lunes, 31 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: Los propósitos de Año Nuevo


Un ciclo astronómico termina dependiendo de dónde se haya empezado a contabilizarlo: los europeos de una forma, los chinos de otra, los mayas, que ya no tenían más números, de otra distinta. Si las estrellas no van a cambiar su recorrido al iniciar otra revolución, difícilmente lo hará uno mismo a su pequeña escala molecular, o celular, o neuronal. Ejemplo: por más que uno se empeñe en que su tendencia al coleccionismo no le reporta felicidad, y en que las circunstancias de su vida jamás le permitirán un aprovechamiento y disfrute cabales de sus fondos, a estas alturas sabe que su ADN de bibliotecario, heredado por rama materna, le empujará sin remedio a acumular maravillosos productos culturales y a elaborar fascinantes listas de ellos. Lo de vencer el determinismo lo dejo para el iluso final de “Minority report” de Spielberg.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: Los puristas


Anoche leí que György Ligeti era un gran fan de Supertramp. Toda la vida imaginando al maestro transilvano como una especie de Severus Snape de los cursos de Darmstadt, capaz de fulminarte con una de las fórmulas científicas de su pizarra si le proponías algo mínimamente parecido a un intervalo consonante, y luego el abuelito se emocionaba con los falsetes de Roger Hodgson. También decían que los programas televisivos favoritos de J.D. Salinger eran cosas del estilo “La ruleta de la fortuna”; toda la noción de que tus valores como artista, o como persona, deben reflejarse en tus gustos debería examinarse con lupa. A los cinéfilos responsables solo les gustan el expresionismo alemán, John Ford o Mizoguchi. Incluso hay un purismo de la caspa: van Damme o Seagal pueden valer, pero ponme una de Antonioni y te dejo de hablar.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: La pareja


La única relación perfecta y complementaria que puede existir entre dos seres humanos parece ser la de amo y esclavo. Toda la dialéctica buenrollista del ten con ten y el toma y daca suele enmascarar una encarnizada lucha por el poder en la que cada miembro de la asociación necesita ser un von Clausewitz si no quiere que cualquier desliz le cueste aquel permiso doméstico que costó meses conquistar. Algunos pensaban que con el sexo liberarían el cuerpo y la mente maltratados por la represión paterna, ignorando que en torno a su corazón se iría tejiendo un férreo collar de castigo del que se tiraría al menor paso en falso. Algunos, a nuestra edad, vemos inviable sacrificar nuestras parcelas de libertad a una irrealizable armonía entre almas y cuerpos y no tenemos ningún miedo a los enormes vacíos del universo.

martes, 25 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: Los frikis

 
Está bien ser diferente a los demás; está peor creerse mejor por ser más diferente, o inventar liturgias y catecismos de la diferencia para aspirar a una normalidad alternativa que en sueños usurpe a la canónica. Descorazona llegar, en el discurrir libre de tu vida, a pequeños paraísos como la ciencia ficción, el anime, los tebeos o el cine de terror, y verlos invadidos por una jauría de domingueros que solo parecen apreciarlos por lo que más puedan tener de excluyentes para la gente común, o que hacen de ellos el blanco de esa privilegiada inteligencia y ese mordaz ingenio que no les sirvieron para triunfar socialmente ni brindarles un buen puesto de trabajo. Que Internet vaya extendiendo su virus de la quisquillosidad agresiva y de las críticas demoledoras basadas en minucias supone una amenaza mayor que cualquier apocalipsis maya.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: La sinceridad


Ignoro por qué lanzar a un indefenso mundo, en todo momento, aquello que nos está cruzando por la cabeza debería ser una virtud universal digna de encomio. Quizá porque el día a día de un esclavo civilizado está construido a base de medias verdades o mentiras enteras, porque nuestro paisaje es un entramado de espejismos proyectados con espejos que nos tiemblan en la mano, parezca que el humano libre es aquel que se complace en llamar al cojo cojo, a la puta puta, y al presidente bastardo. Los que se ufanan de ser sinceros arrollan con su sinceridad cual coche tuneado, tratando de hacer añicos el holograma tranquilizador con que los otros se recubren para maquillar ese núcleo de fealdad que todos tenemos y que los solitarios urbanos se mostraban ingenuamente unos a otros en las películas de los 70.

