viernes, 26 de septiembre de 2008
Versionismo
Si hay un virus que no me afecta en este mundo, es el del proselitismo. Da igual que el resto de la humanidad se empeñe en ignorar lo que es mejor para ellos: al fin y al cabo, es su funeral, no el mío. Cada uno tiene su propia manera de llegar al cielo o al infierno, y Dios me libre de intentar convencer a nadie de que la mía es la mejor. Lo cual se podría interpretar como una postura tolerante y buenrollista, o bien, mirando en el diccionario lo que en realidad quiere decir "tolerancia”, como algo muy distinto: el mohín de indiferencia del que se dice “allá ellos” mientras ofrece una sonrisa más falsa que el bienestar de los madrileños según Esperanza Aguirre.
Sin embargo, en su momento pude haber esgrimido argumentos bastante buenos a favor de la afición a la música clásica. Sin entrar en su superioridad estética sobre el pop y el rock (pues nunca habrá nada más molón que defender posturas consideradas reaccionarias por una mayoría borreguil sin ideas demasiado sólidas sobre nada), podía decirse en su momento que una colección de discos clásicos razonablemente buena salía mil veces más barata que una de rock o de jazz: la producción de grupos como los Beatles o Pink Floyd ni siquiera ha salido nunca en serie media, mientras que, entre las innumerables grabaciones del repertorio orquestal, siempre se encontrarán algunas, desde lo aceptable hasta lo estupendo, a precios bajos o ridículos. Claro está que en la época de las descargas gratuitas masivas este argumento quedó obsoleto.
Pero ya que estamos con las versiones, la afición a los clásicos da pie al frikismo fascinante de comparar y coleccionar diferentes lecturas de las mismas piezas. Acostumbrados a los discos de pop, que suelen ser un producto único, y al concepto de “buena versión” como transformación radical de una canción, los ajenos al mundillo siempre han visto esto como una exótica locura, en plan: ejem, ejem, pero, esos 25 discos que tienes ahí, ¿no son la misma música? Sí y no. A pesar de que los compositores se esfuercen en anotar con la mayor precisión posible todos los detalles de su obra, la música es un bicho muy rebelde y siempre se las arreglará para sonar como ella quiera en manos de personas que creen seguir a pies juntillas las mismas instrucciones pero en realidad sólo se dejan arrastrar por el capricho que la musa dicte en el momento.
Si admitimos que lo que suena es en realidad la película y que la partitura es algo así como el guión de la película, las metáforas pueden ser sabrosas: conocer diferentes versiones de la misma composición puede ser como tener, aparte de “El padrino” de Coppola con Brando y Pacino, otros “Padrinos” dirigidos por Scorsese, Polanski, Visconti o Kubrick, protagonizados, yo qué sé, por Paul Newman, Laurence Olivier, Dustin Hoffman o Burt Lancaster... Si en el “Emperador” de Beethoven cambias a Richter por Pollini, ya has cambiado a Pacino por de Niro. Y así sucesivamente.
Grabar una orquesta sinfónica es tan complejo, hay tantas maneras de hacerlo, que incluso de la misma interpretación de la misma gente se podrían sacar discos muy distintos. De una versión a otra resaltan diferentes pasajes, cobran relieve diferentes instrumentos, se cuentan diferentes historias . Si te gusta una pieza determinada, puedes escucharla un montón de veces sin escuchar nunca, en realidad, lo mismo. Es más, la manera más aconsejable de conocer a fondo una pieza, sobre todo para los que no somos grandes lectores de partituras, es familiarizarnos con cuantas más versiones mejor, sin entrar en parcialidades o histerismos de locaza sobre cómo debe o no debe sonar nunca aquello. Cada intérprete tiene su técnica, su sentimiento y sus razones, y aunque el resultado no nos entusiasme personalmente, siempre aprenderemos algo.
A día de hoy, mi récord versionista, que quizá no supere pues mi fuego aguarda aún algo o alguien que lo atice, lo ostenta “La consagración de la primavera”, pero, visto lo que hay por ahí, tampoco es para tirar cohetes: sólo tengo 17.
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3 comentarios:
Te entiendo. Yo no llego a tantas, pero es una de las que tengo más versionadas, seguramente junto con las Goldberg, el Emperador de Beethoven y la sonata de Liszt. En el caso de La consagración, los cambios de una versión a otra son muy notorios. Parece que con el siglo XX uno puede hacer cualquier cosa. ?Y qué me dices de nuestro querido Igor dirigiendo su propia música? Siempre me da la impresión de que no sabe sacar todo el jugo que el mismo ha puesto ahí.
Besos, abuelo
La disparidad de acercamientos en el siglo XX es lógica, pues no es un repertorio tan fosilizado como otros, de los que se ha venido manteniendo una tradición digna de aquella del Hombre Enmascarado, pasando de padres a hios durante siglos.
Si ya entramos en cosas más modernas, las diferencias son ya alucinantes. Contrasta versiones de "Arcana" de Varèse, por ejemplo, y pensarás que no se trata de la misma composición. Porque ahí ya no es tan sencillo separar los detalles básicos de los incidentales, la melodía de la armonía o del ritmo, etc.
Y en cuanto a Igor como director, yo quisiera romper una lanza por él. El lugar común le considera un director tirando a mediocre, pero, si escuchas la edición Columbia de los 60, te encontrarás, junto a versiones un tanto desangeladas (culpables, por ejemplo, de que "Perséfone" haya sido considerada infumable durante décadas), otras que se mantienen muy bien. Por ejemplo, pocos "Petrushkas" me gustan más que el suyo.
Y otro mito, que Robert Craft se lo dejaba todo listo antes de la grabación y que el abuelo sólo entraba en el último momento a mover la batuta, se desmiente si escuchas los documentos sonoros de los ensayos. Las instrucciones que les da dejan claro que Igor sabía muy bien lo que quería, y que su nivel de energía como músico era aún alto.
Esa edición completa (22 CD) se puede conseguir en Internet por menos de 30 euritos, y es imprescindible para cualquier interesado en Stravinsky. A mí es que me gustan los stravinskianos de la vieja escuela: dame a Ansermet, a Ancerl o al propio Igor antes que a tipos como Boulez, que son interesantes pero a mi juicio sobrevalorados. Su "Pájaro" con Chicago: ¡qué cosa más insípida!
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