Lo que nunca me ha gustado del discurso pro-japonés de
personajes como Vigalondo es que hace creer que allí la extravagancia es la
norma, que el emblema del cine de género es un Seijun Suzuki, que sin embargo
acabó despedido por la Nikkatsu, o que lo grande del anime es que puede
producir cosas como “Urotsukidoji”. Y, sin embargo, hacer así, por muy
contrario que sea a las ideas recibidas que quieren hacer de artistas sensatos
y equilibrados como Ozu la norma aceptable en Occidente del cine nipón, no deja
de ser otro reduccionismo que propicia reacciones injustas, como la de aquellos
que rechazan de plano la producción contemporánea para las pantallas del
archipiélago porque vieron una de Takashi Miike y caray, vaya degeneración
mental.
Lo interesante es darse cuenta de que existe una producción
popular, artesanal, sin ínfulas rompedoras, pero que proporciona un placer
inconfundible que nunca defrauda, conviviendo con las rarezas de autor o las
idas de olla. Cuando uno ve “Ruta sangrienta”, decimoséptima entrega de la saga “Zatoichi”, con Shintaro Katsu, no hay sorpresas que valgan, no falta
ningín ingrediente: Zatoichi se ve perseguido por una turba de individuos
malencarados, que despacha con su infalible sable pese a ser ciego; aparece un
poderoso espadachín que sabemos que al final cruzará katanas con el masajista;
Zatoichi, por los azares de la vida, tendrá que cuidar a regañadientes de un
ser desvalido al que al final tomará cariño; por el camino, a menudo durante
partidas de dados, unos desaprensivos tratarán de timar al héroe aprovechándose
de su ceguera y serán timados a su vez; tras una batalla espectacular, Zatoichi
caminará solo hacia el crepúsculo, sumido en una aureola de tristeza
consustancial a la vida de un yakuza vagabundo sin hogar ni seres queridos.
No hay sorpresas, pero el oficio de Kenji Misumi y el equipo
de la Daiei, amén de la actuación del mítico Katsu, se las arreglan para
entretener introduciendo siempre alguna pincelada temática peculiar que en el
cine de género hollywoodense no se acostumbraba: en la peli que nos ocupa, el
espadachín ciego ha de defender la vida de un joven pintor sentenciado a muerte
por el shogunato debido a los dibujos eróticos prohibidos que el padrino del
lugar le obligó a crear como base de un tráfico pornográfico avant la lettre.
La coincidencia en el tiempo de este visionado con el lamentable atentado
contra “Charlie Hebdo” recalca aún más la peligrosidad necesaria del arte,
necesitado hoy más que nunca de espadas justicieras y ciegas que lo defiendan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario