domingo, 8 de mayo de 2011
"The sad tale of the Brothers Grossbart" de Jesse Bullington
Ahora que Internet amenaza con convertir la distribución física de películas en una pintoresca costumbre del pasado, uno se pregunta qué harán a partir de ahora para ganarse la vida esos personajes llenos de cultura y rabia contenida que a menudo podían encontrarse detrás de los mostradores de un videoclub, lidiando con clientes despistados en busca de películas imposibles mientras escribían guiones delirantes inspirados en el spaghetti western y el kung fu de Hong Kong (Quentin Tarantino) o novelas de fantasía medieval llenas de violencia, sordidez y terrores ultraterrenos (Jesse Bullington).
El debut de Bullington, “The sad tale of the Brothers Grossbart”, es irreverente a varios niveles: en primer lugar, desecha la Edad Media idealizada al estilo prerrafaelista para recrear una época sucia y salvaje, devastada por las plagas, el bandidaje y los abusos del poder, donde las fuerzas del mal campan a sus anchas; en segundo lugar, pone al frente del relato dos héroes que son verdaderos canallas, ladrones de tumbas sin demasiados escrúpulos a la hora de mandar al otro mundo a quienes se interpongan en su camino, apenas suavizados por su devoción a la Virgen, figura reinterpretada por ellos de un curioso modo que no habría hecho mucha gracia a la Santa Inquisición; en tercer lugar, a pesar de la ambientación realista, apuesta de forma clara por el horror y lo sobrenatural, dejando a un lado las amenazas ultraterrenas más tópicas para proponer criaturas terroríficas sorprendentes, expresionistas, que pondrían a prueba la capacidad de los artistas fílmicos y plásticos más afamados. Todo lo cual en un ambiente profano y malhablado que seguramente habrá dado más de un problema en los Estados Unidos natales del novelista, pero da un aire políticamente incorrecto que se agradece en una representación del pasado histórico, visto demasiado a menudo desde una óptica aséptica, desinfectada, de parque temático. Uno de los mayores aciertos de Bullington en su novela es trasladarnos a un mundo brutal y extraño donde cualquier cosa puede suceder y nadie está a salvo.
Los desaciertos, que también los hay, son fácilmente achacables a la inexperiencia narrativa. Junto a secuencias magníficas que casi podrían constituir relatos independientes, como aquel en el que la bruja Nicolette cuanta su origen tras seducir de manera repugnante a uno de los violentos hermanos, hay obvios bajones de ritmo en los que la historia no avanza y se insiste demasiado en aspectos que ya han quedado lo suficientemente claros. Junto a escenas de pesadilla dignas de despertar la envidia del mismísimo Clive Barker, como el nacimiento de los monstruosos niños que la bruja enviará por el mundo para vengarse y a los que dota de poderes canibalizando partes de su propio cuerpo, nos encontramos personajes fascinantes pero un poco desperdiciados, como el de la sirena que los Grossbart escoltan hacia Venecia por media Europa, capaz de hacer que los hombres se ahoguen por ella en sus sueños, pero borrada del mapa con demasiada rapidez, en un final de trama al estilo “castillo de naipes” bastante característico de lo que es el último trecho de la novela.
Impurezas que no llegan del todo a invalidar un debut novelistico insólito, una gamberrada en toda regla que se aparta bastante de los caminos trillados en la fantasía de ambiente histórico y que combina el humor negro con la escatología, un sentido muy peculiar de la moral y el horror más visionario, logrando un conjunto atractivo que coloca a Bullington entre las grandes promesas de un subgénero, la fantasía, amenazado de asfixia entre tanto zombi casposo, tanto vampiro enamorado y tantos señores de los anillos sin anillos. Cuando me lea su segunda novela, “The enterprise of Death”, que también tengo, quizá cuente algo por aquí.
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