriz infantil en “Je m’appelle Élizabeth”, película de 2006 basada en una novela de Anne Wiazemsky y uno de mis títulos de culto personales que nadie más parece haber visto. Un par de meses después, “Inexorable” se estrena en la plataforma Movistar +, mientras que dos películas anteriores de Du Welz, “Alleluia” y “Adoration”, de apariencia mucho más arriesgada, no hay donde verlas, si le hacemos caso a Just Watch. Otro ejemplo de los caminos que se abren y se cierran a los cineastas en el panorama de ahora.



Pero al menos en “Inexorable” había un director que ha hecho cosas de interés, actores como Benoît Poelvoorde y un buen pulso tras la cámara. En cambio, “Sky sharks” tenía apenas una frase, “Tiburones voladores montados por zombis nazis”, que bastó para financiar la película y hacerla programar a las 8 de la tarde como un producto a priori ideal para la Muestra. Como tráiler sería genial: los tiburones nazis de marras asaltan un avión de pasajeros y se cargan a todo el mundo con abundante “gore” e infinidad de pechos femeninos descubiertos que, quién lo iba a decir hace apenas 10 años, vuelven a ser algo controvertido, como en los años 50 o 60, y que aquí están para provocar o porque el realizador alemán Marc Fehse echa de menos no haber vivido en los tiempos de Russ Meyer (aunque Meyer no era solo mujeres de grandes pechos: las secuencias de montaje vertiginoso con las que sorprendía este cineasta no están al alcance de todo el mundo).

Consultaría Wikipedia para refrescar en mi mente la sinopsis, pero no lo necesito, porque es básicamente la escena del ataque al avión, que si hubiese sido un corto nos habría encantado a todos, una hora y pico de exposición aclarando el origen de lo que hemos visto (si es que hacía falta), otro ataque a otro avión exactamente igual, y la promesa de una continuación. “Sky sharks” es uno de los mejores ejemplos que se me ocurren de cómo una idea delirante es suficiente para que miles de desconocidos ayuden a financiar una película mediante “crowdfunding” y de cómo esa idea no basta para armar un discurso narrativo porque básicamente no hay nada más, solo detritos de sesiones de videoclub (hay como media hora de reloj de un homenaje al subgénero “Rambo” que me apuesto lo que sea a que en la propuesta original no aparecía) y un gamberrismo bastante inocuo que cree descubrir la pólvora ironizando con que el emergente superpoder estadounidense hizo sus componendas con lo que quedaba del III Reich.

La película, en su secuencia inicial, se permite incluso crear los típicos personajes delirantes de serie B a los que esperamos ver combatir la amenaza de los tiburones (con ideas, como la de un cura ex pandillero, digamos que un poquito inspiradas en “Abierto hasta el amanecer”) para hacer un gesto que se quiere anticonvencional matándolos a todos en los cinco minutos siguientes. Y no faltan subtramas que se abren para nunca ser retomadas de nuevo, pero claro, le dirás al director de “Sky sharks” que ha engañado al público y a los productores y se ha inventado la película sobre la marcha sin mucha o sin ninguna inspiración más allá de las imágenes que puedan aparecer en un tráiler, y te contestará orgulloso que él no ha engañado a nadie porque prometió tiburones voladores montados por zombis nazis y eso fue exactamente lo que ha dado. Y lo mejor de todo es que tendrá razón.

529: XVIII Muestra SyFy: Juegos de medianoche


E
xtrañamente para una Muestra que no vivió este año sus horas más gloriosas, el apartado de las sesiones golfas no fue tampoco muy reprochable, teniendo en cuenta, y en el Palacio de la Prensa lo hemos visto unas cuantas veces, que hacer una buena película de medianoche no es tan fácil. Siguiendo las piruetas retóricas tramposillas al estilo “esto es buena literatura pero mala ciencia ficción”, está claro que una buena película de medianoche puede perfectamente no ser una buena película en general, pero poseer una serie de elementos estrafalarios, ineptos o de pésimo gusto que la hacen salirse tanto de la dimensión del “buen cine” que la introducen por sí misma en otro universo a ser posible habitado solo por ella pues no hay otro film comparable.

