sábado, 16 de junio de 2007

Tierra de mareas


Ya había visto “Tideland” de Terry Gilliam este mismo mes de marzo, dentro de la Semana de Cine Fantástico celebrada en el cine Palafox de Madrid, pero sentí que debía pasar de nuevo por taquilla como apoyo a una peli que no es nada fácil y que parece concebida con la plena intención de no ser comprendida y aceptada por todo el mundo.

Lo cual es admirable de por sí en un medio demasiado propenso a querer seducir con encantos irresistibles, a suscitar adhesiones fáciles mediante despliegues de ideología guay, a cultivar fórmulas cuya eficacia probada reside en su propio carácter previsible y gratificante.

En cambio, “Tideland” da la vuelta a unas cuantas convenciones, empezando por las supuestas vulnerabilidad e inocencia de los niños, sin miedo alguno a acumular situaciones embarazosas o desagradables, y adoptando un ritmo deliberadamente lento que realza lo imposible de querer evadirse de una existencia sórdida e incómoda, con o sin ayuda de la imaginación.

Dudo que muchos puedan afirmar que les gusta todo en esta película, y creo que incluso yo mismo, forofo irredento del gran Terry, tardaré mi tiempo en hacer encajar bien todas las piezas, pero nadie se quedará frío e indiferente ante ella. Producción bastante modesta, que basa gran parte de su barroquismo visual, y no por primera vez en Gilliam, en una dirección artística que eleva el síndrome de Diógenes a la categoría de arte, “Tideland” narra una historia durísima (la orfandad de Jeliza Rose, una niña hija de yonquis que entra en relación con una familia de perturbados mentales) desde una óptica infantil que desdramatiza temas tan delicados como la drogadicción, la muerte, el sexo o la locura, produciendo una notable inquietud entre quienes creen en la necesidad de proteger a la infancia de todo mal.

Los detractores de la siempre histriónica retórica de Gilliam, con sus angulaciones ambiciosas, sus objetivos de ojo de pez o sus constantes movimientos de cámara, deberían reconocer lo bien que comunican en este caso una mirada “distinta”, una extrañeza que en un primer visionado hace plantearse en todo momento al espectador la pregunta de qué está viendo en realidad, exigiendo un constante trabajo de interpretación visual que corre parejo a la peculiar óptica narrativa desde la que se presentan los acontecimientos.

Óptica que se revela por momentos sórdida, grotesca e incluso macabra, y doblemente inquietante por la naturalidad con que Jeliza Rose se desenvuelve en situaciones traumáticas en potencia, como preparar las dosis de heroína para su padre heroinómano o desarrollar juegos sexualmente provocativos con un adulto trastornado que no es responsable de sus actos. La eterna incógnita de si la niña realmente conoce las implicaciones de cuanto la rodea podría contestarse a la ligera con un “no” echando mano de sus imaginaciones, de cómo delega sus emociones profundas en los roles que hace desempeñar a sus cuatro cabezas de Barbies, de sus percepciones incorrectas de las figuras de Dell y Dickens (que, por cierto, según el propio Gilliam, aunque sin el consenso del co-guionista Tony Grisoni, serían madre e hijo, este último nacido de la relación entre Dell y Jeff Bridges, lo cual lo convertiría en hermano de Jeliza Rose...)

Pero me temo que no iríamos muy bien encaminados, pues nos estamos ante una dualidad “fantasía contra realidad” sino casi ante una igualdad “fantasía igual a realidad” en la mente de Jeliza Rose, que la ayuda a sobrellevar las situaciones más chocantes y duras. Encuentro llamativa la manera en que, pese a la brillantez de secuencias oníricas como la “alucinación subacuática” o el “viaje a la madriguera del conejo”, éstas terminen ampliamente superadas en surrealismo y extrañeza por eventos realistas y verosímiles de la trama. Ignoro si Gilliam se ha vuelto más optimista o más pesimista desde los tiempos de “Brazil”, donde la fantasía servía de refugio final inexpugnable ante una existencia insufrible; “Tideland” me deja con la impresión de que, por más que desees evadirte, la realidad siempre te alcanzará, y sólo la apertura mental de un niño, delirante, peligrosa y tirando a amoral, conseguirá hacértela llevadera.

Para acabar, ¿soy el único a quien el final le hace pensar en el 11-M?

2 comentarios:

John Trent dijo...

Pues la tienen por Madrid en unas pocas salas (o habría que decir una a día de hoy, no estoy seguro) y al final no decidí a verla. Ahora se estrena 28 semanas después y Transformers…la cosa esta difícil.

Abuelo Igor dijo...

A día de hoy, en Madrid sólo está en los Ideal y con un sólo pase al día, el de las cuatro para más inri.

Pero no nos quejemos, que desde la que se armó cuando la presentaron en el festival de San Sebastián de 2005, yo daba por hecho que no se estrenaría en cines y pasaría directamente a DVD, como pasó con lo último de cineastas que uno creía tan establecidos como François Ozon o Abel Ferrara.