Podemos leerlo en su libro de entrevistas con Giovanni Grazzini:
Con todo, yo también creo que el cine perdió autoridad, prestigio, misterio, magia. Aquella pantalla gigantesca que concierne a la platea que frente a ella se recoge con devoción, compuesta de hombres muy pequeños que encantados miran inmensas caras, labios, ojos, que viven y respiran en otra dimensión inasequible, fantástica y al mismo tiempo real como la del sueño, esa inmensa y mágica pantalla ya no nos fascina. Aprendimos a dominarla. Somos más grandes que ella. La redujimos a su mínima expresión: a algo pequeño, pequeño como un almohadón, ubicado entre la biblioteca y un florero. A veces está inclusive en la cocina, cerca del refrigerador. Se ha convertido en un artículo de menaje y nosotros, sentados en un sofá, provistos del telecomando, ejercemos un poder total sobre esas pequeñas imágenes haciendo añicos cuanto nos es ajeno o nos hastía.
En una sala cinematográfica, aunque el filme no nos agradara, el sometimiento atemorizador y seductor de una gran pantalla nos obligaba a permanecer sentados hasta el fin, aunque sólo fuera por la entrada que habíamos pagado, pero ahora, en una especie de venganza y rencor, tan pronto lo que vemos tiende a exigirnos una atención que no queremos prestar, ¡tac!, con un golpe del pulgar le quitamos la palabra a quien sea, borramos las imágenes que no nos interesan, los amos somos nosotros. ¡Qué aburrimiento ese Bergman! ¿Quién dijo que Buñuel es un gran director? Fuera de esta casa, quiero ver el partido de fútbol o las variedades. Así nació un espectador tirano, déspota absoluto, que hace lo que se le ocurre y está convencido cada vez más de ser él el director o al menos el operador de montaje de las imágenes que está viendo. ¿Cómo podría el cine tratar de seducir de nuevo a semejante espectador?
La cita se puede discutir (se nota mucho el resentimiento personal hacia el mero invento de la televisión, que sin embargo sería la salvación a largo plazo del cine), y más aún en los párrafos siguientes, donde se vierten unos reproches contra el último cine hollywoodense de gran espectáculo que podrían volverse, con ciertos matices, contra muchas de las creaciones de quien los pronuncia, pero básicamente ahí está el germen de la crisis del espectador que vivimos ahora, menos tratada que la tan cacareada “crisis del cine” por miedo a sonar elitistas y políticamente incorrectos.
Ya no se tiene respeto a las películas, es un hecho. El pacto de aceptación de una ficción ajena, de las visiones de otros, se ha roto. Ya no existe el beneficio de la duda, ahora siempre se es más listo que los cineastas. Esa candidez, esa admiración reverencial, se han perdido. Los mismos que se quejan de lo tópico y estúpido del cine reciente suelen ser los primeros que entierran en la incomprensión muchos intentos de innovar y trasladar una visión personal a las pantallas comerciales. Porque ya nadie cree que sea necesario aprender, acostumbrarse, adquirir un bagaje cultural a base de ensayo y error, antes de saber disfrutar de una obra audiovisual.
Si para jugar a un videojuego es necesario aprender primero las reglas, ¿por qué no para ver cine? Pero ya se sabe que si ver es fácil (que no mirar) también será fácil crear las imágenes que vemos: sólo hay que mirar por un objetivo y dar a un botón. Los creadores por tanto son unos caraduras, cualquier tipo de la calle podría hacer lo que hacen ellos, y defenderlos supone aliarse con la explotación del pobre público, a quien sin embargo no se le ocurriría una idea original en toda su vida. Es como lo que me decía mi amiga Verónica: si un hombre te consigue demasiado fácilmente, luego no te aprecia. Si a Federico, tan obsesionado en vida por la amenaza de la tele y el mando a distancia, le han llegado noticias de las redes p2p y las descargas gratuitas a golpe de ratón, debe andar retorciéndose en su tumba.
