lunes, 5 de enero de 2015

No tan elemental


Los árboles no dejan ver el bosque. Cuando, apenas cinco años atrás, se estrenó el “Sherlock Holmes” de Guy Ritchie y Downey Jr., casi todo el mundo se cegó con los nombres del director de pelis macarras ex marido de Madonna y del actor graciosete de “Iron Man”, jurando ante las hadas de Conan Doyle que tanta escena de acción y tanto humor mataban la esencia del personaje. Ya entonces me pareció que se exageraba. Al fin y al cabo, en los créditos se decía que Holmes y Watson eran una creación literaria de su autor y que aparecían en sus cuentos y novelas, pero no que la película se basara en estos últimos.

Es cierto que, para los cuatro raros a quienes nos gusta lo decimonónico y su morosidad, y que sabemos ver tras la parafernalia victoriana esa cara oculta que retrató obsesivamente "Walter" en “My secret life”, resulta rara una ficción tan desinhibida ambientada en tiempos tan reprimidos, pero por otro lado hay en la peli de Ritchie una vitalidad de folletín europeo, de “penny dreadful”, antes de que la serie de ahora popularizara el término en todo el mundo, y de “weird tale” ambientada en un sórdido y fascinante Londres brumoso de luz de gas con ayuda de los coloristas digitales, que desborda el marco cartesiano de los cuentos del doctor Doyle.

La saludable cara dura con que se reutilizan rasgos poco utilizados del canon como que Holmes era experto pugilista o que Watson combatió en las guerras coloniales se arriesga por momentos a convertir al detective de Baker Street y a su colaborador en “tuercebrazos” en la mejor tradición de Steven Seagal, pero tampoco se nos debe escapar que aquí la adrenalina parece sustituir como droga a la morfina con que el Holmes canónico combatía su tedio intelectual y vital, a la par que se nos ofrece el raciocinio del sabueso como una ruptura del continuo espacio-temporal, capaz de abrir ventanas al futuro o al pasado, que recuerda en ocasiones a la extraña “Revolver”, quizá la película más infravalorada de Ritchie, donde se vislumbraba el trasfondo filosófico de un director cuyo palomiterismo hace olvidar que integra, junto a Danny Boyle, Neil Marshall y algún otro, el frente más vital del cine británico frente a los cansinos Ken Loach o Mike Leigh de toda la vida.

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