martes, 18 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: La maternidad


Cuando una amiga, conocida, o recién presentada, luce embarazo, nos sentimos melancólicos y excluidos: durante doce o trece años, tenemos la seguridad de que la susodicha no dispondrá de espacio para nosotros ni en cuerpo ni en mente. Como machos alfa frustrados, sentimos que aquel niño debería haber sido nuestro, sentimos el amargo reproche de nuestro ADN echándonos en cara que hayamos dejado perpetuarse los genes de un extraño en lugar de los propios. En su momento, incluso pudimos sentir repulsión física ante la monstruosidad primordial de la barriga que alberga una pequeña criatura de Carlo Rambaldi; los desnudos preñados de Isabelle Carré en “Mi refugio” de François Ozon nos curaron de ese rechazo, pero no dejamos de imaginar que, si nuestra nueva amiga viera necesario asesinarnos y descuartizarnos para sacar adelante a su cría, no titubearía ni un momento.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: El color amarillo

No me verán con ropa amarilla. Por timidez o discreción: siendo el color que capta más rápido la mirada, es el menos adecuado para pasar inadvertido, contraviniendo mi deseo secreto de disolverme en el universo a la par que soy consciente de todo cuanto me rodea. También es el color más utilizado en las señales de peligro, de ahí que una persona empeñada en lucirlo transmita una sutil amenaza; aquella entrevista televisiva de Daniel Barenboim en chaqueta amarilla daba mal rollito pese a sus poses humanistas. Pero, a nivel personal, quizá mi desprecio por este color refleje una añoranza por mi vocación audiovisual frustrada: se sabe que Vicente Escrivá paralizó el rodaje de “Réquiem por Granada” hasta que un eléctrico no cambiase el tono de su vestimenta. También es irónico que mi subgénero filmico favorito sea el giallo italiano.

sábado, 15 de diciembre de 2012

"Memories of Matsuko" (2006)


Algún francés vería en los 50 dos películas de Mizoguchi y una de Ozu y decidió sin más que las esencias del cine japonés eran contención, sutileza y ritmo pausado. Luego, al encontrar su primer Suzuki o Masumura, uno piensa que alguien le mintió. Tetsuya Nakashima es otro de los que se orinan desde la Torre de Tokio en esta idea preconcebida. “Memories of Matsuko” es una “Amélie” que contrasta el optimismo risueño con malos tratos, prostitución, violencia y suicidio, mediante una paleta recargada de colorines, encuadres abigarrados, guiños constantes al J-Pop y al musical clásico y un melodramatismo sin complejos ya desde los créditos en romaji, emulando a los del Hollywood de los 50, en un juego inagotable de ironías sobre el influjo del cine occidental. Un descubrimiento para paladares eclécticos, no recomendado para puristas forofos de Mikio Naruse.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: Los videojuegos


Los años le van convirtiendo a uno en el enemigo. Los mismos anatemas injustos que nuestros mayores solían lanzar contra el tebeo los aplica ahora un servidor alegremente al videojuego. Claro que hay sus razones: la idea de que la inmersión directa en un universo termina haciendo obsoleta la interfaz del lenguaje; la constatación de que niños impermeables al aprendizaje organizado saben al dedillo la puntuación de cada jugada criminal de la serie “Grand Theft Auto”; la influencia cada vez más tiránica del paradigma “videojuego” sobre el resto del entretenimiento, en especial el cine; la maliciosa impresión de que muchos de quienes me rebatirían airados esgrimiendo las fascinantes aventuras gráficas que privilegian el raciocinio pasan en realidad la mayoría de su tiempo ante la pantalla ejercitándose para la III Guerra Mundial, al estilo del niño aquel de Orson Scott Card.

