
Curioso itinerario. Primero, compañero de rebeldías sin causa cincuenteras de
James Dean. Después, víctima de la incomprensión de la sociedad y del abuso paterno en
“Duelo de titanes”, cuyos guionistas aprovecharon la leyenda mitológica de
Wyatt Earp y los
Clanton para hacer un psicoanálisis contemporáneo. A continuación, icono de una contracultura hippiosa con mucha violencia dentro (¿tal vez la del
Vietnam?):
CSN&Y no salieron en la banda sonora de
“Easy Rider” porque
Dennis estuvo a punto de acabar a leche limpia con
David Crosby. La desorientación del momento se cobró su precio: la aventura fílmica a lo
Herzog de
“The last movie” fue tan fatal para su protagonista ficticio como para su creador real: a día de hoy, sigue siendo una película difícil de encontrar, y no es raro que la nueva personalidad fílmica por defecto de
Dennis fuera la del
hippy colgado pero simpaticón, tal como lo retrató
Coppola en
“Apocalypse now”, estereotipo quizá preferible al creado en
“El amigo americano” por
Wenders, que vio en él a un actor secundario de
westerns y un icono serie B de un
Hollywood dominador del imaginario europeo.
David Lynch fue más hábil y recicló todos los aspectos oscuros de su biografía para hacer de él la encarnación del mal.
“Terciopelo azul” devolvió a
Dennis a la primera fila del cine, pero a cambio de convertirle a la postre en una de las presencias malignas más previsibles de la pantalla durante los años 80 y 90. Verle como dinosaurio humanizado en
“Super Mario Bros.” o como líder de los
Smokers en
“Waterworld” acabó con su credibilidad de autor
underground que estrenaba películas como
“Caído del cielo” en las salas de prestigio, pero le permitió fraguarse una carrera como coleccionista de arte. Mi único encuentro personal con él fue cuando llegó 45 minutos tarde a una presentación filmotequera de
“Easy rider”, y la última vez que lo vi en la gran pantalla fue como confidente de achaques de
Ben Kingsley en
“Elegy”, de la infravalorada
Isabel Coixet.