Puede suceder que la crónica de tus lecturas sea una
historia en sí misma, con sus propias expectativas, desarrollos, decepciones,
sorpresas y finales inesperados, con sus propios clímax y anticlímax, con sus
momentos de plenitud a mitad de camino, o en recovecos del sendero, o sus
llanuras de placidez después del fogonazo que nos dejó medio ciegos o sordos a
mitad del volumen.
Una de estas sagas ha sido para mí la revisión de la
novela de Jeffrey Ford “La Fisiognomía”, de 1997, y su continuación en otras
dos novelas posteriores, “Memoranda” y “El Más Allá”, formando lo que hoy por
hoy suele llamarse la “Trilogía de la Ciudad Bien Construida”.
Leí “La Fisiognomía” allá por 2006, y me produjo un
impacto considerable, así como un replanteamiento de lo que esa entidad
nebulosa llamada “novela de fantasía” era capaz de conseguir. En un estilo tan claro
y elegante y lleno de una belleza en giros y vocabulario que nunca parece
rebuscada o artificial (o bien que sabe ajustarse a la voz narrativa en primera
persona de un personaje que hace gala irónica de su superioridad), se nos sirve
en menos de 300 páginas un relato rico en sugerencias y escenarios, a medio
camino entre el pastiche de ambientación decimonónica o incluso anterior (el
medio de transporte más sofisticado que emplean los personajes parece ser el
carruaje) y una visión distópica, más contemporánea, en la que fantasmas
incorpóreos como el de la drogadicción o la férrea estratificación social
(fundamentada en seudociencias del estilo de la “antropología criminal” de
Lombroso, que podía convertir a alguien en un posible criminal solo basándose
en su aspecto físico) conviven con criaturas de un imaginario monstruoso
surgidas de la cocina de un “mad doctor” o de una guía turística de los
círculos infernales.
Unamos a esto la voluntad de aplicar un cierto moralismo
visionario al estilo de los cuentos de Nathaniel Hawthorne (no solo el mil
veces antologizado “El Joven Goodman Brown”, sino otros como “Feathertop”, o el
poco conocido “El velo negro del pastor”, del que Ford extrae una imagen
esencial para su novela), una sensibilidad terrorífica más explícita, el tema,
tan presente en la literatura estadounidense desde las novelas góticas de
Charles Brockden Brown, de la naturaleza salvaje como contrapunto numinoso de
una civilización frágil e imperfecta, con tanto de paraíso como de infierno,
así como un protagonista que va humanizándose desde un inicio desdeñoso y
altivo a fuerza de tribulaciones, juntemos todo esto y agitemos bien y no
extrañará que la novela obtuviera el World Fantasy de 1998, aunque sí
sorprenderá el relativo olvido en el que vive, en comparación con otras obras
muy inferiores que no mencionaremos y que son objeto de una reedición tras
otra.
La novela, aunque está contada con seriedad, tampoco es
un tratado sesudo, posee humor y posee marcados componentes pulp que agradarán
a unos y estropearán el efecto para otros: Drachton Below, el creador de la
maravillosa Ciudad Bien Construida, ejemplo preclaro de triunfo del ingenio
humano sobre una naturaleza amenazadora poblada nada menos que por demonios con
cuernos y rabo, entre otras criaturas, no deja de ser un sabio loco de manual,
que además de constituirse en “Gran Hermano” de una sociedad donde el estudio
de la supuesta correspondencia entre rasgos físicos y personalidad o
inteligencia se ha erigido en ley ejecutable, se entretiene en sus ratos libres
creando en su mesa de operaciones híbridos entre humano y lobo o animando a
base de mecanismos de relojería cadáveres que luego hace luchar entre sí en
torneos.
Podríamos decir que estamos en el territorio “New Weird”
de escritores como China Miéville, con la diferencia de que Ford parece
controlar más su material, se preocupa mucho de la caracterización de su
protagonista, e intenta evitar caer en lo que los anglosajones llaman el romp,
a saber, una especie de divertimento rápido que quizá juega con ingredientes
serios pero está hecho para entretener más que para hacer reflexionar. A Ford
parece haberle perjudicado un poco el uso, para definir esta novela y las dos
que la siguieron, del vocablo “alegoría”, que para más de uno reviste carácter
de palabrota y que se suele aplicar muy a la ligera. Una cosa es el simbolismo,
en el que personajes y elementos pueden entenderse como metáforas abiertas a la
interpretación, y otra la alegoría, donde los personajes claramente representan
virtudes o instituciones hechas carne, y existe una interpretación correcta, a
menudo moralizante. Uno puede pensar que Ford habla de la colonización de los
Estados Unidos, de la “experiencia americana” en general (impresión reforzada
por el rol de los nativos en el tercer volumen de la saga), pero me cuesta ver
esto como una interpretación excluyente, que anule otras sugerencias. Las
alegorías vienen con una correspondencia unívoca entre números y letras.
