No marigolds in the Promised Land: There's a hole in the ground where they used to grow.
viernes, 31 de julio de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XXX)
Para que el mundo continúe, es necesario el sacrificio de la belleza. Así habla el Andrógino, en la Alcoba del Lis y el Loto del Castillo de Mármol. Nuestra tierra muere, dice él/ella. Sus dos soles apenas lucen, las tierras apenas mantienen árboles torcidos cuyos frutos arrugados desagradan al paladar. Los úteros de las madres tan sólo dan vida a seres infames y estériles. Yo soy, dice el Andrógino, el último ser bello sobre este mundo... hasta que llegaste tú (refiriéndose a Pamela). El señor del castillo ha perdido el juicio, susurran los deformes sirvientes; la extranjera le perturba, dicen que le obsesiona, pero su única reacción es pasar noches en vela, intentando copular consigo mismo. Al amanecer, hace conducir a siete muchachos y siete muchachas del poblado a la torre más alta del castillo. Nadie sabe lo que sucede allí, pero a veces brota sangre de las junturas entre las piedras, mancillando brevemente la pureza del mármol. La extranjera debe morir, todo sea por el bienestar y la salud mental del reino.
Todo esto lo sueña Papa Vendredi una noche, acampado entre la nieve. Extraños ojos relampaguean más allá de la hoguera, pero Papa Vendredi sueña tranquilo con la mazmorra, con Ops, el ser gelatinoso, que aprende por primera vez, gracias a la sugestión de Takeshi, su habilidad para fluir debajo de la puerta y acceder a las llaves.
Desde un tejado de Ciudad Centro, por la noche, Foxy, la gata de Malou, observa el paso del Arlequín, la larga sombra que éste proyecta a lo largo de la fachada neoclásica del Consistorio. Siguiéndolo, de tejado en tejado, lo ve penetrar en el portal art déco del Santuario de Soto. Por allí también merodeaba Fritz, el gato de Tobías, de modo que Foxy es desviada de sus pesquisas por este encuentro que tantas repercusiones tendrá sobre nuestra historia.
En otro lugar, un Pedro Arteaga desquiciado y desmadejado escribe con su propia sangre varios compases inmortales del Niño con Peluca. Llegado al segundo movimiento de la obra, Pedro pierde el conocimiento, y una vecina que le ha oído caer llama a Urgencias.
En el sótano del Doctor Misterio, un extraño arrebato de Bungle le hace liberar a Vera de sus ataduras. Inmediatamente, Vera se abalanza hacia él con furia homicida, pero el ataque es eludido. Tomando una hoja de papel y un bolígrafo, Bungle escribe y muestra a Vera esta frase: “Con lo dulce que eras antes. ¿Cómo has cambiado tanto?”
(Continuará)
jueves, 30 de julio de 2009
Archivos VHS: "El torreón" (1983)
La modalidad más curiosa de película no editada en formatos digitales es aquella que proviene de directores de éxito en la industria con una base establecida de fans dispuestos a pagar incluso por la edición de sus películas caseras o de los cortometrajes nudies que hubiese rodado con sus primas en la playa a los 16 años.
El caso más claro es el de Spielberg con “1941”: pese a los éxitos posteriores del cineasta, a la Columbia probablemente le gustaría que esta película no existiese, y quizá también a su director. Llama la atención una ausencia tan clamorosa en las ediciones domésticas de una filmografía tan importante. Quizá también a Spielberg le interesa enterrar el recuerdo de una película que sin embargo no es peor que otras suyas editadas por todo lo alto, y véase ese punto negro que es “La terminal”.
Con lo que no contaban ni Spielberg, ni la Columbia, ni nadie, es con que la película sigue programándose de vez en cuando en los canales de televisión, y es ahí cuando nuestro viejo amigo el VHS entra en escena. Lo mismo reza para Michael Mann y “The keep”.
Es raro que un tipo que ha rodado películas tan célebres y elogiadas como “Heat” o “Collateral” (amén de la infravalorada “Corrupción en Miami”) y está a punto de estrenar "Enemigos públicos" no haya movido ficha para que su segunda peli como director vea la luz en DVD. Una posible razón podría ser su descontento con ella: al fin y al cabo es bastante diferente en lo temático de todo lo que ha hecho después, bastante arriesgada, bastante desigual y con bastante probabilidad de despertar malos recuerdos.
Con todo, “The keep” (o, como se llamó en su único estreno videográfico español, en costroso “pan & scan”, “El torreón”) es otra prueba más de cómo los extremos se tocan y de cómo las tramas más serie B son susceptibles del tratamiento más “arte y ensayo”, porque en el fondo la serie B y el arte y ensayo son una cosa y la misma. El guión de la película (un crédito en solitario que no hace cubrirse de gloria precisamente a Mann) cabe en medio folio: un destacamento nazi llega a un pueblo rumano donde un torreón mantiene encerradas las fuerzas del mal; la codicia humana libera estas fuerzas con mortales resultados, hasta que un guerrero inmortal llega para arreglar el asunto.