martes, 11 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: El metraje hallado


La gracia del cine está en que es mentira. Creer que el artificio fílmico se interpone entre el espectador y la emoción implica no creer en el lenguaje, despojar de arte las obras en pos de una verdad miserable pero honrada. Si esto es cierto en los estilos afines al Dogma 95, lo es más en sus hijos bastardos que pretenden asustar de manera documental. Fingir que una película no es una película es peliagudo: por más que la cámara tiemble o que haya tiempos muertos de conversación irrelevante, el botón de grabar está convenientemente encendido cada vez que alguien explica con claridad la situación y cada vez que algo pavoroso sucede y el intrépido testigo se queda allí plantado rodando en lugar de hacer lo único razonable en las circunstancias, que sería tirar la cámara y salir corriendo.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: La nieve


Cuando nieva, todo vuelve a la página en blanco. Quizá por eso lo celebren tantos, viendo en el borrado del dibujo cotidiano la oportunidad para escribir un nuevo destino con nuevas normas, sembrando anarquía entre cielo y tierra con batallas de bolas, y quizá admitiendo a un nuevo amante prohibido bajo sus mantas con la excusa de las bajas temperaturas.
Pero no puedo evitar la desazón cada vez que, a un nuevo paso, mis botas se hunden cada vez más en un abismo de textura rugosa cuyo fondo se desvanece y cuyo color corresponde con exactitud al de un ataúd infantil. Siento que vuelvo a la pureza, pero que, como adulto, he de pagar la pureza con la vida. No es casual que Gerald, en “Mujeres enamoradas”, o Kaji, en “La condición humana” de Kobayashi, mueran en una extensión nevada.

sábado, 8 de diciembre de 2012

"To Rome with Love" (2012)


Tras media carrera haciendo remakes inconfesos de Fellini, cuando Woody Allen rueda en Roma, el resultado termina pareciéndose más a “Manuale d’amore”, y ni siquiera eso: el episodio de la parejita plagia sin rubor “El jeque blanco”, con Penélope Cruz en lugar de Cabiria y un calvo gordo en lugar de Alberto Sordi, pero sin darse cuenta de que entre tanto han transcurrido sesenta años. La idea del tenor en la ducha apenas daba para un sketch de dos minutos, y el segmento sobre Benigni transformado en súbita celebridad demuestra que Woody no tiene talento para el humor absurdo. Al menos, Alec Baldwin transmite la melancolía de la edad, y quizá la historia entre Eisenberg y Page solo pase en su cabeza, pero ello no es óbice para que todo huela a publirreportaje turístico para estadounidenses acomodados con ínfulas culturales.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Dave Brubeck (1920-2012)


La discriminación por raza discurre en ambos sentidos: recuerdo un programa radiofónico sobre jazz cuyo locutor se extrañaba de que a un músico negro le gustase Dave Brubeck, demasiado pálido y con una formación demasiado clásica y europea para poder pasar el filtro del exigente aficionado blanco al jazz. Para colmo, grabó un disco con versiones de las canciones de Disney, vaya blandengue. A mí denme a Cecil Taylor cualquier día, que es más moreno y más rabioso.
Sin embargo, Brubeck era muy interesante, no solo por popularizar los compases de amalgama en el jazz (aunque su tema estrella, “Take five”, era del saxofonista Paul Desmond), sino también por experimentar con modos melódicos de otras culturas, como los ragas indios. Como encarnación de cierto cool sesentero, su nombre era inevitable en la letra de “New frontier” de Donald Fagen.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: Los humoristas



