jueves, 6 de agosto de 2009

La temible aseguradora burlona


Es una pena lo que ha pasado con el cortometraje: formato desterrado de las salas de cine y reducido al estatus de carta de presentación para la industria, cuando no al de elemento de autopromoción que permite a más de un caradura dárselas de cineasta sin en realidad serlo, hubiese sin embargo merecido otro tipo de consideración, como la que se otorga al relato breve en el ámbito literario. No todas las historias pueden contarse en hora y media o dos horas; al igual que “Lawrence de Arabia” necesita 3 horas 20 minutos, otros guiones no pueden funcionar más allá del cuarto de hora. Hay novelas de 1000 páginas maravillosas, pero también hay chistes de 2 minutos que son perfectos en su género. Pero bueno, el mundo audiovisual está compartimentado de una manera muy rígida e intolerante, y así nos va; no tenéis más que ver la bilis que se lleva derramando más de 20 años contra el formato del videoclip, que sin embargo tiene y tendrá ejemplos muy buenos de una creatividad visual sin necesidad de coartadas narrativas y aun así netamente comercial. Y no empecemos con el spot publicitario, que mis colegas cinéfilos y admiradores de Garci ya me dejaban de hablar para siempre.

Pero estábamos con el corto. Uno de los pocos ejemplos que se me ocurren ahora de cortometraje realizado por un cineasta consagrado, con su carrera ya en pleno vuelo, es “The Crimson Permanent Assurance” de Terry Gilliam, 15 minutos de divertimento que sirven de introducción a “El sentido de la vida” de Monty Python y proveen un ejemplo de concepción sana del formato. Cualquiera que haya tenido el dudoso honor de asistir a un certamen de cortometrajes conocerá los errores más frecuentes de sus autores, entre ellos la impaciencia de contar todo lo que se tiene en la cabeza en sólo 15 o 20 minutos. Debe de ser el temor de que no se les vuelva a dejar rodar nunca y de ese modo no poder legar su gran testamento al mundo. No digo que semejante enfoque no pueda dar resultados interesantes, pero no lo veo adecuado para foguearse en la realización.

Lo aconsejable es partir de una idea muy básica, un chiste si se tercia, y darle un desarrollo eficaz en unas pocas secuencias. Desde ese punto de vista, “Crimson Permanent Assurance” es perfecto, porque parte de la combinación de un simple concepto y de una simple imagen: las grandes empresas financieras como ladrones de alta mar y los edificios como barcos de vela surcando las calles (las velas siendo, como nos muestra la imagen inicial del corto, las lonas de plástico con que se cubren los edificios durante una reforma).

A partir de ese planteamiento, se trata de hallar cuantas más rimas visuales mejor: las filas de pupitres de la oficina, con los bancos de las galeras; las hojas del ventilador, con sables; los ganchos del perchero, con garfios de abordaje; los armarios archivadores, con cañones. Hacer de los ya ancianos trabajadores de la vieja escuela los héroes rebeldes y de los jóvenes profesionales urbanos los villanos opresores, es otro ejemplo del “dar la vuelta a la tortilla” que tanto caracteriza tanto el pensamiento de Gilliam como el de Python. En un argumento que es todo aventura, sin protagonistas, late la sardónica tesis de que al menos, con los viejos ladrones, por ejemplo los piratas de alta mar, uno sabía a qué atenerse, mientras que con los negociantes de hoy ya no se tienen las ideas tan claras.

Todo contado con un estilo de burlona grandilocuencia que vuelve a recurrir, zumbón, al enésimo facsímil de Korngold en la banda sonora, haciendo un uso fluido y encantador de las maquetas, tan caras a Gilliam, y, en una nueva muestra de un talante travieso, cortando de raíz el aparente desenlace feliz con una sorpresa final paradójica (la Tierra finalmente era plana y el edificio pirata se precipita en el espacio) que luego reutilizaría Terry Jones en su “Erik el vikingo”. Aquí ya está en germen gran parte de la iconografía de “Brazil”, aunque también se puede entrever el episodio de la Luna de “Munchausen”.

Curioso interludio, pues, en una obra dada a las grandes ambiciones y a los proyectos complejos. Se me ocurre que deberíamos volver un poco a aquellos proyectos colectivos de los años 60 que juntaban a varios cineastas de renombre para que cada uno aportara su cortometraje. “Crimson Permanent Assurance” prueba que un cineasta experimentado puede hacer mejores cortos que un neófito, y me da la impresión de que en las distancias cortas no se ha llegado a decir aún casi nada. Luego vendrían las inevitables voces diciendo que esto sólo produce películas irregulares, pero ni caso. Como si las películas largas de un solo director tuviesen que ser por fuerza coherentes, uniformes y perfectas.

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