No puedo dedicar semejante elogio disfrazado de condenación a “The nanny’s night”, pero por alguna razón la disfruté. Empezando por su imposible voluntad de parecer una producción anglosajona rodando en inglés, intención inmediatamente traicionada al ser evidente que los actores no son nativos y dándole igual a todos los implicados a base de desparpajo, la película puede recordar, por su falta de complejos y sus ganas de divertir a pesar de, o gracias a, los escasos medios, a las producciones de Norberto Ramos del Val, aunque sin el afán por poner un chiste en cada escena que hace de Norberto una especie de émulo en clave de serie B hispana de Zucker, Abrahams y Zucker.

Las dos niñeras que buscan sacrificar a una virgen para conseguir favores diabólicos no son una temática nueva ni siquiera en la Muestra (sin ir más lejos, en el 2019 vimos “Satanic panic”, de temática muy relacionada) y eso sin hablar de cierta producción bastante vista de Netflix, pero el ritmo está bien mantenido y si algunos chistes no son los mejores al menos te los cuenta alguien que te cae bien. Es una película que apela al sentido de la amistad entre los aficionados, los que se van a alegrar de volver a ver a Diana Peñalver tantos años después de “Braindead” (y de “Fotos” de Elio Quiroga) o los que celebrarán el cameo estelar de Antonio Mayans y Lone Fleming, todo un guiño a los tiempos idealizados del “fantaterror” mucho más que cualquier escena post-créditos de las películas Marvel. Amén de que en la presentación noctámbula por parte del equipo artístico, sentí que se nos trató mucho más como adultos de lo que nunca ha hecho Dolera: en lugar de Huesitos se nos arrojaron preservativos Control. Tengo uno de ellos. Ahora mismo es un poco dudoso que vaya a poder utilizarlo en los dos años que quedan hasta su caducidad, pero el detalle se agradece.



La otra peli de medianoche, “Slumber party massacre” tiene el cierto hándicap de ser un original del canal SyFy, lo cual limita a priori lo lejos que puede llegar en violencia dentro del género “slasher”, pero a la postre puede resultar curiosa a los que gusten del subgénero por el cierto gracejo con el que intenta responder al machismo que siempre se considera inherente a este tipo de películas (a algún amargado le sentarían mal las bromas inocuas sobre “masculinidad frágil”, pero hay que reconocer que la escena en la que un “tío bueno” luce su físico bajo la ducha es graciosa). Tengo entendido que se trata de un remake, o de un reboot, de una saga "slasher" iniciada en los 80, con lo cual quizá amén de homenajear se pretenda un poco redefinir un subgénero para estos tiempos revueltos...

En cuanto a comedia sobre malentendidos en torno a tópicos del terror estamos bastante lejos de, por ejemplo, “Tucker y Dale contra el mal” (que, lo repetimos, se proyectó en una sesión de las 4), pero hay que reconocer, incluso si nos pareció un producto cumplidor y estandarizado sin mucha brillantez y desde luego sin la locura genuina que nos puede mantener despiertos a esas horas, que tampoco era un “Crazy bitches” y no daba gato por liebre. Eso sí, a la salida nos esperaba una ciudad tomada por las celebraciones de la Champions del Real Madrid y una larga noche en la que fue difícil llegar a casa.

528: XVIII Muestra SyFy: Terrores latinos





De vez en cuando reflexiono y me gusta corregir un poco injusticias relativas. Aunque sigo pensando que la decimoctava edición fue programada y concebida con menos mimo que otras anteriores, algo que sienta peor al ser la primera de la era post-pandémica, esto no significa que no podamos reconocer aciertos parciales, como por ejemplo la atención, nunca antes prestada en el evento, a las películas de nuestros géneros producidas en Sudamérica, muy raramente distribuidas entre nosotros antes de la era de las plataformas de streaming por la razón sencilla, vista precisamente en las proyecciones de este año, de que el público español en general no desea acostumbrarse a otras maneras de hablar su idioma. La era de los estrenos de Disney doblados en México ya quedó atrás, y sin embargo el inglés al que estamos acostumbrados todos es la variante de allende el Atlántico, mucho más difundida que la europea al igual que pasa con las versiones de la lengua de Cervantes que orbitan en el planeta latino.

