Durante mucho tiempo tomé “Nightcrawler” por un spin-off de
la Patrulla-X, pero resultó ser una historia
sobre reporteros amarillistas sin escrúpulos, que recorren las calles de la
noche con una radio de la policía esperando conseguir antes que nadie las
imágenes de tal accidente o tal asesinato. La confluencia de un ambiente urbano
y sucio, un aire de thriller automovilístico que a muchos les ha recordado a “Drive”
y una interpretación de Jake Gyllenhaal que parece buscar el punto de encuentro
entre un toxicómano y un gurú empresarial, soltando frases lapidarias sobre la
búsqueda de beneficio mientras le corroe una ambición sin límites que parece
consumir su propio cuerpo, han cosechado admiración casi universal entre los
(pocos) que la han visto en salas, admiración acrecentada por el supuesto
malditismo que le confiere el ser ignorada en las nominaciones a los Oscar de
Hollywood.
Puesto a hacer una película incómoda de denuncia
contemporánea, Dan Gilroy parece haber escogido un tema bastante poco polémico,
o al menos lo ha presentado de una manera que ofrece pocas dudas al espectador:
Lou Bloom es un ex ladrón de cable de cobre, un pícaro, un ser sin escrúpulos, protege
a los criminales que le pueden dar buenas imágenes e incluso mata por persona
interpuesta. Todo un antihéroe presentado de la manera menos agradable posible,
inmerso en una carrera hacia el éxito cuya coronación final sabemos de
antemano. Sus andanzas cámara en mano dentro de una casa, captando a las
víctimas de unos asesinatos recién cometidos, le convierten en una especie de Peeping
Tom de la franja “prime time”, pero el impulso narrativo de la película no es
lo bastante fuerte para contrarrestar una deriva argumental bastante
previsible.
Quizá habría sido más interesante plantear a Bloom como un
personaje movido en parte por principios, o que tuviese un lado positivo que
nos avergonzara admirar superponiéndolo a su corrupción moral. No estamos en
los años 70 de “Network” para hacernos los sorprendidos ante el poder
manipulador de los medios de masas, o para percibir su insidiosa complicidad
con las noticias de crimen y violencia que suponen su materia prima esencial de
cara al espectador. La película, interesante en su manera de resultar sórdida y
cutre sin apenas recurrir a socorridos trucos seudo-documentales, se nos antoja
por momentos la obra de unos cineastas tan hambrientos y deseosos de atención
como su protagonista ficticio, que recurren a un argumento impactante de fácil
adhesión por parte de espectadores con una elemental conciencia crítica, pero
que pasa por alto que el verdadero campo de batalla de la manipulación
informativa se encuentra hoy por hoy en esa red que se tiene ingenuamente por
un paraíso de la transparencia, cuando en realidad está compuesta por hilos
movidos entre las sombras por vaya usted a saber quién.
No hay comentarios:
Publicar un comentario