Ni siquiera han pasado dos meses, pero lo miro con nostalgia. Pese a
haber madrugado a las 6 como todos los días y pese a no tener tiempo
para descansar antes de irme otra vez,no quise dejar pasar la
oportunidad de ver en el Doré “La gran prueba” de William Wyler
(una de las películas, junto a “Cómo robar un millón”, “No
se compra el silencio” y alguna más, ausentes de la retrospectiva
filmotequera anterior de este cineasta, allá por 2003 o 2004). En
vista de que, cuando escribo esto, llevo 49 días sin ver una
película en pantalla grande, creo que hice bien, aunque tuviese que
enlazar con la sesión inaugural de la Muestra. No dejéis que os
convenzan de que la tele de casa, el streaming en tu ordenador o
cosas así son modos ideales de visionado: son reemplazos más o
menos buenos cuando no tienes la opción de ver la peli en una sala.
Es una de las moralejas de todo esto: si dejas pasar la oportunidad
de un pase en cine, luego puede venir una pandemia y dejarte metido
en casa un par de trimestres.
En
todo caso, la fábula sobre los cuáqueros y el pacifismo, con Gary
Cooper, Anthony Perkins cuando aún hacía de chico bueno y una oca
amaestrada llamada algo así como Gertrude o Hortense, fue mi preludio de la primera vez que una peli de animación, y en concreto
de Pixar, inauguraba la Muestra. “Onward” aborda el subgénero
“fantasía contemporánea” de una manera distinta a como lo
concibo yo, a saber “las fuerzas sobrenaturales inmemoriales siguen
activas en nuestra realidad urbana de todos los días” (otra de mis
“premisas irresistibles”, que me hacen valorar incluso títulos
como “El último cazador de brujas” con Vin Diesel). “Onward”
es más bien “las criaturas de la fantasía son reales y viven en
una realidad prosaica como la nuestra, pero la magia sigue viva si
sabes cómo usarla”, algo que da juego para los animadores y
creadores de personajes (aunque he de decir que los diseños me
parecieron del montón tirando a feos) y entronca con las tramas de
superación sin las cuales no habría blockbuster que se respetara a
sí mismo (sin olvidar la importancia de la familia, con ese hermano
jevorro y rolero del que se avergüenza el protagonista, un poquita
cosa impopular en el insti y traumatizado por no haber casi conocido
a su padre… en fin, creo que no hace falta que siga). Es una
película con un ritmo muy bien logrado y muy concisa en duración
para lo que es Pixar, bastante divertida (aunque todo ese slapstick a
base de las piernas separadas del pobre papá me pareció un poco
lastimoso) y más apropiada para abrir boca que otras aperturas más
aparatosas que nos han caído (supongo que porque siempre se busca la
coincidencia con algún preestreno de peli muy mediática que llega a
salas el día siguiente, con la única excepción de “The
invitation”, que por eso sigue siendo mi peli de apertura favorita
por inusual). Lo único malo es que Pixar no es muy santa de mi
devoción: son productos muy bien concebidos, con un grado muy alto
de corrección política (lo del “primer personaje LGBT” no me lo
podía creer, esa agente de policía machorra era puro estereotipo) y
una excelencia técnica orientada fundamentalmente a la creación de
materiales y algoritmos que recreen con fidelidad elementos que
cualquier cámara barata de imagen real puede captar sin problemas,
más que a crear formas o modos narrativos que aprovechen las
posibilidades de la animación para construir otras realidades. A mí
me hubiese encantado que, a medida que la magia iba reapareciendo,
pasáramos de una animación 3D generada por ordenador a un 2D
dibujado, que para mí sigue siendo lo verdaderamente capaz de
representar mitos, lo más intemporal y lo menos
dependiente
de las innovaciones tecnológicas del momento.
La
peli que realmente habría sido chulísima para inaugurar la Muestra
habría sido algo estilo “El faro” de Robert Eggers, con todo su
estilo “antiguo” que retrotrae a épocas como el cine mudo. Ahora
mismo me viene el sueño de un evento similar a la Muestra que
programara 15 pelis de nuestros géneros, realizadas en décadas
pasadas, con la condición de que fuesen inéditas desde siempre en
salas, televisión o formatos domésticos. Quiero recuperar la
ilusión de estar a las puertas de un cine, a punto de ver por
primera vez el sueño que un grupo de personas insensatas tuvieron
juntas para gente como yo, y quiero huir de lo coyuntural, de este
mundo actual que todos veían tan sólido y que ha bastado un
microbio no especialmente virulento para resquebrajar en unos cuantos
pedazos. Resumiendo, me hace falta el fantástico, que no es otra
cosa que un realismo flexible, que se dobla sin romperse.