Nada del otro jueves, salvo que Mann, con bastante buen criterio dada la no excesiva originalidad del argumento, opta, a la hora de rodarlo, por preguntarse: ¿cómo lo habría hecho Werner Herzog? Por lo cual lo más importante de todo es la atmósfera, el paisajismo y los elementos visuales; a nivel de diálogo y caracterización de personajes, la película es floja, y esto seguramente es la contribución decisiva a que muchos tengan mala opinión de ella. Puede ser que hubiese una notable escabechina en la sala de montaje, pero también dan cierta grima los discursos de Jürgen Prochnow en plan “nazi humanista” cuando apenas sabe pronunciar el inglés, las miradas torvas de Gabriel Byrne como maligno jefe de tropa, el peinado ochentero de Alberta Watson, tan fuera de lugar en 1941, o las furias de declamación teatral de Ian McKellen, que no se podría ni imaginar entonces que esta frívola incursión en lo fantástico prefiguraba su fama mundial veinte años después como Gandalf o como Magneto. En cuanto a la personificación del Mal, su chulísimo diseño plagiado del Darkseid de Jack Kirby se reconcilia mal con las toneladas de látex usadas en su plasmación, que le dan un aspecto francamente falso.
Únanse estos defectos al énfasis en unos efectos visuales que hoy se ven bastante anticuados (tanto es así que la película contiene los últimos trabajos para el cine de Wally Veevers, el abuelete que ayudó a Kubrick con el viaje psicodélico de “2001”) y nos explicaremos la mala recepción de esta película en su momento, que sería igual de mala, o peor, si se estrenase hoy (y, de paso, si en el crédito de director figurase M. Night Shyamalan).
Pero, como uno es un seguidor de las causas perdidas, no puede evitar encontrarle encanto a esta película. El decorado del pueblo rumano y la amenazadora torre creada más para evitar la salida de alguien que la entrada, reconstruido en los estudios Shepperton, resulta sugestivo, logrando una atractiva confrontación entre una arquitectura popular, diferente a la usual en Europa occidental, con la angulosa maquinaria bélica que entra en el poblado. El momento de revelación, después de que los codiciosos soldados retiren las cruces de plata que mantienen encierrado el mal, de que el interior de la torre es mucho más vasto que su exterior, descubriéndose una inmensa caverna al fondo de la cual se vislumbra un monumento megalítico, posee una elegancia visual y un sentido de la maravilla imposibles de ver en cualquier producción cutre reivindicada por los puristas del cine fantástico. La escena erótica entre Scott Glenn y Alberta Watson, rodada con profusión de picados y montaje entrecortado, podrá parecer gratuita pero me gusta su manera de sugerir, cuando los amantes se entrelazan sentados uno frente al otro, tocándose con los brazos extendidos, que el abrazo íntimo de un hombre y una mujer es la verdadera cruz que nos protege contra los poderes de la oscuridad. Por otro lado, la escena final, con el enervante fondo musical del tratamiento por Tangerine Dream del “Gloria” de Thomas Tallis (que parece creado a partir de un disco rayado del original, con un pasaje repetitivo al que se suman capas y capas de sintetizador), se adelanta a los tensos montajes musicales de Mann en “Hunter” o “El último mohicano”, sin que la aparición por sorpresa, en plan macroconcierto, de las luces “varilite” llegue a estropear del todo la armonía de las composiciones de plano y el montaje.
En suma, que no es una maravilla del cine fantástico, pero tiene sus momentos y es indudablemente rara, lenta e hipnótica, demasiado “europea” para un Hollywood que en aquella época aún no había caído al cien por cien bajo el imperio del “blockbuster”, pero no andaba muy lejos: de hecho, fue esta película una de las que pareció dar la razón a los ejecutivos, máxime cuando la sinopsis debió de ser vendida a la Paramount gracias a sus similitudes superficiales con el gran éxito de la productora dos años antes, “En busca del arca perdida”. Pero, ay amigos, qué diferentes los resultados, para bien y para mal. Y ya que hemos cerrado el círculo volviendo a Spielberg, también toca cerrar la puerta de “El torreón”.
miércoles, 29 de julio de 2009
Archivos VHS: "El Mesías salvaje" (1972)
El esfuerzo de la industria audiovisual por vendernos la alta definición como nuevo soporte de referencia podría tener entre sus efectos secundarios la desaparición en el limbo de algunas películas no editadas aún ni siquiera en el obsoleto DVD, películas en algunos casos meritorias, curiosas, extravagantes y a veces francamente buenas.
Por ejemplo, hoy en día me parece francamente improbable que alguien se decida a editar en cualquier soporte, viejo o nuevo, “El mesías salvaje”, película de Ken Russell por la que siempre he sentido debilidad. Ya se ha hecho referencia aquí a Ken Russell en alguna otra ocasión, con que no voy a repetir generalidades sobre este señor, aunque, vistas las primeras manifestaciones reivindicativas que he leído últimamente sobre su persona, claramente jocosas, convendría recordar que a veces las apariencias engañan.
Ciertamente, cualquiera que asocie el nombre de Russell al mundo desenfrenado de “Tommy” o “Lisztomania” se sorprendería por lo comparativamente sobria que es “El mesías salvaje”. Digo "comparativament"e porque, es obvio, no faltan ni el frenesí físico, ni las interpretaciones desbocadas, ni ese frecuente recurso a lo que yo denomino el "camp" (valiéndome regañinas de exquisitos expertos en la obra de Susan Sontag), pero, aun así, se observa un cariño hacia sus personajes, una relajación de la usual iconografía fálica o anacrónica, que marcan cierta diferencia.
