La única excepción a mi heroico mantenimiento del tipo
en las “sesiones de los motivados” de la XV Muestra fue “I am not a witch”, de
la directora británica de origen zambiano Rungano Nyoni. Y no es porque no
fuera una buena película, pero ni siquiera los smoothies de sabores “Bahía” y
“Frutal” situados a ambos lados de mi butaca evitaron que perdiera al final un
poco el hilo en esta película, a medio camino entre la sátira y la denuncia, en
la que una niña, de manera un tanto arbitraria, es catalogada como “bruja”
(palabra que, aparentemente, significa en zambiano “mujer desobediente o que
puede dar problemas”) y se la relega al campamento donde las demás “brujas”
están prisioneras y atadas al final de un enorme carrete de cinta blanca, del
cual, si se les ocurre liberarse, sufrirán una transformación en cabras. Bueno,
y también puedes desatarte del carrete de vez en cuando, aunque no en público,
en caso de que aceptes ser la amante de algún hombre poderoso. Y, sin embargo,
aunque se margine a las brujas, se espera de ellas que traigan la lluvia que
alivie la sequía que asola los campos. Se ha hablado bastante mal de esta peli
entre los asistentes a la Muestra, pero pongo mi mano en el fuego de que está
bien, merece verse, tiene incluso momentos graciosos, una peculiar versión de
“El verano” de Vivaldi y un final muy “de autor” bastante bien ejecutado. El
problema para mí es la idoneidad en una muestra de cine fantástico de una
película que en esencia denuncia el uso del imaginario del fantástico con fines
de exclusión y opresión social. Siendo consecuentes con esta postura, entonces
tendríamos que rechazar las verdaderas películas de brujas por perpetuar el
estereotipo de una femineidad maligna (aunque sospecho que nadie encontraría
problemas con la masculinidad depredadora de Drácula, por ejemplo) y
empezaríamos a pensar que la cultura es la enfermedad y no el síntoma, como
parece que está empezando a suceder en la historia de las otras artes más
asentadas. Ahora que lo pienso, “La bruja” de Robert Eggers termina planteando la hechicería como una fuga del corsé puritano, y esa sí es una peli
de género fantástico de pata negra, pero como para cuando llegó ese final los
mismos detractores de la de Nyoni también estaban durmiendo o jugando al God of
War, yo os digo: ved las dos películas y el debate será interesante.
El predicamento que está consiguiendo en el cine de nuestros
géneros la pareja Justin Benson-Aaron Moorhead me sorprende un poco:
proponentes de un fantástico “de autor” ajeno a los topicazos festivaleros,
cocinado a fuego lento, con guiones sin forma y referentes más literarios que
fílmicos, sus películas no suelen tener ni ritmo ágil ni brillantez formal,
aunque sí ideas sugerentes, y sin embargo hemos visto ya dos de ellas en la
Muestra SyFy, que se gana a pulso una fama de evento frívolo y vocinglero al
que los cinéfilos más puntillosos sentencian con orden de alejamiento. “The
Endless” me interesa mucho menos que “Spring”: entre las paranoias de fumetas
lectores de Lovecraft de la primera y el romance en la bella Italia entre un
chico “traicionado por la vida” (como diría mi ex-cuñado) y una especie de diosa
elemental, no hay duda de cuál resuena más conmigo, aunque ninguna de las dos
tuvo poda a nivel de guión ni montaje que la hiciera más efectiva en pantalla.
Y para empeorar las cosas, “The Endless” resulta ser una especie de
continuación de “Resolution”, la ópera prima del tándem, película que un
servidor rescató del canal Dark y que funciona admirablemente a la hora de
crear la impresión de una pesadilla cíclica que parece no ir a terminar nunca.
Y no se trata de un elogio. “The Endless” tiene una secta apocalíptica,
misteriosas cintas de vídeo (que parecen estar reemplazando en el imaginario de
la fantasía a los pergaminos medievales) , bucles temporales, barreras
invisibles que sellan un valle, varias lunas en el cielo (con multiplicación de
ovaciones de los asistentes), entidades innombrables en el fondo de un lago y
la dialéctica entre formar parte de una comunidad y ser libre. Y si todo eso
suena bien sobre el papel, es porque resulta obvio que hay ideas y cosas que se
quieren contar. Por desgracia, ni a cuatro manos se logra esculpir una forma
visible a partir de este amasijo de elementos, lo cual no significa que sea
imposible para un espectador aventurero encontrar pepitas de oro en medio de la
hojarasca.
