sábado, 11 de abril de 2009
Tras los pasos del Rey Carmesí 5: "Earthbound" (1972)
Mis habilidades para la búsqueda en Internet han debido de verse muy mermadas con el tiempo, pues, de otra manera, no me explico que no exista una lista de “Los 10 directos oficiales peor grabados de la historia del rock”. Una lástima, dado que tendríamos el gusto de contemplar en el podio, junto a “Live at last” de Black Sabbath y a algunos punkis renegados, a los mismísimos King Crimson con “Earthbound”, disco que durante muchísimos años, y con razón, no estuvo disponible en CD.
Aunque, de nuevo, tal vez la cutrez de este disco, grabado directamente a cassette “desde la parte de atrás de un camión Wolkswagen”, como reza la contraportada, sumara puntos a la credibilidad del grupo para el tipo de mentes perturbadas que deciden lo que es bueno en la música rock. No olvidemos que, en los años dorados del sinfónico, cuando ya el concepto “disco doble” empezaba a ser sinónimo de tostón, las bandas punteras, léase Yes o ELP, sacaban directos que, en aras de reproducir en su totalidad sus espectáculos, no eran dobles sino TRIPLES, con el consiguiente aumento de precio y la furia contenida de los resentidos sin talento que veían en todo esto un acto de presunción y ostentación sin límites.
En cambio, Crimson sacaban un disco en vivo directamente en la serie económica de Polydor, con una portada negra, y con un sonido distorsionado, sin detalle, a menudo sepultando el bajo debajo del retumbar de la batería, en las antípodas de los primores sonoros que se han asociado siempre al subgénero. En cierta manera era como decir, “si los Stones o los Kinks pueden sacar discos en directo flojos, King Crimson pueden sacar uno todavía peor, con menos valores de producción, casi de guerrilla”.
¿Fripp adelantándose a su tiempo, o más bien sucumbiendo a un repentino ataque de chapucismo? Es difícil saberlo. El inicio del disco ya pone en antecedentes: la versión del “20th century schizoid man” posee una energía que sorprendería a todos esos grandísimos detractores del grupo que jamás en la vida se han sentado a escucharlo, pero el sonido hace verdadero daño, hasta el punto de que no sólo la voz de Boz Burrell está filtrada y descompuesta a través del sintetizador VCS3, sino que el grupo entero lo parece. Estoy bastante convencido de que la media de los discos piratas del mercado suena bastante mejor que esto, y, si me da grima escuchar las grabaciones históricas de directores como Furtwängler o Toscanini por su penosa calidad según las exigencias actuales, imaginaos esto. “Earthbound” es más un documento sonoro que una obra que merezca estar en el canon del grupo.
Eso sí, el documento resulta curiosísimo por la imagen tan diferente que arroja sobre Fripp y compañía. Lejos de las influencias clásicas del inmediatamente anterior “Islands”, el núcleo esencial de la banda que lo grabó se asemeja más a una “jam band” de aquellos tiempos, dispuesta a adoptar un modo “jazz funky” a la menor oportunidad que se presentase. Parece ser que a Sinfield, ya separado del grupo, esto no le hacía muy feliz, y quizá no le faltara razón. Es verdad que la música que oímos en cortes como “Peoria” o “Earthbound” es más vitalista y terrenal que la de “Islands” o “Lizard”, pero también es cierto que la originalidad de esas improvisaciones, puestas en el contexto de la época, no es demasiado grande. Esos ritmos funky de ojos azules, con Boz haciendo scat y Mel Collins incidiendo en ese típico saxo pentatónico rockero que, por razones familiares, me provoca cierta grima, eran en el fondo el menú habitual de muchos grupos británicos de la época, y tampoco se puede decir que Crimson domine el estilo de manera excepcional: el bajo de Boz es simplemente adecuado y no interactúa demasiado con los demás músicos (al igual que Gordon Haskell, Burrell no sabía tocar el instrumento al entrar en el grupo y Fripp le enseñó en tiempo récord) y al propio Fripp se le siente mil veces más cómodo en los punteos cósmicos con el E-Bow que crando una base rítmica con el wah-wah.
“Groon”, aunque en una línea parecida, tiene una forma más libre, más free que jazz, con el toque vanguardista de procesar el solo de batería de Ian Wallace mediante el VCS3, momento precursor en al menos 10 años de las baterías electrónicas de los 80 y más espectacular para experimentarlo en vivo que para escucharlo en un disco, como todos los solos de batería, por otro lado (Dios sabe que amo a Led Zeppelin, pero las versiones en vivo de “Moby Dick”, con Bonham baqueteando durante 20 minutos, podrían haber sido escucha obligada en Guantánamo). Para más inri, la prístina calidad sonora de la grabación convierte el innovador fragmento en un pequeño suplicio.
Pero a pesar de estos momentos aislados de búsqueda, tampoco muy exitosos, la balanza se inclinó hacia la incomodidad. Pese a que Fripp suele desmentir las acusaciones de ser el dictador de Crimson, él mismo reconoció que la dirección improvisatoria de esta formación chocaba con sus conceptos de lo que debía ser el grupo y de ahí nació la decisión de disolverlo. Incluso cabría la posibilidad de ser más malo aún y de interpretar el pobre acabado sonoro de “Earthbound” como una manera deliberada de relegar a la oscuridad esta encarnación de la banda y pasar página. De hecho, no fue hasta 2002 que tuvimos otra oportunidad de recuperar las hazañas en directo de Fripp, Boz, Collins y Wallace, con Sinfield ya perdiéndose en la lejanía, a través del disco “Ladies of the road”, cuyo repertorio más variado pudo reivindicar este Crimson para siempre... de no ser porque el segundo CD, “Schizoid men”, montaje de múltiples solos de guitarra y saxo en la canción bandera del grupo, supone un desafío insuperable a la paciencia del oyente. ¿La historia se repite? Sólo sé que éste, con sus limitaciones, fue un buen Crimson, refrescante y diferente a todos los demás, y que, si Robert Fripp no leyó “El demonio de la perversidad” de Allan Poe, sí puso a menudo en práctica su filosofía.
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