La historia de Henri Gaudier-Brzeska, joven escultor que vivió una atípica relación amorosa con una condesa polaca de edad madura y murió en las trincheras de la Gran Guerra justo antes de su primera gran exposición, es para mí uno de los retratos fílmicos definitivos de la figura del Joven Artista Alocado y Extravagante, a la par que una historia de amor bastante entrañable, y es precisamente el estilo frenético del tío Ken el que salva de la pesadez a los discursos de Henri sobre la misión del arte o del empalago a las vicisitudes sentimentales de la pareja.
Russell, desde sus míticos documentales de la BBC (que al menos en zona 1 sí están editados), se propuso acercar las artes exquisitas al gran público mediante los enfoques menos intelectuales posibles, de ahí que entre sus armas predilectas se haya encontrado siempre el recurso al ridículo, al que se lanzaba cada vez que los personajes o sucesos tratados le inspiraban particular antipatía (véanse la ya descrita conversión de Mahler al cristianismo o el vitriólico ataque a Richard Strauss, por sus amistades nazis, en su programa, imposible de ver hoy día, “Danza de los siete velos”).
De ese modo, el mundo exquisito y amanerado de los marchantes de arte es puesto en solfa mediante un hilarante grupo de lechuguinos pomposos y groupies de la alta sociedad carcterizadas como si salieran de un cuadro prerrafaelista, todos ellos equiparando, mientras suena un disco de Debussy el impresionismo con un síntoma de la homosexualidad. En cambio, nuestros dos héroes, Henri (un inolvidable Scott Antony cuya única otra actuación protagonista, también en el limbo del VHS, es la increíble “Las mutaciones” de Jack Cardiff) y Sophie (Dorothy Tutin, seguramente una actriz teatral sin mucha más trayectoria en el cine) son seres espontáneos y vulgares fuera de lugar en ese ambiente clasista, como ella misma pone de manifiesto cuando, al solicitársele una “melodía popular polaca”, se suelta con una conscientemente lamentable interpretación de una canción titulada “Dos pulgas”, momento grotesco por excelencia que supone todo un insulto al sentido de la propiedad burgués y que se culmina con un significativo gesto de desafío por parte de ella que resume muy bien todo lo que fue Ken Russell.
La sutileza nunca fue el fuerte de Ken (por ejemplo, nada más empezar la película, uno de los hechos principales que hacen especial la relación entre Henri y Sophie, la diferencia de edad, es subrayado tanto en el diálogo como en la cámara y el montaje), pero sería absurdo reprochárselo si luego despreciamos por finolis las producciones Merchant Ivory. Si, acerca del movimiento sufragista, nos dan a elegir entre ver “Las bostonianas” o ver, en “El mesías salvaje”, a una joven Helen Mirren interrumpiendo un número de cabaret rajando una copia de “La maja desnuda” para a continuación entonar (es un decir) una horrorosa canción titulada “Vote for women” mientras nuestro héroe, a quien su Sophie le niega el contacto carnal, le grita desde el público piropos como “¡Quítate las bragas!”, yo tengo clarísima mi elección. Si encima poco después tenemos a la misma actriz en su curvilíneo esplendor (que en nuestra ignorante época de la talla 36 por decreto se consideraría gordura vergonzante) protagonizando uno de mis desnudos favoritos del cine, no hará falta insistir.
Pero hay más: los peculiares detalles biográficos dignos de Marcel Schwob, recreados con esmero y mimo (por ejemplo, el cesto de paja de Sophie y la enorme cantidad de utensilios para escribir que coloca por orden sobre la mesa de la biblioteca cuando conoce a Henri), los fascinantes decorados creados por el luego también director Derek Jarman (el cabaret modernista “Vortex”, cuyo escenario parece salido de “La inhumana” de L’Herbier, pero con colorines Titanlux, o el sótano vecino al ferrocarril donde malviven Henri y Sophie, con una claraboya superior por donde se ve cuanto pasa en el mundo exterior y que es aprovechado en todo su potencial en el inolvidable plano que cierra la película), la chispeante picaresca (como cuando Henri, instado a mostrar a un marchante un “torso neoclásico” realizado en mármol, crea en una noche loca la inexistente pieza tras robar una estela del cementerio), el uso de la música clásica, lejano de los tópicos en cuanto a selección y aplicación (el segundo movimiento del “Poema divino” de Scriabin para uno de los raros momentos idílicos entre la pareja, “Fiestas” de los “Nocturnos” de Debussy para ilustrar la escalada de Henri por la impresionante muralla de bloques de mármol al borde del mar), las peculiares ideas de realización y montaje (los planos detalle de los martillazos de Henri sobre las cajas que contienen sus esculturas pueden ser leídos tanto como énfasis en el ruido que tan mal soporta Sophie o como inquietantes premoniciones de los clavos que pronto se clavarán en el ataúd del propio artista), la moral sexual equívoca (Sophie niega su cuerpo a Henri, pero muestra desagrado cuando éste toma dinero del fondo común para ir a saciar sus impulsos con prostitutas, y siente celos cuando la animosa sufragista visita al artista en su sótano para practicar el sexo mientras ella limpia e interpreta “Dos pulgas” de manera aún más rabiosa), y en general la ausencia de melodramatismo (se hace poco hincapié en lo trágico de la muerte de Henri en el frente, prefiriéndose finalizar con imágenes de la exposición que lo habría catapultado a la fama).
