La perversidad de la figura de Hitler va más allá de los
desastres bélicos, del Holocausto o de su puesta en escena wagneriana del
totalitarismo. Le debemos también el uso de su nombre como talismán mágico para
justificar la posible bondad de las guerras y como espantajo para agitar cada
vez que los poderes mundiales ven amenazado el orden geopolítico y necesitan
intervenir. Jerry Bruckheimer y Ridley Scott lo intentaron con la imagen al
ralentí de un marine corriendo con un niño somalí en brazos, pero no hay nada
como la II Guerra Mundial para centrarse en la realidad brutal de la guerra sin
necesidad de coartadas morales o políticas. Ahí realmente se hizo lo que se
debía hacer, punto y pelota.
Eso es lo bueno de “Fury”, la película de David Ayer: cómo
se compromete a no juzgar, a dejar que el espectador absorba la realidad del
combate en toda su confusión moral, a colocarle en medio de una situaciòn en
que los implicados terminan percibiendo como normal que se extermine a niños
cuando estos eran los últimos recursos humanos de un III Reich sitiado, o que
los encallecidos combatientes alivien sus deseos sexuales con las vencidas. Los
tripulantes del tanque comandado por Brad Pitt (que saca partido a su bótox
para erigirse en una figura casi monumental de soldado bronco, profesional y
sin sentimientos) parecen por momentos una cuadrilla de bárbaros que han
perdido su humanidad por el camino. Uno no sabe si el joven Logan Lerman, pese
a su desagrado inicial ante ellos, termina por comprenderlos tras compartir el
inimaginable día a día del combate, o si, como su adopción final del nombre de
guerra “Máquina” hace pensar, renuncia a su alma por honor a la patria.
Es difícil no quedar fascinado ante la salvaje recreación de
las batallas, con atronador sonido, gore generoso y ambientación barrosa y
grisácea por doquier. A uno le da cierto remordimiento al percatarse de lo
estéticamente satisfactoria que sigue siendo la guerra, el cosquilleo que sigue
sintiendo nuestro ADN reptiliano ante la puesta en escena del asesinato en masa
de millones de personas a manos de sus semejantes y la destrucción sistemática
de las viviendas, obras públicas y monumentos de la humanidad. Ignoro qué
pensará Jacques Rivette de una película como esta, aunque quizá le agrade que
esté varios puntos por debajo de Spielberg en virtuosismo visual y pueda
permitirse escupir ideas incómodas a la cara del espectador por aquello de que
se trata de crímenes absueltos por la historia.
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