jueves, 9 de abril de 2015

XII Muestra SyFy, capítulo XV: La vida es una tarta de chocolate


No es muy corriente que la Muestra SyFy termine con su mejor película. Quizá puedan defenderse las opciones de 2006, con “Sympathy for Lady Vengeance”, o 2008, con “La niebla”, de Frank Darabont, pero por lo general se busca cerrar el fin de semana con un título comercial y “marchoso”, de ahí que hayamos incluso visto alguna secuela de “Underworld”. Que en 2015 hayamos terminado con algo tan de arte y ensayo se lo debemos principalmente al cuerpecillo serrano y lleno de curvas de Scarlett Johansson.


Puesto que no formo parte del club de fans de Scarlett, a quien suelo considerar una especie de elegida de la fortuna sin muchos obvios talentos que justifiquen dónde está, al menos supongo que, cuando le llegue el turno a Anubis de pesar a ambos lados de la balanza lo bueno y lo malo que esta chica hizo en vida, entre lo primero figurará en buen lugar haber ayudado a financiar y vender una película tan inusual como “Under the skin”, extraño ejemplo de una ciencia ficción cien por cien visual, que deja al espectador interpretar lo que está viendo sin subrayar el significado de cada escena, y que muestra un nivel de inventiva a nivel de plano como hacía tiempo que no se veía en una pantalla (por ejemplo, solo en un plano se ve la luna llena, muy pequeñita por encima del casco del motorista que sigue por todas partes a Scarlett, pero ningún miembro del público quiso aplaudir, quizá por no deslucir el magnífico encuadre… o, más probablemente, por no darse ni cuenta de que la luna estaba allí; a veces, un solo plano puede servir como microcosmos de toda una película).


El hecho de que Jonathan Glazer haya querido inscribirse en la no muy nutrida tradición británica de narración poco convencional y experimentos visuales dentro de un cine destinado a salas comerciales (Nicolas Roeg, quizá Derek Jarman, Peter Greenaway y ¿quién más?) parece haber condenado la película, pese a los desnudos de Johansson, a un prolongado purgatorio, salvando, cómo no, Francia, donde “Cahiers” la catalogó entre lo mejor del año pasado. Aquí en cambio, donde Boyero está ayudando a fomentar una cinefilia de la impaciencia donde la mera sombra de complejidad o dificultad invoca acusaciones de impostura y engaño, “Under the skin” continúa inédita en salas, que son los únicos lugares donde una película realmente existe.


Los que tengan la suerte de verse hipnotizados por la película desde sus extrañas imágenes iniciales se encontrarán con una retahíla de hallazgos imposibles de asimilar en un único visionado, desde su atrevimiento erótico hasta su innovadora música, pasando por un afán con pocos precedentes de llenar la pantalla con sentido (es sintomático el plano en el que la alienígena comehombres se ve confrontada con el hecho de la feminidad humana: nunca había visto tantísimas sobreimpresiones juntas). El proverbial aire ausente, algunos dirían que medio “colocado”, de Johansson la hace tal vez la más adecuada para un personaje que está ahí pero sin estar, o quizá este mejor dicho sin ser, en mitad de un despliegue de pirotecnia audiovisual cimentado en una realidad por momentos muy sórdida y que desemboca en un brutal desenlace que pone de manifiesto que ser humano es más difícil de lo que parece, sobre todo cuando ni el propio homo sapiens parece llegar a conseguirlo. Como se suele decir, un clásico instantáneo.

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