La pena es que, a día de hoy, esta peli hay que verla en un formato de pantalla 1:1,33, claramente mutilando la relación de aspecto original y con una definición de imagen peor que si nos mostraran el fotograma completo. Da igual que sea una película entrañable que podría contentar razonablemente incluso a muchos detractores de su creador, o que sea una de las más frescas y originales biografías fílmicas de un artista: un director capaz de rodar frenesíes eróticos de monjas masturbándose en grupo o de retratar a Liszt como una especie de estrella del rock que visita a sus groupies montado en un pene gigante no parece merecer que sus mejores películas salgan en DVD. Y tampoco me espero mucho del Blu-Ray, toda vez que su reproductor más vendido, la Playstation 3, parece prefigurar en las películas editadas en el formato un estilo visual parecido al de sus juegos, lo cual excluye mariconadas postimpresionistas como las que busca evocar la fotografía de Dick Bush. En fin, que por eso, y por otras razones que iremos desgranando si se tercia, no planeo deshacerme de mi reproductor VHS.
viernes, 24 de julio de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XXIX)
Saliendo de su cuarto de baño, de donde también surgen un humo purpúreo y dos velocísimas e indistinguibles pequeñas criaturas a ras de suelo, Jason Michael se encuentra cara a cara con los cañones de una recortada, y, más allá, con la mirada iracunda de Irina, a quien Jason, naturalmente, no conoce. Al fondo, Orlando se ha calzado unas gafas negras para disimular la vergüenza que le produce aparecer en una casa extraña caracterizado de irrisorio Rambo, cananas cruzadas sobre camisa hawaiana, pantalones de camuflaje y pistola en cada mano. Al aparecer en la puerta Dios, lloroso, con una marca de bofetada en la cara, Orlando, fiel al papel que le ha otorgado su mentora Irina, lo deja K.O. de un culatazo. Irina trata de hablar, pero el resultado es estentóreo y gutural, originando en Jason escalofríos que ni él mismo sabe explicarse.
Presa de su furor poético y espoleada por los efectos positivos de la droga, que también los tiene, Carla se convierte en la mejor prostituta de Flowers, a la par que en una literata consumada que casi tiene lleno su primer bloc promocional y ya ha sustraído, no sin riesgo y apuro, el segundo en el cual seguirá garrapateando. Flowers, por su parte, comienza a quedarse horas y horas mirando y observando a su nueva chica, incluso en el curso de su faena. Ramón, que sólo habla por el bien de su jefe, dice a Flowers que semejante obsesión es indigna de un hombre de negocios de su categoría, pero sus preocupaciones son recompensadas, injustamente, con un azote de fusta que deja su cara marcada. Si no fuera porque Flowers paga el colegio a sus dos hijos pequeños...
En la comisaría, el falso inspector Tanner se halla visiblemente alterado y muestra dificultades para mantener la compostura. Llegado allí para declarar, Boris recibe de Malou una inverosímil noticia: pruenbas de última hora lo señalan como principal sospechoso de los Crímenes del Arlequín, y por tanto es arrestado en nombre de la ley.
(Continuará)
viernes, 17 de julio de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XXVIII)
Aunque estupefacta por el cariz que han tomado los acontecimientos, Vera Bach mantiene su frenesí de venganza, e intenta aprovechar el menor descuido del Doctor Misterio para asesinarlo del modo que sea y terminar con su monitorización de los tratos carnales, obligados, entre ella y Bungle, pero el Doctor, escarmentado por la fuga de Irina, aplica a su actual prisionera descargas eléctricas periódicas mediante su “vara de Júpiter”.
El padre de Vera, Geller, no parece echarla de menos, teniendo ahora a su disposición al hijo que nunca tuvo, Tobías, quien ahora descubre sus poderes telequinéticos y telepáticos, que chocan, para su estupor, con la desaprobación muy bien articulada de su gato Fritz ante todo cuanto rodea a él y a su amo.
En el Castillo de Mármol, la erección de un patíbulo en el patio hace creer a Pamela en la próxima ejecución de Takeshi, de ahí que decida ofrecerse sexualmente al Andrógino a cambio de la vida de su amado japonés. Ante la propuesta, el Andrógino ríe y llora a intervalos regulares. No es Takeshi, sino la propia Pamela, quien se prevee que muera ajusticiada.
(Continuará)
martes, 14 de julio de 2009
"Rumors of spring" de Richard Grant
El comentario de este libro podría enfocarse de tres maneras diferentes. La primera, haciendo referencia a esos volúmenes que uno guarda en su librería durante larguísimos años sin hacerles el menor caso, hasta que uno decide abordar su lectura de manera espontánea, sin saberlo diez minutos antes. Dado que compré “Rumors of spring” en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión el día 5 de mayo del 2000, el tiempo de espera fue más que suficiente. Lo interesante sería saber el porqué de una decisión tan repentina.