Algún comentarista afirma que la figura principal, el
Fisiognomista Cley, va perdiendo interés a medida que se enamora, sufre, deja la
droga mediante la cual Below controla a sus adláteres (y que se denomina, de un
modo simpático, “belleza”) y decide rebelarse contra su sistema de valores,
haciendo más convencional una trama que podía haber sido imprevisible. No
obstante, es en parte esta evolución psicológica la que consigue que la novela
vaya más allá de un universo creado en todos sus detalles (prueba de ello es
que los detalles están ahí, pero no se deja que su descripción ocupe decenas de
páginas) y sepa anclarse en lo que quiere contar en lugar de disparar en todas
direcciones (algo de lo que Miéville, por ejemplo, es culpable en más de una
ocasión).
Episodios como el de la isla donde Cley es condenado a
trabajos forzados, bajo la vigilancia de los guardianes del día y de la noche,
tan parecidos como para poder tratarse de una misma persona, mientras lee,
rememora o vive (nunca llega a estar muy claro) el diario de una expedición al
Más Allá, esa tierra inexplorada, llena de maravillas y peligros, que rodea la
ciudad artificial de Below, tienen todo el sabor de la vieja literatura de
aventuras, pero también una cualidad surreal y extraña, que actualiza los
viejos modelos sin renegar de ellos.
En fin, podría continuar con las razones que en su
momento hicieron que este libro fuera importante para mí, pero creo haber
expuesto ya lo suficiente. El retorno a él 11 años después, para valorar en su
contexto las dos continuaciones, fue un tanto agridulce, no necesariamente por
pensar que me equivoqué en mi valoración entusiasta de entonces, sino tal vez
por mi desencanto en los años intermedios, que han amenazado con convencerme de
que la exuberancia imaginativa no es un valor artístico tan fundamental como
siempre había pensado. En un momento en que el ideal parece ser el minimalismo
expresivo, en que la concentración de muchos elementos, incluso conceptuales,
es vista como un defecto y no como una virtud, en que todo el mundo tiene muy
claro cómo tiene que ser lo que va a leer o ver antes de leerlo o verlo, en que
parece que no puede haber término medio entre realismo descriptivo y
surrealismo desenfrenado, entre tradición y experimentación, uno se encuentra
con que la figura de Jeffrey Ford ocupa un segundo o tercer plano, que los
comentarios de los internautas en webs como “Goodreads” perdonan la vida
displicentemente a la novela que lo lanzó a la fama, que parece estar descatalogada
y solo disponible de segunda mano en la mayoría de los Amazon.
Increíblemente, hay quienes se sienten defraudados por
el hecho de que la premisa no sea desarrollada a lo largo de 600 páginas,
quejándose de que la acción sea “demasiado rápida”, mientras que otros, quizá
detractores de todo el enfoque simbolista en la narrativa, son incapaces de ver
una conexión lógica entre los distintos capítulos, y otros basan su rechazo en
interpretaciones peregrinas (como que Ford ve “la ciencia y la tecnología como
el origen de todos los males”). Cómo no, hay quienes se aburren (cuando se
trata de un escritor con un pulso narrativo férreo) y quienes lo consideran
frío y distante (supongo que por utilizar alguna palabra “rara” de vez en
cuando). La supuesta democratización de las opiniones lo que hace es crear una
espesura impenetrable en la que se vuelve cada vez más imposible discriminar lo
que es bueno y lo que es menos bueno en todo lo que ha dejado de ser objetivo
de los medios. Más de uno habrá perdido el interés por novelas como “La
Fisiognomía” dependiendo del comentario que haya leído primero, y uno tiene la
impresión de que una creación artística original lo tiene ahora más difícil que
en otras épocas para permanecer, debido al estrépito de las voces sin filtrar que
siempre van a intentar minimizar logros que no estaban de acuerdo con sus
expectativas, o simplemente entran a divertirse expresando negatividad de forma
gratuita hacia un blanco que no les va a partir la cara, y que, más informadas
o menos, con menor o mayor razón, a buen seguro van a superar en volumen la propia
extensión de tu libro. La idea de que una novela como “La Fisiognomía” pueda haber caído en una especie de limbo,
ahogado por el gallinero, y de que alguien como Jeffrey Ford no haya subido como
la espuma en los años sucesivos, descorazona un poco a quienes creíamos en un
cierto tipo de literatura demasiado entretenida para ser prestigiosa y
demasiado seria para ser considerada simple entretenimiento.
