miércoles, 12 de septiembre de 2007

"La fábrica de las avispas" de Iain Banks


No es muy corriente que un autor recopile en primera página de una novela una sucesión de críticas desfavorables. Para el Irish Times, “una obra de depravación sin parangón”; para el Times Literary Supplement, “el equivalente literario de la más desagradable forma de delincuencia juvenil”; para el mismísimo Times, “una broma destinada a engañar al Londres literario y hacerle respetar la basura”. Veintiún años y más de veintiún reimpresiones después, Iain Banks rió el último: “La Fábrica de las Avispas” está reconocida como un pequeño clásico de la literatura británica reciente, cuya relectura deja en evidencia la mentalidad parroquial y las escasas luces de los mismos supuestos expertos que tampoco se ensuciarán siquiera las manos con los libros que firma el alter ego del mismo autor, seguido de la inicial “M”.

Una de las razones para las frecuentes descalificaciones del libro pudo ser su ruptura de tabúes: contada en primera persona por un narrador de 17 años que admite con la mayor naturalidad del mundo haber asesinado a sangre fría, de pequeño, a sus igualmente tiernos hermano y prima, así como a un amigo de su misma edad, y satirizando con ocasionales ribetes escabrosos la institución familiar y los estragos que puede ocasionar la educación paterna, los caballeros conservadores no supieron qué hacer con algo tan inclasificable y se agarraron a dos o tres palabras malsonantes para acusarlo de obscenidad, mientras que presentar a niños como víctimas y perpetradores de asesinatos bastó para equiparar a Banks con el “gore” más barato, cuando en realidad lo inquietante de varias de esas escenas es su poesía irreal, como sucede cuando la prima Esmerelda es arrastrada al corazón de los cielos por una enorme cometa y jamás se vuelve a saber de ella.

Pero ninguna de las firmas prestigiosas del Times y compañía se detiene en la peculiar descripción de la mente del protagonista: no sólo no le pareció mal matar cuando era pequeño (aunque, en sus palabras, “era sólo una fase que estaba atravesando”), sino que su visión del universo es completamente irracional y mágica. En la isla donde vive, separada del resto de Escocia por un puente colgante, cabezas de pequeños animales sacrificados, colgadas de postes, avisan al narrador si alguien se acerca, la calavera del perro que le arrancó los genitales a los tres años le permite ponerse en contacto con su hermano, evadido de un psiquiátrico, y un complejo artefacto, la Fábrica de las Avispas del título, le sirve como elemento adivinatorio, según la muerte que encuentren las avispas que introduce en su laberinto de trampas mortales.

Si bien no puede decirse que “La Fábrica de las Avispas”sea una novela fantástica o de CF, su parentesco con ambos géneros es claro: aparte del surreal mundo interior del narrador, éste mismo como personaje es una suerte de experimento científico para su padre, ex hippy que educa y moldea a su inquietante modo a un hijo sin existencia legal, con imprevisibles consecuencias. La acidez con que se retrata el submundo progresista de los 70 sólo es comparable con el veneno que destila acerca de los roles sexuales que la sociedad nos vende y obliga a adoptar, por no hablar del cuestionamiento implacable de las nociones de normalidad y cordura, o las terribles imágenes metafóricas para mostrar lo que late bajo la realidad si nos empeñamos en mirar con demasiada atención.

Dividida entre el coloquialismo y un elevado aliento poético, virtuosa y maquiavélica en su dosificación de información y su manipulación del lector, que cree en vano adelantarse a la trama, ingeniosa en sus diálogos entre locos dignos de los hermanos Marx o Monty Python en su dominio del absurdo lógico, prima hermana del Golding de “El señor de las moscas” en su antropología primitiva infantil, y poseedora de un final que sería pecado mortal desvelar y que provoca un cegador fogonazo de iluminación y revelación temática, si bien, rememorando, las pistas subliminales no faltaron, “La Fábrica de las Avispas” resulta tan alucinante como el mejor terror fantástico, tan brillante conceptualmente como la mejor CF, tan absorbente como el mejor “thriller”, tan densa en su psicología y malintencionada en su sátira como la mejor narrativa general contemporánea, y tan clara en su estilo y narración como el menos exigente “best seller”. Ante el peligro rompedor de géneros y expectativas que suponía Banks en 1984, las momias de la crítica garrapatearon, presas del pánico, sus exabruptos y anatemas... que hoy sirven como divertida introducción a una extraordinaria novela, altamente recomendable.

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