El segundo ángulo posible para hablar de esta novela sería la razón por la que estaba siendo vendida en un puesto de segunda mano. A menudo me resulta bastante claro que bastantes libros que acaban en los anaqueles de ocasión proceden de las colecciones de muertos, que finalmente los sufridos familiares pudieron librarse de esas engorrosas montañas de volúmenes que no dejaban recrearse en el esplendor minimalista de un mueble vacío o en el verdadero color de la pared. Otras veces la explicación es bastante más sencilla: el dueño no tenía por dónde coger una novela poco apasionante y, siendo más despiadado que la mayoría de nosotros, la abandonó a su suerte por esos mundos.
Aunque quizá el enfoque más fructífero fuera el de considerar el destino de los autores olvidados. No intentéis encontrar mucha información sobre Richard Grant en Google, porque no lo conseguiréis. Probablemente, la mayoría de los resultados que aparezcan harán referencia al actor británico Richard E. Grant, protagonista de “Withnail y yo”, o a otro Richard Grant diferente que escribe libros de viajes. Y si recurrís a la “Encyclopedia of Fantasy” de John Clute, Grant ni siquiera aparece.
Y sin embargo, Richard Grant era visto como una de las grandes promesas de la fantasía y la CF a finales de los años 80, con novelas bastante ambiciosas como “Views from the oldest house”, y no se puede decir que haya parado de trabajar desde entonces. Uno puede pensar que incluso en esta época de la información ilimitada a través de Internet se puede caer en un agujero de silencio y pasar del todo inadvertido pese a una labor asidua. Lo de la enciclopedia de Clute es más difícil de explicar, o quizá más fácil si tenemos en cuenta que la ex pareja de Grant, con quien llegó a tener dos hijos, fue la también escritora Elizabeth Hand, que con el tiempo lo dejó para unir sus caminos vitales a los de cierto prestigioso crítico y editor canadiense supervisor de dos enciclopedias sobre los géneros fantástico y fantacientífico. Uno no suele querer pensar mal, pero en este caso se lo han dejado a huevo...
Todo lo cual no debería olvidar que Richard Grant era, y supongo que aún es, un escritor de talento. La premisa de fondo de “Rumors of spring”, un bosque que crece descontroladamente para tratar de recuperar un baldío mundo futuro vagamente postapocalíptico, no parece de las más novedosas, pero el tratamiento que le da Grant se aleja de los esquemas pulp para adoptar una dicción elegante y exquisita, casi barroca, que a algunos les podría recordar a John Crowley, dando mayor importancia a la creación de un reparto atractivo, por momentos dickensiano, de personajes bien definidos que al movimiento hacia adelante de una aventura, y sumiendo en considerables dosis de humor e ironía el debate entre positivismo científico y retorno a la naturaleza, hasta el punto que podría pensarse que el autor no abraza ninguna de ambas posturas.
Tampoco faltan sus segmentos reflexivos, cercanos a lo filosófico, sus intentos de racionalizar científicamente la vieja idea del “espíritu de los bosques”, o la historia de amor entre dos adolescentes, ella perteneciente a la civilización y él al bosque, que termina revelándose esencial para la resolución de la trama y está planteada con bastante convicción y poder evocativo, incluso en esa escena erótica final que consigue huir del mal gusto bestselleriano tan común cuando los autores de género abordan el sexo. Es muy curioso el tono de este libro, tan lejano del de la CF al uso cuando tiene mucho de CF, tan diferente de la fantasía al uso cuando muchos elementos de su trama están tomados de los cuantos de hadas tradicionales e incluso durante muchas páginas tenemos a un grupo de compañeros muy diferenciados en una misión de búsqueda, con un probable traidor en su seno...
Claro que, por alguna razón, el libro no termina de cuajar del todo. Su extensión es considerable, abundante en subtramas que reiteran una y otra vez ideas que el lector probablemente captó a la primera. Pese al encanto decadente de una aristocracia campestre arruinada, de un mundo futuro al borde de lo pastoral y descrito con un lenguaje tan florido como los jardines de los que se habla (y en ocasiones casi demasiado), cuesta trabajo hacerse una idea cabal de lo que es realmente ese mundo. La narración se fragmenta en mil impresiones subjetivas de cada personaje con notables habilidad y oficio, proporcionando un notable nivel de satisfacción a nivel de párrafo y página; es raro no encontrar algún elemento atractivo incluso en el capítulo menos prometedor, pero el conjunto se resiente de cierta falta de unidad, lo cual pasa factura en el último tercio de la novela.
