viernes, 20 de julio de 2007
Macchina sessuale
De un tiempo a esta parte, lo más políticamente incorrecto en las artes es el exceso. Los entendidos exaltan la sencillez de las formas, el ideal es lo mínimo, lo despojado, el menos es más. El símil suele ser gastronómico: las mezclas abigarradas y poderosas sientan mal al estómago, provocan indigestión, mientras que lo sencillo y nutritivo entra como el agua.
Pero yo reivindico el derecho a la intoxicación y al banquete pantagruélico: al fin y al cabo, nuestra vida cotidiana suele ser parca en acontecimientos y emociones, y no veo por qué en el dominio de las artes, sin relación con la existencia real, deberíamos optar por una abstinencia castradora.
Todo esto viene a cuento de “El Casanova de Federico Fellini”, que estuve viendo el otro día en la Filmoteca.
“El Casanova” es exceso en estado puro: escenográfico, interpretativo, grotesco, narrativo, de metraje, de pretensiones... Creo que debe de tratarse aún de una de las películas más odiadas por los detractores del genio de Rimini, quizá porque encarna toda su faceta más caprichosa y menos rigurosa, amparada en el prestigio de un puñado de hitos incontrovertibles del séptimo arte.
Bien es verdad que la película, sobre todo si ya se conoce de antemano, puede fatigar; el hilo conductor es tenue, y por debajo de la espectacularidad de las “set pieces” late la sospecha de que se vuelve una y otra vez sobre temas ya expuestos en la primera secuencia de la película, donde queda clara la vacuidad vital de un personaje requerido por sus dotes de atleta erótico pero solamente por ellas, mientras sus más relevantes objetivos quedan en la cuneta.
Puestos a fabular, podríamos incluso aventurar que el cierto hastío que produce a la larga la película no haría sino reflejar el hastío del propio Casanova, arrastrado a pesar suyo de una aventura absurda a otra sin que aquello parezca tener final. Estaríamos casi en la tradición de las “películas aburridas para expresar el aburrimiento”, de Antonioni, si no fuera porque el material de Fellini es sensacional y circense, lleno de colorido, movimiento y picardía lujuriosa.
Casi sospecho que la intención de Federico es fatigar a propósito, en sintonía con su agenda desmitificadora. Si Casanova, el conquistador de miles de mujeres y amante incansable, modelo a imitar por la mayoría del género masculino y figura admirada y envidiada como pocas, es descrito como un fracasado a quien nadie tomó en serio como lo que él quería, como literato autor del “Icosamerón” o como adepto de la alquimia, el procedimiento lógico y coherente con esta visión para contar su vida sería una sucesión inacabable de episodios divertidísimos y excitantes sobre el papel pero que terminan haciendo desear tranquilidad, placidez y conclusión.
La primera frustración deliberada es para quienes esperasen un espectáculo erótico. Apenas vemos nada de la anatomía de las bellas amantes del veneciano, ni detalles de su trato carnal con ellas, porque lo importante en estas relaciones es el propio Casanova, mostrado como un gimnasta para quien copular es una labor ímproba y penosa, fuente de cansancio más que de placer. Los juegos eróticos y posturas acrobáticas (incluyendo el famoso “helicóptero”) son presentados como algo ridículo, como meros preludios a una actividad robótica y deshumanizada. En una de las metáforas más afortunadas que he visto en el cine, el pene de Casanova, y por extensión el propio Giacomo, aparece como un pájaro mecánico dorado, que salta y revolotea al compás del placer (y del inspirado y grotesco vals de Nino Rota interpretado al piano eléctrico) pero permanece siempre prisionero en su jaula. Si habéis visto “El sabor de la sandía” de Tsai Ming-Liang, reconoceréis una muy similar visión oscura del sexo.
Pero si Casanova es un prisionero, lo es por orgullo o por desesperación, porque los poderes sexuales que tanto halagan su amor propio, no sólo le sirven de poco a la hora de alcanzar esa alma femenina que tanto defiende en las cenas de sociedad, sino que, a fin de cuentas, son lo único que tiene.
Siguiendo con la metáfora del pajarito, Casanova es un juguete, engañado por falsas inocentes, injuriado por aquellas con quienes no puede “cumplir”, desdeñado en favor de los poderosos, despreciado por las mujeres sabias y reducido a bestia de carga por su propia madre. El elemento femenino rige fantasmagóricamente la vida de Giacomo, como la enorme estatua que duerme bajo las aguas de Venecia y sólo surge durante el carnaval.
Casanova fracasa en sus relaciones humanas y sentidas con Henriette o con las hijas del doctor; sólo triunfa en la grotesca competición sexual con Righetto o en la desenfrenada orgía con la cantante y la viciosa jorobada. No resulta raro que, tras ver desvanecerse una tras otra todas sus ilusiones de reconocimiento y verse en la vejez como poco más que un objeto de burla, sus últimos pensamientos sean para la única mujer que se asemejó de verdad a él: Rosalba, la muñeca mecánica.
Todas estas reflexiones son parte de por qué considero injustas las descalificaciones de “El Casanova” como un espectáculo vacío, glacial y aburrido. Amén del placer que pueda inspirar su excentricidad a determinados espectadores (la mera idea de Donald Sutherland como el mítico seductor ya vale su peso en oro), existe en su interior un núcleo humano y melancólico que no consigue ser eclipsado por todo el circo que desfila ante nuestros ojos y que se corresponde de maravilla con la música de un Nino Rota que nunca estuvo tan sembrado.
Al fin y al cabo, Casanova es un pobre diablo derrotado por la vida y las circunstancias; un enamorado de las mujeres, que sin embargo sólo buscaron en él un objeto; un monigote fatuo y risible similar a las marionetas de la Commedia dell’Arte. Algunos tildarán esta conclusión de moralismo católico, si no fuera porque el mito de Casanova representa demasiado bien los valores morales superficiales y manipuladores que tanto imperan hoy en día; si no fuera por esa humanidad que Fellini sabe dar a su protagonista, y que en cierta manera nos lo hace entrañable y digno de cierta lástima.
Ahora, sólo falta que alguien se anime de una vez a sacar la peli en DVD.
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