Así pues, tomar el testigo del extinto festival Nocturna ofreciendo en pantalla grande terrores sudamericanos es una buena iniciativa sobre el papel: ahora faltaba seleccionar los títulos. La chilena “Apps”, por ejemplo, era una apuesta prometedora para un servidor, que siempre ha amado y amará las películas de episodios al ser el último bastión de la forma corta en cine. Otra cosa es que en la práctica suela tratarse de la unión para la exhibición conjunta de varios cortometrajes independientes, lo cual puede desembocar en una ensalada extraña de ritmos y tonos. El hilo conductor, la presencia en cada una de las tramas de algún tipo de aplicación móvil, resulta tan llamativo para el público de ahora como contradictorio para una película que después de todo se pretende mostrar en pantalla grande. Quizá se eche de menos una cierta dialéctica entre el mundo cotidiano de las pequeñas pantallas y la gran narrativa de la pantalla grande, pero de lo que se trataba era de ofrecer pequeñas historias provocativas y a ser posible divertidas.

Esto se consigue solo a medias. No estoy muy seguro de que las dos primeras historias, sobre la realización de un asesinato en directo que topa con una especie de mujer lobo y las extrañas consecuencias de una aplicación capaz de espiar a los vecinos, estén especialmente bien contadas; en el primer caso el cúmulo de temas quizá se apoye demasiado en el diálogo para su comprensión, y en el segundo, a priori el más ambicioso al optar por una narración cien por cien visual, no se encuentra el equilibrio entre el suspense y la extrañeza, con un desenlace que pocos comprendieron del todo.

Las dos historias restantes fueron más satisfactorias. La tercera, sobre unos niños de buena cuna que contratan por la red una cabaña para sus vacaciones, donde terminan siendo sacrificados por un extraño culto, une al gamberrismo de su “gore” y a su no muy sutil comentario social (pero aquí ¿quién quiere sutileza?) unas gotas del hoy muy en boga “folk horror”, y la cuarta, tal vez la mejor, une a sus ironías femeninas sobre las aplicaciones tipo Tinder (las masculinas no parece ni que hablen de lo mismo) el siempre agradecido motivo de los niños malignos con poderes y un contexto político chileno que se remonta a la dictadura militar de Pinochet, amén de dejarnos sorprendidos ante el hecho de que los éxitos de Joan Baptista Humet llegasen al Cono Sur. Pero el poso general que deja “Apps” es de irregularidad.



En cambio, la uruguaya “Virus 32”, elegida para la clausura, es bastante brillante en factura técnica y pulso narrativo, con unos complejos planos secuencia que buscan competir con los de Cuarón o Iñárritu y una definición de los espacios bastante competente que favorece la tensión. El problema surge de la obvia condición de ejercicio de estilo que sobrevuela el metraje, así como del patrocinio de la plataforma Shudder, que, como ya dijimos en una entrada anterior, no está por la labor de estimular la creatividad de un cineasta, aunque bien es cierto que el título más conocido de Gustavo Hernández es “La casa muda”, conocida más como desafío técnico (se dice que es la primera película de terror rodada íntegramente en plano secuencia) que por cualquier cosa que se propusiera contar.

Estamos ante el enésimo apocalipsis zombi, con la diferencia de que, tras un ataque, los infectados necesitan, no sabemos por qué, 32 segundos para “recuperarse”, lo cual da ocasión para alguna buena escena de suspense pero no para que cualquiera de las sinopsis existentes de la película supere las 150 palabras. Habría que replantearse un poco lo de la supervivencia como único motor de una trama, habida cuenta de que la llegada de una pandemia, que podría ser la primera de varias (me da palo que ya vayan introduciendo el término serio “viruela símica” para reemplazar “viruela del mono”, que parecía de coña) ha terminado de minar la efectividad de unos subgéneros que precisamente se apoyaban en que la existencia privilegiada de los habitantes del primer mundo raramente los ponía en situaciones de vida o muerte. El recurso a los madres y padres “coraje”, usado también en la película, va pillando lejos a una juventud que vive como quien no quiere la cosa un cierto retorno a la precariedad.

Fue un tanto frustrante ver como fin de fiesta un título competente pero de nivel medio que habría hecho mejor papel a las 6 u 8 de la tarde. Si hubiésemos visto el domingo a las 10, por ejemplo, “Todo a la vez en todas partes”, que dibuja una “x” tras otra en la “checklist” de lo que el público medio de la Muestra SyFy busca en una película, habríamos salido a la Gran Vía con otra cara, creyendo más en las posibilidades de nuestras vidas y flipando en colores ante el mero concepto de que el intérprete del marido de Michelle Yeoh fuera el mismísimo Ke Huy Quan. Pero esa peli se la llevó “Tiempo de Culto Weekend”. Veo rivalidad en el horizonte…