Antaño, alguien me definió como “un castellano sin sentido del humor”. Solo discrepo en lo de “castellano”: me cuesta identificarme con la risa gregaria, el terreno común que se pacta como digno de irrisión y escarnio públicos. La carcajada a coro es cálida y reconfortante; en solitario, puede sonar a inquietante estertor de maniaco. Mejor utilizarla para arropar a los individuos alfa, aquellos a quienes nuestro ADN inviste de poder representativo. Incluso con el sexo opuesto, funciona una curiosa ley de perpendicularidad: cuanto más logre un hombre abrir la sonrisa horizontal de una mujer, más fácil lo tendrá para hacer lo propio con la vertical. De ahí que los graciosos oficiales configuren una imagen carnavalesca del éxito, y de ahí que los marginales suelan apostar por un humor retorcido alrededor del cual construir su propia corte de los milagros.

martes, 4 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: Las corbatas



Actualizar a diario se paga caro. Mi diablillo me lo reprocha pero lo desoigo: como objeto de inquina, las corbatas son un blanco fácil, sea como torpe rima visual de un pene de imposible erección constreñido por los códigos sociales, sea como la lengua de la individualidad forzada hacia fuera tras un largo y agónico estrangulamiento.

Habría preferido defender una prenda impopular afectando un discurso provocador que, partiendo del dandismo y Oscar Wilde, desembocara en el sex appeal de los uniformes nazis diseñados por Hugo Boss. Podría haber exaltado la posibilidad de insertar un fogonazo iconoclasta, en forma de girasoles de van Gogh o bailarinas del Moulin Rouge (el truco es recurrir al canon del arte) en mitad de un exterior formal y anónimo.

Pero uno no puede evitar ser previsible y así contradecir su rechazo teórico a lo uniforme.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: Los vegetarianos


Son la pesadilla en toda cena de amigos o colegas: los disidentes que no aceptan platos con carne cuando todo el menú sin excepción se basa en ella. Entonces me pregunto hasta qué punto el árbol no llora al arrancarle la hoja, hasta qué punto las semillas del fruto arrojadas a la alcantarilla no cancelan el futuro de orgullosas generaciones vegetales alzando sus copas hacia el cielo.

Unos encuentran la trascendencia en los misterios del sagrario; otros, en un plato de coles con aceite y vinagre. Naturalmente, carezco de todo derecho a cuestionar las vías de cada uno para sentirse bueno. Otra cosa será que la mirada implorante de tu perro, o una vida entera de macedonias o menestras desplegadas en bandejas como mosaicos bizantinos, basten para expiar la crueldad cósmica de una naturaleza roja en diente y garra.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: El cine doblado

 

Lo guay solía ser la versión original, pero ahora lo más guay que lo guay (lo que se llama “políticamente incorrecto”) es defender las viejas virtudes del doblaje, oponiendo argumentos de acero como que en el fondo todas las películas están dobladas, sobre todo las italianas, las coproducciones de los 60 y las de dibujos, y que eso de la “versión original” es otra entelequia más.

Quizá acierten, pero la voz original de los actores me importa básicamente un pito; lo que me importa es el cine como una ventana a otro mundo, un viaje sin casi moverse del sitio, y que de paso he aprendido un par de idiomas y absorbido rudimentos de otro par. Por no hablar de que las traducciones de diálogos hechas en función de los movimientos de la boca salen demasiado oblicuas para mi gusto.

 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Mis prejuicios: El flamenco


Cuando uno lleva media vida aceptando de buen grado los prejuicios de los demás contra los tebeos, la música clásica, la animación japonesa o Francia en general, puede llegar el momento de una pequeña revancha, mostrando mis pequeñas manías personales, pero, a diferencia de otros, sin confundirlas nunca con opiniones fundadas.

Por ejemplo, siempre me ha dado algo de grima el cante jondo (con la excepción de Lole Montoya, que le gusta incluso a Tarantino). Como de lo que se trata aquí es de intentar desmontar mis propios engranajes, puedo avanzar varias teorías: quizá me fastidien en el fondo las expresiones viscerales ásperas y rocosas; tal vez mi esnobismo europeísta y blanco recule ante el sustrato magrebí de nuestra península; puede ser que lo vea como el emblema estereotipado de una España profunda anclada en el pasado.