Y sin embargo, la lectura del segundo volumen, “Memoranda”,
me dio la respuesta: disfruta de lo que leas sin preocuparte de que los demás
lo consideren o no bueno. Lo cierto es que el comienzo no era muy prometedor:
el villano del primer volumen, a quien se daba por muerto, aparece en el pueblo
creado por Cley y los fugitivos de la Ciudad Bien Construida y sume a sus
habitantes en una enfermedad del sueño, lo que obliga a Cley a viajar en busca
de una cura. Aproximadamente el primer tercio del libro consiste en un viaje
que recicla algunos de los elementos de la novela anterior (salvo que se
presenta la figura del demonio humanizado Misrix, el otro gran protagonista de
la trilogía), y no pude evitar la impresión de que el barroquismo y la variedad
de situaciones del primer volumen no iban a repetirse (lo cual es del todo
cierto, las continuaciones van por otro lado), pero la espera merece la pena
cuando se entra en la trama principal: la peripecia de Cley dentro de la
memoria de un Below catatónico, mundo virtual en el que, siguiendo el Arte de
la Memoria renacentista, cada persona y elemento ha sido creado para
representar y sustituir un recuerdo que será evocado al interactuar con él.
Ese microcosmos de personajes un tanto grotescos (aunque
no falta, como en la novela anterior, un personaje femenino que se convertirá
en el interés amoroso de Cley), acechados por amenazas sobrenaturales aún más
grotescas y surreales, mientras el mundo que los rodea se va desmenuzando en
sintonía con la enfermedad del hombre en cuya mente se desarrolla todo, tiene
la virtud, en contraste con la novela anterior, de una menor dispersión, un
aroma más decadente y europeo, que me mantuvo pegado a las páginas con mayor
intensidad de lo que ha sido frecuente en un servidor los últimos meses. La
manera en que se dramatiza la melancolía del deseo y se relaciona el amor con
la adicción dota de un contrapunto reflexivo a la peripecia de fantasía, horror
y aventuras, desarrollada sobre el telón de fondo técnicamente infinito del
interior de la mente de un supuesto genio del mal, pero sin que se permita que
el número y volumen de invenciones extrañas sumerjan la trama. Palabra por
palabra, frase a frase y párrafo a párrafo, Ford tiene un oficio de narrador
que muchos escritores de más éxito y reconocimiento ya querrían, la fuerza
narrativa nunca decae y su manejo de la fantasía y el absurdo son envidiables,
pero, visto lo visto, no me extrañaría nada que en múltiples rincones de
Internet se considerase “Memoranda” como una gran mediocridad indigna de que se
pierda el tiempo con ella.
No obstante, para mí se ha tratado del libro que más me
ha atrapado en mucho tiempo, que me ha devuelto recuerdos de la época de mi
vida en la que leer era lo más importante e incluso me ha animado a retomar mis
compras bibliográficas y activar mis aficiones literarias en oposición a la
gran pérdida de tiempo que supone una Red tan adictiva como insustancial. Me da
igual que “Memoranda” pueda ser considerada o no como una gran obra (aunque
desde luego da unas cuantas vueltas a sagas de fantasía que gustan a todo el
mundo), me da igual si me quedo solo en mi valoración positiva de ella. Hay una
mezcla de desmadre imaginativo y disciplina narrativa, una relativa economía de
medios en lo que bien podría haberse prestado a un “todo vale”, una
sensibilidad contemporánea expresada con herramientas del pasado, que me han
reconciliado con la literatura entendida como medio de comunicación y
entretenimiento, y me han recordado algo que parecía tener un poco olvidado:
que bastan un cuentacuentos talentoso y un oyente fascinado para que la vida
merezca la pena. Digan lo que digan en las redes.
Tras esta epifanía personal, puede parecer que la
tercera parte de la trilogía, “El Más Allá”, haga descender el nivel, y que,
pese a los intentos, no se haya logrado armar un argumento del todo coherente
con los tres libros, y que solo la presencia de Cley y Misrix y la evocación de
lugares y peripecias anteriores unifique de cierta manera lo que en el fondo
son tres novelas bastante distintas. Puede argumentarse que hay cierta lógica
en sus diferencias: el primer libro es la civilización, compleja y populosa; el
segundo, más intimista, es la memoria de una sola persona; el tercero, en
cambio, sería el retrato de esa naturaleza que los humanos han pretendido
dominar, de ahí que ningún intento de trama logra dominar el episódico
conjunto.