Así que no sé si el libro llegó a mis manos por su incapacidad para seducir del todo a su antiguo poseedor, pero en todo caso de alegro de conocer a un autor de talento, pese a sus defectos, y lamento su prematuro olvido. No creo que se haya editado nada de él en España, ni creo que a estas alturas se haga dada la respuesta muy negativa de muchos aficionados hacia libros de características similares, pero a mí me queda el gusanillo de qué sabría hacer Grant con temas como la vida después de la muerte (“Tex and Molly in the afterlife”), la abducción alienígena (“Kaspian lost”) o incluso, en su reciente desvío hacia la literatura general, los movimientos contraculturales en la Alemania pre-nazi (“Another green world”). Dado que este tipo de libros ya no suelen llegar a la Feria del Libro de Ocasión, quizá me haría falta recurrir a eBay o, mejor, plantarme en algún país de habla inglesa rico en buenas librerías de segunda mano. Donde esté revolver estantes físicos y ensuciarse las manos en busca de tesoros, que se quiten todas las tiendas online del mundo.
domingo, 12 de julio de 2009
Tras los pasos del Rey Carmesí 6: "Larks' tongues in aspic" (1973)
A partir de la partida de Peter Sinfield, el repaso a la discografía de King Crimson amenaza con volverse una tarea más ingrata y árida. Aquellos primeros discos, tan empapados en literatura, combinando el simbolismo más finolis con la vulgaridad más ingeniosa, el sentimiento apocalíptico con la más genuina sordidez, se vieron superados en lo musical por lo que vendría después, pero se mantienen en la cumbre de una manera de entender el rock tan pasada de moda como emblemática de unos tiempos ingenuos que ya no volverán.
Ya empezó a notarse el cambio en el capítulo anterior dedicado a “Earthbound”, donde prácticamente se hablaba sólo de música, pero el salto es aún mayor en “Larks’ tongues in aspic”, incluso echando un vistazo a las tres letras que escribió Richard Palmer-James. “Book of saturday” parece evocar las vicisitudes de un romance entre dos personas implicadas en la gira de un grupo de rock (o de un circo, puestos a especular), pero la ambigüedad de sus imágenes las haría válidas casi en cualquier contexto; el lenguaje es relativamente llano y directo y se transmite una convincente melancolía, pero el amaneramiento de Sinfield sabía ser mucho más ácido. De la misma manera, “Easy money” quiere ironizar en la frontera entre el estrellato del show business y la prostitución, pero falta algo de mordiente, esa energía satírica que brotaba sin complejos en las canciones antiguas, espoleada precisamente por el alto aliento retórico del amigo Peter, que no conocía modestia alguna. Palmer-James estaba para dar cierto barniz literario a lo que era fundamentalmente un grupo instrumental, para evocar grandes nombres mayormente desconocidos para el público del rock, como podría ser Joyce, a cuya obra teatral parece aludir muy vagamente “Exiles”, pero sin dar en realidad contenidos trabajados y densos.
De lo que se trata en “Larks” es de renovar el sonido de Crimson, con una formación totalmente nueva y muy centrada en el componente rítmico: John Wetton, aparte de su característica y algo ronca voz, es casi el primer bajista de verdad de los Crimson, capaz de lanzarse a la piscina de la improvisación y asumir un papel casi solista; el batería Bill Bruford, recién salido de Yes, sabe combinar el ritmo y la melodía de un modo inédito en los anteriores Mike Giles o Ian Wallace, y el excéntrico Jamie Muir supo ampliar la paleta de la percusión con instrumentos africanos como el mbira (esa pequeña tabla resonante a la que se fijan láminas metálicas vibratorias que se pulsan con los pulgares), sierras musicales, jaulas de pájaros, o cualquier otro implemento que el buen señor encontrase en la basura y le pareciese capaz de producir un sonido interesante. Así pues, la pista de ritmos de este disco, lo que podría considerarse la dimensión más tribal y étnica, precursora del posterior interés en la world music, está bastante bien trabajada.
No creo que pueda decirse lo mismo, sin embargo, del otro polo artístico respecto al cual este Crimson busca mantener una posición equidistante de la ocupada por el otro. Siempre he creído que el violín y la viola de David Cross buscaban representar la tradición clásica occidental, pero lo cierto es que Cross suena como un estudiante de tercer o cuarto curso. No es ya que no demuestre virtuosismo (el cual, dicho sea de paso, no se busca con especial ahínco en este disco), sino que su afinación es bastante dudosa en casi todas sus intervenciones. Pretender que la cadenza solitaria de Cross en la primera parte de “Larks’ tongues” supone una especie de guiño-homenaje a “The lark ascending” de Vaughan Williams no sé si es sobrevalorar gravemente a Crimson o faltarle al respeto a Sir Ralph (pronunciado “reif”). Sigo manteniendo, como ya he hecho en otras entregas de esta serie, que lo mejor de Crimson es precisamente lo que tiene de rock, que es mucho más de lo que la ignorante gente culta de hoy está dispuesta a creer.
“Larks’ tongues in aspic, part one” es una especie de travelogue, un viaje sonoro que usa las percusiones inusuales de Muir para dar el toque vanguardista al estilo música concreta, encadenando el mbira con otros instrumentos menos identificables para desembocar en el tipo de progresión rítmica tensa, avanzando irremisible en intervalos mínimos y desembocando en clímax sonoros casi vecinos al heavy rock, que aparece por primera vez en la discografía y ya no estará ausente de ninguna de las obras de King Crimson. Tanto es así, que, a partir del 84, Fripp decidirá continuar la serie de los “Larks’ tongues in aspic” con dos o tres entregas “oficiales” y alguna más que, siendo diferente en título, no lo es en recursos musicales ni en estructura. Esta “primera parte”, en cambio, desprende una impresión de experimento, de tanteo, que le da una frescura especial, una viveza casi visual que nos transporta del Africa central a las ciudades violentas del hombre esquizoide, pasando por el milenario Japón en un pasaje torpecillo que sucede al momento solista de Cross y termina en una vena majestuosa y solemne al son de unos susurros indistintos que no se sabe si buscan hacer pensar en oraciones de monjes o en los internos del psiquiátrico de “Marat-Sade” de Peter Weiss.
