viernes, 22 de julio de 2022

527: XVIII Muestra SyFy: Niños secuestrados



Uno de los puntos positivos de la Muestra de este año fue comenzar con uno de los títulos genuinamente esperados del cine de género fantástico y terror. Había genuina expectación en ver qué había hecho Scott Derrickson después de salir escopetado de la segunda “Doctor Strange” (de la que llegó a afirmar, cuando se anunció el proyecto, que sería “la primera película de terror de Marvel”) y asociarse a la productora Blumhouse, necesitada de cierto oxígeno artístico tras una racha de remakes que no fueron muy bien acogidos. Derrickson recuperaba otra vez como protagonista a Ethan Hawke, quien, pese a declarar alguna vez su no excesivo entusiasmo por el fantástico, vuelve a él una y otra vez, ya sea con los hermanos Spierig (aprovecho para reivindicar “Predestination”, adaptación del cuento de Heinlein “Todos vosotros zombies” que pasó bastante inadvertida), ya sea con Derrickson (“Sinister” es una de las raras películas de terror recientes que consiguieron darme momentos de mal rollo e incomodidad).

Derrickson me parece un cineasta curioso. En sus inicios llegó a colaborar con Wim Wenders en una película llamada “Tierra de abundancia”, contribuyendo más tarde a ese peculiar rompecabezas que es “Condenados” de Atom Egoyan, y ha manifestado en varias ocasiones sus creencias católicas, lo cual es bastante apropiado para una de las tradiciones fundamentales del cine de terror, la confrontación maniquea entre el bien y el mal, que en principio no es de las más pesimistas pues bajo ella subyace un sentido fuerte de que el universo tiene sentido.

“Black phone” adapta un relato de Joe Hill cuyo contexto lo pone más cerca de su padre Stephen King que de otras creaciones suyas más surreales y sorprendentes (pienso por ejemplo en el cuento “Pop Art”, en el que un estudiante convertido por una extraña enfermedad en un globo humano ha de ser protegido de los abusones que desean pincharlo). Tenemos un pueblo pequeño en el que actúa un asesino en serie que rapta y asesina a chicos adolescentes (y otras cosas entre medias que solo se insinúan para inquietar más), una chica cuyos sueños se pueblan de visiones reales y un teléfono sobrenatural (el del título) que permite establecer comunicación directa con el más allá.



Se trata de un producto atractivo que no nos ha llegado a convencer del todo: se dan cita tantos elementos (otra trama fundamental es la del violento “bulllying” sufrido por el protagonista) que lograr un equilibrio entre ellos resulta una tarea difícil (desconozco el relato de Hill, pero presupongo que muchos de los elementos que hacen la película un tanto difícil de ver como un conjunto se han añadido en el desarrollo a largo). Tener a Hawke, a mi juicio una de las grandes figuras actuales de Hollywood, en semejante papel de perturbado sádico, creo que hubiese merecido una concentración mayor en su personaje, más allá de ponerle la máscara de “Onibaba” y ponerle a esperar semidesnudo en una silla. Querer concentrar el contenido terrorífico en “jumpscares” que encima vienen de apariciones sobrenaturales sin intención maligna, minimiza el horror de la situación del chico, al cual, quizá por el tono de “coming of age” adolescente que la película a su pesar adopta (y digo a su pesar porque hay cierta voluntad de dar un tono más duro con la sangre en las escenas de peleas juveniles, pero no se va mucho más allá), nunca creemos en serio que le vaya a suceder nada malo.

Los elementos que permiten la supervivencia final del chico, aparentemente inconexos en un principio, se conjugan al final en un clímax inteligentemente orquestado, pero vistos fríamente recuerdan un poco a las trampas con las que Macaulay Culkin combatía a los dos ladrones en “Solo en casa”. Pienso que ese ochenterismo por defecto se debería haber evitado: ahí pongo en duda el “hype” que quería ver en “Black phone” una revancha poética de Derrickson para disfrutar de la libertad creativa que Kevin Feige hace inviable en Marvel. Su película no es mala ni por asomo, pero la veo lejana de los mejores momentos de su cine anterior, y le echo en falta el empujón extra que hace que una ficción de terror se quede contigo. Es harto sintomático que las filmaciones en Super 8, elemento icónico de “Sinister”, reaparezcan aquí en su función más habitual y casi tópica de ventanas hacia un pasado más o menos añorado, cuando “Sinister” subvertía esto con resultados a veces escalofriantes. Con todo, la película parece haber funcionado bien, recuperando la inversión de su presupuesto unas 7 u 8 veces, con lo cual Derrickson se mantiene como una fuerza creativa a tener en cuenta, con al menos un proyecto inmediato, la adaptación de la novela del injustamente semiolvidado George Alec Effinger “Cuando falla la gravedad”, que me intriga bastante.



