“Blood
quantum” (título referido, al parecer, a una especie de “RH
vasco” que te define o no como americano nativo) plantea una
epidemia de zombis ultraviolentos que solo deja indemnes a los
pobladores originales de Norteamérica, lo cual plantea la divertida
paradoja de que terminan siendo los pieles rojas quienes cazan a
tiros a los blancos, subvirtiendo los precedentes históricos. Lo
malo es que el guión no apuesta por ese tipo de malicia, sino que
acumula las secuencias de acción sin un hilo argumental fuerte por
debajo que vaya más allá del contraste entre los dos hijos del
sheriff, de diferentes madres: uno que lucha por integrarse y ser
buen miembro de la sociedad, y otro que es un macarra irredento.
Mientras escribo esto no tengo puesto Internet para no hacer trampa
con Wikipedia, pero, a un mes y siete días del visionado, no retengo
muchas cosas amén del ya mítico “abuelo ninja” (un ex
combatiente de la II Guerra Mundial que por alguna razón es un
maestro indio de la katana): una broma consistente en cagar sobre los
coches desde lo alto de un puente, unos peces zombis, una inquietante
chica de ojos claros que arranca su “hombría” al macarra y que
luego es vislumbrada brevemente como zombi para no aparecer nunca
más, y unos peculiares insertos animados, recurso que, como veremos
luego, no fue la única vez que apareció en esta Muestra. Pero en
general recuerdo “Blood quantum” con bastante desdén, me dio la
impresión de que era el típico título de relleno, con
disponibilidad fácil, que dentro de muy poco veremos programado
hasta la saciedad en el canal Dark.
“Bacurau”,
por su lado, me planteaba la misteriosa cuestión de qué hacía en
la Muestra. Había visto una de las pelis anteriores de su
co-director, Kleber Mendonça filho, “Doña Clara”, y, si bien la
encontré interesante, no la vi muy afín a los mundos del
fantástico, ni hacía prever una visión del mundo lo bastante
divergente para hacer del cine de autor un subgénero afín a la fantasía
o incluso a la ciencia ficción (por ejemplo, lo que pasaba en
“Canino” de Lanthimos). Luego, una vez vista, ya queda claro el
porqué, aunque habría que “spoilear” a fondo para explicarlo
del todo. Baste decir que la película transcurre en un futuro más o
menos cercano y que en ella unos gringos que utilizan un dron espía
en forma de platillo volante se proponen exterminar a los habitantes
de un pueblo brasilero cercano a Pernambuco para hacerse con su agua,
un bien convertido en escaso. Y hasta ahí puedo leer, como decían
en el “Un, dos, tres”. La peli en general gustó más al público
de lo que yo pudiese haber anticipado (excepto a los más acérrimos
del cine de género, que practican con el “mainstream” el tipo de
desprecio que ellos creen sufrir por parte de la cultura más
oficial), con un inicio costumbrista que va incorporando
insinuaciones de un substrato más salvaje que terminará estallando,
llegando al “gore”, al final, ante la invasión gringa, y algún
que otro guiño inesperado (la escuela del pueblo se llama “Joao
Carpenteiro”, y ahora sí que he ido a Wikipedia: no hay ningún
Joao Carpenteiro célebre en Brasil que haya podido dar nombre a una
escuela, lo cual no demuestra de por sí que la peli sea un homenaje
a John Carpenter, pero sí que los que la han hecho han querido dejar
constancia de que para ellos John Carpenter ha sido una fuente de
aprendizaje). También hizo mucha sensación que el personaje de
Sonia Braga se llamara “Domingas”, y también subió la moral que
uno de los graciosos fuese silenciado de manera contundente durante
una escena en la que un lugareño gordo aparecía desnudo, con la
frase “es ver un pito y ya os ponéis nerviositos”. Nos hubiera
hecho falta ese héroe anónimo durante la proyección de “The
lodge”.
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