Supongo que esta peli me hubiese encantado con veintipocos
años. Entonces, juraba por John Carpenter, me emocionaba con cosas como “El expreso
de Corea” de John Flynn, y no entendía que alguien pudiese elogiar sinceramente
a Antonioni o a Wim Wenders. La camaradería bronca de los hombres, aunque tampoco la
conociera, me era más simpática que los desconocidos designios de las mujeres.
Jim Mickle, de manera harto previsible, ha salido del gueto
y ha visto una peli suya en pantallas comerciales en cuanto ha salido del
terror indie, aunque “Frío en julio” toca tantos botones en el espectador
predispuesto como “Stake Land”, especialmente cuando se plantea la adaptación
de la novela de Lansdale a la manera de John Carpenter, con música sintetizada
similar, secuencias planificadas de manera similar e incluso tipografía de los
créditos similar.
Esa aspereza y suciedad de la violencia, esos toques de
sexo, esa fotografía deliberadamente granulosa, la presencia de un viejo ídolo
recuperado como Don Johnson (“Stake Land” también rescataba, envejecida, a la
chica de “Top Gun”, Kelly McGillis), el vídeo VHS como uno de los iconos
motrices de la trama, buscan y consiguen crear un clima de ochenterismo que a
muchos les chiflará. A un servidor, sin embargo, los ochenta no le parecen
ningún paraíso perdido, y preferiría, si le dieran a elegir, repetir los noventa
con lo que sabe ahora.
Desconociendo “Dexter”, y a la vista de su protagonismo
aquí, me deja un poco perplejo el amor que muchos profesan a Michael C. Hall,
pero soy consciente de cómo el cine minimiza, ningunea o incluso traiciona a
intérpretes que han sido grandes en series televisivas. La mera mención de
James Gandolfini es prueba fehaciente de lo que expongo.
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