“Book of saturday” y “Exiles” regresan a la balada hippy tipificada en los discos anteriores, en una vena íntima la primera y la segunda buscando un tipo un poco menos ampuloso de épica. La gran baza de ambas siguen siendo los inspirados acompañamientos de Fripp, sobre todo en “Exiles”, donde se usa la guitarra acústica de un modo muy parecido al de “Cirkus”, del “Lizard”, pero en una clave más ligera, menos oscura. Es como si Fripp se propusiera explotar conscientemente una vena lírica por sí misma, por ser coherente con épocas anteriores, pero sin asumir del todo que lo importante de este grupo en particular era otra cosa.
“Easy money” introduce un concepto de la música improvisada basado más en el lento crescendo que en la pirotecnia de los solos. La base es constante, y gran parte de la rítmica de la melodía de la guitarra también, pero la intensificación gradual y el efecto acumulativo transmiten una tensión creciente que en manos expertas puede ser casi insoportable. Esta fue una de las técnicas utilizadas a menudo por Phish, la banda que sacó al rock instrumental del armario durante los años 90, pero King Crimson lo hicieron primero, y es curioso constatar, escuchando los múltiples directos editados de esta formación, hasta qué punto Fripp y compañía fueron la gran jam band del progresivo, explotando en el escenario de una manera mucho más decisiva que en el estudio. “The talking drum” da prueba de lo mismo: otro tema de inequívocas evocaciones visuales y viajeras, surgiendo de la nada del desierto y construyendo gradualmente un tapiz de improvisación sonora, cuenta trabajo imaginar a los músicos practicándolo o ensayándolo con antelación, aunque miembros del grupo como Muir afirmasen en su momento que Fripp ya se traía más o menos preparadas en casa todas sus “improvisaciones”, rompiéndole el mito a más de uno.
En cambio, “Larks’ tongues in aspic, part two” es claramente una composición estructurada de principio a fin, la plantilla para innumerables temas instrumentales desde este disco hasta “The power to believe” treinta años después, y, lo que es más importante, o más trivial según se mire, una fuente inesperada de ingresos para el señor Fripp tras descubrirse su inclusión sin permiso en la banda sonora de la legendaria película “Emmanuelle” con Sylvia Kristel. Hay algo de mágico en esta conjunción entre el rock cerebral, polirrítmico y agresivo, de King Crimson, y el erotismo setentero, lleno de zoomes, efectos flou y languidez, de las películas de Just Jaeckin. Da que pensar: la música arquetípica del giallo italiano, por ejemplo la de Goblin para Dario Argento, bebía mucho, entre otros, de los Crimson. ¿Será que nada de todo ello era tan serio como podría aparentar, o, quizá, que todo lo era? ¿Qué en el fondo los años 70 fueron una época tan chiflada que todo lo que nunca debió funcionar terminaba invariablemente funcionando? ¿Que Robert Fripp, tomándose a sí mismo con ese sentido del humor que a veces parece faltarle, podría haber hecho su mejor disco componiendo la banda sonora oficial de las siguientes “Emmanuelle”, y, de paso, de alguna peli de Walerian Borowczyk? ¿Qué al autor de esta entrada ya se le ha ido la olla hace medio párrafo y que ya va siendo hora de finalizarla?
viernes, 10 de julio de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XXVII)
Tras participar como espectador en una orgía de militares, políticos y eclesiásticos, donde varias quinceañeras raptadas sufren tratos indignantes, el falso inspector Tanner es conducido, detrás de un tapiz, a través de un pasadizo secreto del palacete sede de los festejos. Sus escoltas, semidesnudos y sudorosos pero encapuchados, le aseguran que va a conocer a Quienes Realmente Mandan. Un brillo irisado brota de los ojos del impostor en la penumbra.
Pensando qué decir en el interrogatorio policial, Boris ordena a Vernon desempolvar la televisión y conectarla. El vetusto monitor en blanco y negro muestra vehículos afrodisíacos y mujeres desnudas en todos los anuncios, todo lo cual trastorna a Boris, pero mayor trastorno aún le causan las últimas noticias: el Arlequín ha vuelto a asesinar, en esta ocasión a una ministra que frecuentaba un sex-shop maquillada y caracterizada al estilo de una estrella de cine para evitar ser reconocida.
Pedro Arteaga, que no ve la televisión, ni siquiera se entera de la noticia, demasiado absorto en poner una y otra vez la cinta del mensaje dirigido a Geller Bach al revés. Nada sucede.
Buster y Ada conducen por el carril opuesto de una autovía, tranquilos y hablando de cine clásico. Ada saca el coche de la carretera y aplica todas sus artes eróticas a su pareja. El se deja hacer sin pasión, y al terminar propone a Ada ser atropellados arrojándose ante camiones y vehículos similares.
