Las vueltas que da el mundo no las comprende nadie. Que Tony
Scott, que en mi diccionario personal del cine representaba un espíritu de “únete
a la fiesta, disfruta de lo comercial, olvídate por un momento de tus rarezas
frikis de los 70, de tus artes y ensayos de temática sombría, baila con las
chicas porque precisamente para eso sirve el ritmo machacón y la producción
ruidosa de ese disco”, que precisamente el tipo de la gorrita de béisbol que se
las arregló para soplarle la mujer al mismísimo Stallone y que convertía la
pantalla de scope en una ventana hacia un hedonismo audiovisual casi discotequero,
terminara abandonando el mundo por su propio pie, sirve para hacer estallar
definitivamente todas las leyendas sobre el malditismo de los artistas, sobre
la prosperidad y el reconocimiento como motores de la existencia, sobre los
artesanos comerciales a los que no se les supone un mundo interno complejo
erizado de espinas torcidas hacia dentro.
Bien es verdad que a Tony sí cabía reconocerle una pequeña
traición, cuando pasó, sin solución de continuidad, de reinventar en clave de
decadentismo after-punk el vampirismo lésbico de Rollin o Jess Franco a
erigirse en uno de los brazos derechos de Jerry Bruckheimer en su diabólico
plan para lobotomizar el blockbuster de los años 80 en adelante. Claro está que
en el fondo Tony siempre fue un modernete en el armario: aunque por mantenerse
en el candelero firmase títulos que a día de hoy sigo sin haber visto (aunque
la inevitable necrofilia me sugiera un ciclo que ninguna filmoteca purista
programaría), lo cierto es que a veces cuesta separar ese estilo tildado de
videoclipero de algunas tendencias vanguardistas basadas en el bombardeo
sensorial. Es difícil imaginar que una película con un estilo tan extremo como “Domino”
haya sido pensada para contentar y apaciguar a un público cien por cien
palomitero, aunque este haya sido su destinatario final. Tony Scott era un “moderno
con pretensiones”, lo cual le convertía en blanco ideal para los talibanes del
minimalismo artístico.
Incluso en los últimos tiempos parecía que el director de “Top
Gun” iba adquiriendo cosas que decir, que su talento para el juego visual iba
dejando ver recovecos ocultos, como su crítica “desde dentro” de la guerra
sucia estadounidense en “Spy Game”, como la desolación que se apodera de la pantalla
al final de “El fuego de la venganza”, tras una de las declaraciones de amor
más devastadoras del último cine, como las reflexiones post 11-S que permean “Déjà
vu”. La sensación de que todas estas películas nada sospechosas de ombliguismo
autoral pueden ser leídas en una clave privada y personal que ha desaparecido
con su director se acrecienta de manera inevitable día tras día, a medida que
una muerte dramática lo va mitificando, se quiera o no.
Uno se quedará ya con las ganas de ver su anunciado pero nunca
rodado remake de “The Warriors”, toda vez que por diversas razones ya no soy
capaz de identificarme como antaño con el original de Walter Hill, y lamentará
que su despedida de la pantalla fuese “Imparable”, una simple oda a la eficacia
de los héroes anónimos que sin embargo nos salvan todos los días, una obra
trepidante de gran nivel técnico pero que no dejaba el poso agridulce de “Asalto
al tren Pelham 1, 2, 3”, cuyo antihéroe, encarnado por John Travolta, elige
morir en lo alto del puente de Brooklyn antes que ser detenido por la policía. Quizá
haya sido mejor que la filmografía de Tony Scott haya terminado en una nota más
impersonal, aunque el extraño y quizá casual paralelismo con la realidad observado
en su anterior obra me haya inspirado algún que otro momento de inquietud.
1 comentario:
Bueno para mí, mi Tony Scott siempre será el que empezó dirigiendo relatos de Henry James para la tele, o el creador de el Ansía, de su reivindicable serie The Hunger (1997–2000)o incluso de la tarantiniana Amor a Quemarropa.
Sus películas casi siempre han sido excesivas (nada de menos es más ejejejeje) y por eso siempre me ha resultado más simpático que su hermano. Ahora mismo me recuerdo a mí misma una anécdota de Borges, al que le preguntaron si le gustaba Antonio Machado, el poeta, y al dudar en la respuesta le citaron también a su hermano Manuel, respondiendo Borges que no sabía que Manuel Machado tenía un hermano XD
Saludos
Publicar un comentario