Un complemento interesante a “Black phone”, dado su muy similar planteamiento, fue la segunda peli de la tarde del domingo, “The boy behind the door”, que de nuevo tiene a un niño secuestrado y aprisionado en una casa, en esta ocasión por un grupo de varias personas que comercian con las perversiones de otros, con la diferencia de que en esta ocasión otro chico, de raza negra, se cuela también en el coche y se enfrentará él solo con los raptores para salvar a su amigo. Pese a que los dos meses transcurridos no hayan sido tampoco muy amables con esta modesta producción (en ese sentido la cinta de Derrickson es mucho más memorable), “The boy behind the door” tiene al menos el aliciente de que su peripecia es mucho más compacta, centrándose en el suspense de cómo se va descubriendo la casa y lo que hay en ella, y de las estratagemas que ideará el protagonista contra los villanos, aunque aquí tal vez nos internemos mucho más en territorio “Solo en casa”, pues, por muy astuto, callejero y macarra que pudiera ser el chaval (que tampoco se nos insiste mucho en esto), la credulidad del espectador se resiente un poco, o un mucho, al ver la facilidad con que un adolescente puede hacer mucha pupa o incluso matar a adultos de 30 o 40 años que supuestamente son expertos en raptar a chicos de esta edad para venderlos a pedófilos, aunque, bueno, creo recordar que se hace intervenir al azar para que esto sea más creíble, algo que, aunque puede suceder en la realidad, en los guiones o novelas suele quedar un poco mal. Y lo cierto es que, revisando por ahí la sinopsis, tampoco hay mucho más, es un poco el típico ejercicio de estilo con el que muchos cineastas noveles empiezan a foguearse. Recuerdo que había una especie de mecanismo para que el niño secuestrado no escapara, consistente en que empezaba a recibir descargas eléctricas si abandonaba la habitación o algo así, aunque, en una historia de este tipo, no vas a empezar a sentir inquietud o miedo hasta que ves que a algún personaje principal le sucede algo irreversible. Un final feliz suele hacer que recuerdes menos una película, y si encima tenemos a un policía que aparece en el momento justo para disparar y matar, peor todavía. Lamento revelar el final, pero es que una resolución tan perezosa merece ser “spoileada”, lo siento.



Merece la pena reseñar que “The boy behind the door” ha tenido su difusión fundamental en la plataforma de streaming Shudder, propiedad de AMC Networks y, que yo sepa, no disponible en España, pues me da la coartada perfecta para pontificar de forma ignorante sobre la “plataformización” del cine y como esto termina llevando a productos baratos de entretenimiento poco exigente como el que nos ocupa, en lugar del oasis de libertad creativa que muchos pensaban que abrirían estas modalidades de pago por visión. En cierta manera, cuando más amplio sea el público potencial, mayores las posibilidades de ofender a espectadores sensibles, pero claro, si una obra de terror no te ofende y no violenta tu sensibilidad, poco terror te va a producir, amén de que, en el plano artístico, pocas normas te vas a poder saltar si no tienes un nombre de cierto peso. Creo que las modalidades “obsoletas” de exhibición forzaban a los creadores a ser más osados, para destacar sobre una competencia que desaparece desde el momento que todos los productos están a la misma ínfima distancia de un “clic”. La idea del audiovisual como un “servicio” que provee un contenido indiferenciado me horroriza bastante y le veo consecuencias feas en un futuro, pero quizá sea mejor verlo como lo que os dije antes, pontificaciones de un ignorante, y tratar de buscar las joyas en un bosque cuya espesura crece a ojos vista y donde resulta cada vez más difícil encontrarlas.

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