Lo guay solía ser la versión original, pero ahora lo más
guay que lo guay (lo que se llama “políticamente incorrecto”) es defender las
viejas virtudes del doblaje, oponiendo argumentos de acero como que en el fondo
todas las películas están dobladas, sobre todo las italianas, las
coproducciones de los 60 y las de dibujos, y que eso de la “versión original”
es otra entelequia más.
Quizá acierten, pero la voz original de los actores me
importa básicamente un pito; lo que me importa es el cine como una ventana a
otro mundo, un viaje sin casi moverse del sitio, y que de paso he aprendido un
par de idiomas y absorbido rudimentos de otro par. Por no hablar de que las
traducciones de diálogos hechas en función de los movimientos de la boca salen
demasiado oblicuas para mi gusto.
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