“El Más Allá”, única de las tres novelas de la trilogía
que permanece inédita en España (con buen criterio, Jeffrey Ford fue una de las
últimas grandes apuestas de Porrúa en Minotauro) es la crónica del viaje de
Cley al mundo salvaje en busca de perdón y redención para su pasado turbio como
fisiognomista, en paralelo con los intentos del demonio Misrix por ser aceptado
como humano por los colonos del pueblo de Wenau, fundado por los supervivientes
de la Ciudad Bien Construida. En realidad, ambos separaron sus caminos al
inicio del viaje, con lo cual lo que nosotros leemos es el relato, escrito por
Misrix bajo la influencia de la “belleza”, de lo que pudo ser el viaje de Cley,
con lo cual no es descabellado afirmar que todo ello bien podría ser una
invención o la satisfacción vicaria de un deseo.
No necesito acudir a comentarios de Internet para
imaginar que muchos habrán encontrado tediosa esta novela. La peripecia
recuerda bastante al subgénero sobre tramperos supervivientes de la narrativa
“western”, con su lucha denodada por sobrevivir en el invierno y sus encuentros
con las tribus nativas que no quieren ver su territorio usurpado por los
blancos. Cley ya no se impone como personaje: no solo han desparecido su maldad
y su presunción e incluso su voz (la tercera persona reemplaza aquí la primera
de los primeros dos tomos), sino que ni siquiera vuelve a recurrir a sus
habilidades quirúrgicas que buscaban aplicar la Fisiognomía retroactivamente,
es decir, alterando la apariencia para así alterar el espíritu. La naturaleza
no se puede alterar, de ahí que Cley sea aquí una figura tirando a pasiva, incapaz
de imponer una forma a los acontecimientos.
La escritura y narrativa son sólidas y mantienen la
atención, aunque se echa de menos el nivel de imaginación de los dos libros
anteriores. El tema de la resurrección del mundo salvaje, para la cual Cley será
un instrumento sin saberlo, carece de la fuerza necesaria al no haberse
insistido lo suficiente, pese a poblar el continente con fauna y flora
surreales, en tropos al estilo “tierra moribunda”: un continente sin colonizar
no puede haber sido herido o dañado por la presencia humana. En realidad son
los humanos los que necesitan morir y resucitar, un concepto presente en la
novela pero al que se dedica menos espacio que a homenajear a autores como
Fenimore Cooper.
El trayecto vital de Cley pasa por renunciar a sus
sueños grandiosos de redención personal y convertirse en un responsable padre
de familia. O quizá una conclusión tan normal, tan poco épica, sea el deseo
sublimado del demonio Misrix, a quien los habitantes del poblado acusan de
asesinar al ex fisiognomista. Encuentro mayor interés en los fragmentos en
cursiva que detallan la peripecia del aprendiz de humano y único remanente de
las experiencias del demiurgo Below. La interrogación sobre lo que significa
ser humano no es una de las búsquedas filosóficas más inusuales de la
literatura fantástica, pero resuena de manera especial en un libro que trata
sobre el lugar de ese mismo ser humano en oposición a una naturaleza hostil,
tratando de finalizar en una nota agridulce y de preguntar al lector si el alto
precio a pagar realmente merece la pena.
En resumidas cuentas, dejando a un lado su papel en
devolverme una pasión lectora que estaba un poco en animación suspendida, he
encontrado la trilogía un tanto desigual. Como muestra de imaginación
pirotécnica, sin duda el volumen inicial es el mejor, aunque los otros dos
hagan gala de una mayor madurez y contengan mejores momentos de escritura.
Siendo un poco guasón, afirmaría que la crítica más seria admiraría el tercer
libro más que ningún otro, al ser con diferencia el menos “palomitero”, basarse
en gran parte en la fuerza de su estilo narrativo y poseer unas dosis de
ambigüedad que pueden ayudar a lucirse a un buen reseñador. El segundo quizá
pueda atraer más a los amantes de una narrativa fantástica y gótica más
convencional, si no les molestan unas ciertas dosis de surrealismo.
En todo caso, si bien se trataba de un empeño demasiado
ambicioso para un escritor en el inicio de su carrera, se trata de libros
concisos, carentes de “paja” (no puedo estar más en desacuerdo con el reseñador
de Amazon citado antes, que deseaba una “mayor exploración” del universo
planteado), siempre bien escritos y bien estructurados, con unos conceptos y
escenarios que podrían dar oro puro en manos de cineastas talentosos, y que, a
pesar de ir un poco de más a menos, merecerían una seria consideración a la
hora de elaborar el canon de la fantasía literaria de finales del XX e inicios
del XXI. Lo que encuentro raro, no obstante, es que Ford se haya centrado tanto
en el relato breve y no haya vuelto a la carga con alguna otra trilogía de
altos vuelos ahora que domina su arte a la perfección. ¿No será que habrá
estado leyendo comentarios de los internautas sobre la anterior y se le han
quitado las ganas?