4 comentarios:
Aunque comparto en buena medida lo que argumentas, hay algo que no debemos olvidar. Es un hecho tan sencillo como que yo, el espectador, con mi tiempo de ocio, hago lo que quiero, que para eso es mi tiempo de ocio y lo que quiero es que me diviertan. Y si tú, pobre cineasta, no eres capaz de competir con el ocio que me ofertan otros, peor para ti.
Exagerando mucho, quizá, pero en el fondo es así. El arte se ha convertido (aunque creo que siempre lo ha sido) en algo que se hace para entretenernos. Y, si quieres que yo, el espectador, acceda a que te deje entretenerme, tendrás que seducirme, convencerme, camelarme, buscarte la vida como puedas, en suma. Y, si no eres capaz, y además capaz de hacerlo en un tiempo breve, cambiaré de canal, o de juego, o de libro, y a otra cosa mariposa.
Y no, no estoy abogando porque se haga arte (palabra que me horripila por todo el componente de clasismo que conlleva, pero eso sería otra historia) de mercadotecnia. Pero lo que un artista, un narrador no debe olvidar es que narra para un público, y que tiene que ser la Sherezade de ese público: mantener su atención una noche más y dejarlo con ganas de más para que cuando amanezca te perdone la vida.
Ahora lo que está pasando un poco es lo que contaba Poe en "El cuento mil dos de Sherezade", en el cual el califa ya es incapaz de creerse la historia y manda cortar la cabeza a su esposa.
Lo que tengo yo un poco en mente es lo que contaba César Mallorquí hace unos meses sobre unos amigos suyos veinteañeros que eran incapaces de soportar "El padrino". O lo que me decía un amigo que es profesor de filosofía: que ya había dejado de poner "Blade runner" en sus clases ante las protestas de aburrimiento de sus alumnos.
A mí me cuesta imaginar hoy en día al público joven viendo el comienzo de "Hasta que llegó su hora", o secuencias como aquella de "Lawrence de Arabia" en la que Omar Sharif va surgiendo lentamente de la calima del desierto. No hablo de Antonioni o de Tarkovski, hablo de Leone y David Lean, que para mí son maestros de la narración.
Luego leo en Internet comentarios del público sobre películas que sin duda alguna son entretenidas, y me pregunto si habré visto lo mismo que ellos. El umbral de aburrimiento se va haciendo más bajo día a día, me parece un hecho.
Hay todavía quienes saben hacer cosas dignas y hallar el equilibrio entre la estrategia del bombardeo sensorial y una historia contada de un modo inteligente, pero ese favor no es fácil de mantener, y seguramente, de la próxima película de ese tipo ya dirán que es un tostón.
Porque el hastío es rápido. Se tiene tanto miedo al aburrimiento que se vigilan sus más mínimos síntomas en lugar de dejarse llevar. La verdad es que la pobre Sherezade hoy en día lo tendría difícil.
Confieso que a mí mismo me pasa algo parecido. No en el cine, donde de algún modo mi mente asume que los ritmos pueden varias mucho de una película a otra, sino en televisión.
Veo ahora series de los '60 y '70 (series con las que en muchos casos he crecido) y me hacen pesadas y plomizas, con auténticos problemas de ritmo. Y supongo que en buena medida es que mi mente se ha acostumbrado a la forma de narrar más... no sé si llamarla dinámica, de la televisión actual, donde las secuencias duran menos, los cambios se hacen más a menudo y el ritmo, en general, es más rápido.
Supongo que cada época tiene, en cierta medida, sus cánones de "ritmo", por llamarlos de algún modo y nos toca vivir en una donde los tiempos muertos están prohibidos. Eso, inevitablemente, si lo empiezas a mamar desde joven, forma (o deforma: aunque toda formación es en cierto modo una deformación) tu mente para esperar una forma de narrar a una velocidad concreta. A ritmo de música maquinera, parece actualmente.
Yo ya tengo prácticamente asumido que, pese lo que pese a ciertos puristas, gente como Tony Scott, en un futuro, serán clásicos. Lo que pasa es que me gusta el cambio de velocidades, y lo que lamento, inevitable o no, es que desaparezca el gusto por lo pausado y meditado. La gracia muchas veces está en esos momentos "chill out" en mitad de la tormenta.
Publicar un comentario