Casi al final de la Muestra llegó la que para mí fue su
otro gran título, “Thelma”, una película que tenía distribución asegurada de
todas maneras (se estrenó en salas el pasado viernes), pero que adquiere un
sabor especial vista en la misma pantalla que “Brawl in Cell Block 99” o “Victor
Crowley”. Bien es cierto que programarla en una muestra de cine fantástico es
un poco “spoiler”, al igual que el último plano del tráiler oficial, que ya
dice demasiado sobre lo que es la historia. El film de Joachim Trier (quien, por
cierto, no es el primo noruego de Lars, aunque parece claro que ambos están
emparentados de algún modo) lograría todo su efecto si lo viéramos, tras su enigmático
e inquietante inicio, tan solo como la historia de una chica criada y educada
en el aislamiento que sale a descubrir la vida y encuentra en su interior una
serie de reacciones inesperadas. Ese inicio con el enorme plano general de la
gente en la calle, del que muy poco a poco entresacamos a la protagonista, es
una bonita manera de comunicarnos la universalidad de la historia, que todos
somos un poco Thelma. Todo el asunto de sus “poderes”, centrados en la
capacidad de desear, lleva al plano del fantástico, que no es sino la
literalización de las metáforas, que el deseo es una facultad mágica pero a la
vez muy peligrosa, especialmente en todo el contexto de la austeridad
protestante, que enseña a reprimir y sublimar las inclinaciones más íntimas y
espontáneas. Toda esa iconografía de lagos helados, bosques cubiertos de nieve,
todos esos recursos del thriller nórdico, escamoteando secretos bajo fachadas
imperturbables y dosificando con habilidad los datos fundamentales, contraponen
océanos de frialdad al rostro joven e inocente de Eili Harboe, quizá el gran
hallazgo de la película, que se distingue de otras historias similares por la
atención prestada a un personaje que llegas a amar. Incluso como historia de
amor lésbica, “Thelma” me parece mil veces preferible a “La vida de Adèle”,
menos exhibicionista en cualquiera de los sentidos (ya escribí en algún lado
que las escenas eróticas de la peli de Kechiche parecen hechas para que un
varón hetero se excite y masturbe) , y su conclusión optimista calienta el corazón
después de un largo y pausado viaje de descubrimiento y dudas, narrado con el
pulso de un buen film de misterio y que no dejaría el mismo poso si hubiese
sido un relato graciosete y rapidito. Y he de decir, que, digan lo que digan
las voces disidentes que consideraron que a la película de Trier "le sobraba media hora", el público
de la Muestra, tan mal considerado entre cinéfilos tuiteros que han jurado no
volver por culpa de su “mala educación”, degustó la propuesta con silencio y
atención, demostrando que con ellos no todo es “mandanga”.
El final tenía que haber sido con “Pacific Rim:
Insurrección”, pero diversos factores obligaron a sustituirla con otra película
de un director noruego, pero bastante diferente a Joachim Trier. “Siete hermanas”, al
parecer, ya había sido estrenada en cines, pero dentro de una limitadísima
campaña que quería disimular su pobreza mediante creatividad: se proyectó en siete
cines, durante siete días y con la entrada a siete euros. Y tal vez con siete
espectadores por sala. Con lo cual la peli, si no era inédita, poco le faltaba.
Pero, mirando hacia atrás, salimos ganando, pues es una propuesta más
interesante que la secuela del film de robots de Guillermo del Toro. Volviendo
a una temática ya no muy transitada, la de un futuro superpoblado, al que se
contextualiza en la vieja Europa gracias al rodaje en Bucarest, Tommy Wirkola
construye una película de acción en la que Noomi Rapace encarna a un grupo de
hermanas septillizas que, en virtud de las leyes que obligan a tener un hijo
único, fingen ser la misma persona cada una durante un día de la semana
distinto, ingenioso plan urdido por su abuelo Willem Dafoe pero que topará con
problemas que deberán ser resueltos a base de peleas, tiros y violencia
variada. La película me hizo gracia: las caracterizaciones de Lunes, Martes,
Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado y Domingo juegan con desparpajo al
estereotipo, casi como si se tratara de personajes de anime, y el concepto
permite algo tan infrecuente como ver morir al personaje principal, y no una
vez sino varias. Quizá, sobre todo después de haber visto hace poco creaciones
visuales tan apabullantes como “Blade Runner 2019”, pueda parecer que la
ambientación futurista es un poco del montón, mero telón de fondo para lo que
es en el fondo un “corre que te pillo”, pero en conjunto vi “Siete hermanas”
como un intento muy honorable de blockbuster a la europea, mucho más
estimulante y refrescante que el menú corporativo recalentado que vino a
sustituir en el último momento. Y con la satisfacción añadida de que es una película que en gran parte del mundo ha sido carne de Netflix y aquí pudimos ver en suntuosa pantalla grande.
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