De Soto y Geller Bach van inculcando a Tobías su futura gloria y le reservan un bautismo de fuego para irlo acostumbrando a la voluptuosidad de matar: el sacrificio ritual del verdadero inspector Tanner.
(Continuará)
viernes, 3 de julio de 2009
Flashback: Loco por tus huesos (Capítulo XXVI)
Mientras Dios se declara en huelga de hambre, debido al insistente rechazo de Gretchen, una de las asistentes de Jason Michael de la cual el Ser Supremo se halla enamoradísimo, alguien burla todas las ultramodernas medidas de seguridad de la mansión del cantante. Y ese alguien lleva armas.
Desde el interior del bar gótico La Torre, Bertrand Valli atisba a su hijo Boris y lo anima a entrar y a reunirse con él y Franz von Waldberg, quien lo mira, comprensiblemente, con cara de pocos amigos. Boris es presa de un agudo sentimiento de irrealidad y abandona el lugar a todo correr.
No lejos de allí, Carla admite a su primer cliente, el famoso poeta egipcio apodado Hijo del Nilo, quien la agasaja durante el acto en su lengua nativa a la par que la pellizca en diversos lugares de su anatomía hasta hacerle morados. Pero Carla, pese a haber iniciado un periplo incierto a través de las mayores indignidades, es feliz por haber encontrado su verdadera voz artística, plasmada poco a poco en un bloc promocional de una célebre marca de cerveza, robado en el bar donde Flowers presume frente a Ramón y su público de ser el único proxeneta capaz de tener trato sexual con todo su considerable número de pupilas en un solo día. Carla oculta este bloc, su más preciada posesión, en el forro de un raído abrigo de pieles heredado de una predecesora suya, muerta de sida.
Tras una partida de ajedrez y una estéril concersación con Moshé Shalom, quien obviamente descuidó su arte para sublimar mediante el espionaje su tempestuosa relación de amor y odio con su guardiana Ilsa, Pedro Arteaga decide, sin parar mientes en el precio, aceptar la oferta del niño empelucado y alcanzar la gloria, puesto que la felicidad parece estarle vedada.
Geller Bach y de Soto reciben a Tobías con entusiasmo, sometiéndole acto seguido a una sesión hipnótica cuyo objetivo es despertar en el niño, futuro Führer, toda su memoria racial.
Takeshi, en su calabozo del Castillo de Mármol, va recuperando sus poderes mágicos, como demuestra sometiendo a su voluntad a Ops, el ser verde y viscoso, pero la puerta, de hierro frío, es impermeable a la magia.
Vera, acariciada sin tregua por Bungle, recibe la visita, en el ya familiar subterráneo, del Doctor Misterio, que afirma, con distorsionada voz, tener planes para ella.
(Continuará)
jueves, 2 de julio de 2009
Los diez enigmas del Rayo Azul
1 – Si hoy por hoy no puedes convencer a la gente de que un CD suena mejor que un mp3, ¿podrás convencerles de que la alta definición se ve mejor que un DivX?
2 - ¿Cuántas personas están dispuestas a pagar cinco veces más por la misma película antigua, por más que un Blu-ray tenga el quíntuple de definición?
3 - ¿Por qué da la impresión de que la inversión económica en lanzar el nuevo formato ha perjudicado y retrasado la labor constante de recuperar y digitalizar el mucho cine antiguo que sigue durmiendo el sueño de los justos?
4 - ¿Podemos estar seguros de que la fuerte apuesta por el Blu-ray de sellos multinacionales como la Warner o la Fox no ha propiciado la aparición en España de editoras lamentables como Creative o Impulso, que editan al nivel del peor VHS las películas clásicas de las que estas majors se han desentendido?
5 – Si en nuestro país se edita a menudo DVD con calidad de VHS (insistiendo en el formato de pantalla 4:3 para películas en scope), ¿llegaremos a ver Blu-ray con calidad de DVD, o incluso, Blu-ray con calidad de VHS?
6 - ¿Cuánto tiempo transcurrirá hasta que la filmografía de Fellini pueda verse en alta definición con tanta facilidad como la de Michael Bay, habida cuenta de que ni siquiera tenemos editadas aún en DVD muchas del italiano, y algunas de las que están es como si no lo estuvieran?
7 - ¿Desembocaremos en un sistema “de clases” donde algunas películas bien consideradas podrán ser vistas con definición y sonido requetechulis, mientras que con otras, en las que la industria no confíe, tendremos que conformarnos con verlas un poco peor al no haber dado nunca el salto al nuevo formato?
8 - ¿Hasta qué punto el Blu-ray podría añadir algo nuevo al visionado del cine clásico de los años 30 o 40, por ejemplo, o cualquier otro rodado en soportes carentes de la definición maravillosa que permite la tecnología digital de hoy?
9 - ¿Qué proporciona mayor satisfacción, las prestaciones técnicas de un Blu-ray en una pantalla de 50 pulgadas, o la sensación de formar parte de un club exclusivo, muy por encima de la masa de pringados que aún se conforman con unas miserables 400 y pico líneas, pudiendo disfrutar de 1080?
10 - ¿Cuánto tiempo llevará inventado el sucesor del Blu-ray, en qué aspectos lo dejará en ridículo, y quién duda de que antes de cinco años ya lo tendremos a la venta en tiendas?