La maternidad aglutina en sí prácticamente todos los
elementos del horror biológico, desde la fecundación por un organismo extraño en
un proceso que, aunque muchos lo disfruten, no deja de ser un acto violento,
pasando por una deformación corporal en la que un monstruito absorbe mientras
crece los recursos vitales del huésped e incluso juega con su psique de manera
misteriosa, siguiendo con la traumática y sangrienta salida al mundo de la
criatura y culminando en el ilimitado periodo de suspense psicológico durante
el cual el niño o niña debe de ser cuidadosamente vigilado y controlado, no
vaya a ser que su lado monstruoso y alienígena tome control total de su
conducta y lo convierta en un ser peligroso para la sociedad.
Algo de eso hay en “The Babadook”, que transfigura los
miedos de una madre soltera de un modo análogo al que “Cabeza borradora” usaba
para contar cómo un hombre no se sentía a gusto como padre. Todo está ahí: el
mal comportamiento del niño, que te puede dejar en evidencia con el resto de
los padres; la falta de confianza en una misma como madre y la posibilidad de
que, como consecuencia, hayas dado vida a un Hitler o a un "carnicero de
Milwaukee"; el golpe mortal a tu vida sexual al ver a un pretendiente tras otro
espantado por la presencia del infante, quien, para más inri, ni siquiera te
deja pasarte el consolador como es debido a fuerza de terrores nocturnos. El
hecho de que los cuentos infantiles se ocupen tan a menudo del miedo no parece
casual, lo malo es que, en lugar de enseñar al niño a superarlo, puede ser que
la madre reconozca sus propias angustias que se reafirman día a día.
Jennifer Kent ha sabido canalizar todo esto hacia una
película que ha trascendido relativamente el muy reducido gueto del terror por
la sencilla razón de que trata de un tema universal, al revés que otros hitos
del género que tan solo se componen de guiños frikis imposibles de entender por
nadie de fuera. Quizá por eso ande más de uno por ahí afirmando que “The
Babadook” no es terror, pero allá cada cual. Uno no puede evitar sentir
simpatía hacia una ficción que claramente invoca el espíritu de Mario Bava (no
solo en las citas implícitas y literales de “La gota de agua”, episodio de “Las
tres caras del miedo”, sino en el esquema “madre-hijo inquietante-padre desaparecido-casa”,
que parece calcado a medias de “Shock”), que invoca un surrealismo onírico en
la intersección de Maurice Sendak y Jan Svankmajer y sabe comunicar crueldad
psicológica como solo le es posible a una mujer.
Lo que me deja un poco insatisfecho es que, en aras de no
desanimar a las madres que vean la peli, se termine en un compromiso vacilante
de supervivencia que, a nivel dramático, suena a anticlímax. También encuentro
la propuesta un poco desigual: el juego con los espacios y las sombras, la
gradual transformación interpretativa del personaje de la madre, que borra los
límites entre monstruo y víctima, la voluntad de no dejar ver nunca del todo la
amenaza para dejarnos imaginar su carácter horrible, hallan su contrapeso en
maneras fáciles de acongojar al público como matar al perro, en un desarrollo
un tanto previsible o en la ya referida voluntad de no ser radical, de no ir
hasta el final.
También lamento, aunque esto ya sea externo a la peli, que,
como siempre en esta época internetera tan guay, la peli de moda que todo el
mundo ha visto llegue a la cartelera de cines y dure una semana escasa. De poco
le servirá a los cineastas que su obra sea un succès d’estime planetario si
luego no ha producido beneficios y a los tacaños de la pasta no les reporta ni
un duro que la película se la bajen 300.000 personas.
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