Lo malo de ser un maestro del fantástico hoy en día es que
sigues haciendo comedias adolescentes a los 68 años. No hace muchos años, se
oyó a Joe Dante quejarse amargamente de que por culpa de Lucas las películas de
ciencia ficción y géneros afines se hacían para vender muñequitos, pero,
misteriosamente, el rasgo distintivo de “Burying the ex” entre otras ciento
cincuenta comedias de horror de inspiración ochentera en las que la novia
muerta del chico vuelve de la tumba para seguirle exigiendo sus derechos es
precisamente el fetichismo por el género, el gusto por una parafernalia de
pósters, atrezzo y secuencias icónicas como la que da de comer al protagonista
encarnado por Anton Yelchin.
El guión, de manera bastante tramposilla, va a la yugular de
uno de los problemas existenciales básicos del friki del fantástico: la
dificultad de conectar con una chica que no conecte del todo con tus gustos y
la manera de que, si no los va a compartir nunca, al menos los respete. Avisemos
de que será un poco improbable que el asistente medio de la Muestra vaya a
verse en la tesitura de lidiar con una churri del calibre de Ashley Greene o
encuentre su sueño de hermandad espiritual con Alexandra D’Addario. Es bastante
más probable, no obstante, que, a la hora de redecorar el apartamento, sus
carteles de “Terror en el espacio” terminen no ya doblados en un cajón sino
directamente en la basura, pero así es la vida.
No se trata de una película ambiciosa ni mucho menos, ni
tampoco de una historia imprevisible. Supongo que muchos espectadores irritados
por el ruido y la furia de “Tokyo tribe” se sintieron consolados por una
ficción que da punto por punto todo lo que promete en sus primeros minutos sin
sorpresa alguna, pero tampoco seamos tan duros: las últimas Muestras SyFy nos han
demostrado lo difícil que puede ser lograr la proporción justa entre humor y
horror. Por cada “Tucker & Dale vs. Evil” tenemos cinco o seis “Cockneys
vs. Zombies” explotando el filón sin vergüenza alguna. Aquí al menos nos
reencontramos con el viejo amigo que nos regaló “Aullidos” o “Piraña” (aquella
etapa cormaniana con guiones de John Sayles que me permito preferir a su
efímero momento de gloria en la Amblin de Spielberg y aquella peli de
monstruitos traviesos de cuyo nombre no quiero acordarme), aunque le veamos
casi obligado a revivir su adolescencia una y otra vez por necesidades de su
carrera. A mí me encantaría ver en pantalla las vicisitudes y encontronazos con
la vida de un friki al borde de la tercera edad (tal vez encarnado por Dick
Miller, cuyo habitual cameo en la filmografía de Dante no faltó y arrancó al
público un aplauso que casi fue el momento más disfrutable de la sesión), pero
en la práctica los viejos supervivientes, si no quieren o no pueden abandonar
el género, tienen que seguir haciendo reír a los jovencitos de 17 años.
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