Las
sesiones golfas, tras el paréntesis afortunado del año anterior
(aquella delirante entrega de “Puppet Master” y “One cut of the
dead”, volvieron a su prosaica realidad de siempre, incluyendo
incluso la mítica figura del Agujero de Memoria, es decir, la
película de la que apenas puedo decir nada porque no me enteré de
ella (“Vulcania” fue una, pero el fenómeno suele producirse al
final de una tarde-noche llena de emociones). Parece ser que la
sección “Midnight X-Treme” de Sitges no tiene las suficientes
candidatas para entresacar de ellas títulos que, simplemente por lo
cafre y gamberro, mantengan la atención de un público que lleva
desde la sobremesa ante la pantalla. Para colmo, el hecho de que las
dos pelis de sesión golfa de este año tuvieran un título chistoso
en forma de rima ya suponía un mal presagio: para ser un buen
humorista, uno de los requisitos fundamentales es no creerse
gracioso.
Hablar
de “Shed of the dead” me hace sentirme como uno de estos críticos
festivaleros en plan Boyero que alardean de abandonar las
proyecciones y escriben sobre lo que no han visto o no han querido
ver, o no han querido mirar, o no han querido entender. Yo al menos
tengo la excusa de no haberlo hecho aposta: el cuerpo no me daba para
más, el toro rojo me traicionó, probablemente por ser de marca
blanca. Eso sí, mis impresiones incompletas registraron un hecho
inquietante: a pesar de que los zombis ya estaban empezando a hacer
de las suyas mientras yo estaba como Joseph Cotten en el capítulo
inicial de “Alfred Hitchcock presenta”, me daba cuenta de que
nadie se reía, lo cual, en un subgénero de comedia con muertos
vivientes que aspira a seguir la estela del hito de Edgar Wright, no
suponía un buen presagio sobre su calidad o efectividad. Mis retazos
de memoria no son tampoco halagüeños: Michael Berryman, el feo de
“Las colinas tienen ojos”, aceptando salir en la peli para así
poder rodar una escena sadomasoquista humorística con una MILF
vestida de cuero, y una especie de parodia intermitente de los juegos
de rol que el público recibía con exclamaciones de disgusto y
abucheos cada vez que llegaba el momento. Que este pase fuese el
siguiente al de “Bacurau” espero que convenciera a muchos de que
a veces es mejor dar una oportunidad al cine de autor brasileño que
a la enésima comedia friki que se apunta de manera oportunista al
bombardeo de las cintas de muertos vivientes e infectados (en ese
sentido es sintomática la broma metalingüística inicial de la
peli, un raro lapsus freudiano de sinceridad, cuando se dice que el
apocalipsis zombi sucedió más o menos por inevitabilidad, al
insistir tanto en él los medios y en las artes; es un poco una
manera rebuscada de decir, “si todo el mundo está haciendo esta
mierda, ¿por qué no nosotros?”) De todas maneras, estoy
convencido de que terminaré viendo la peli: plataformas como
Movistar y compañía dejan en la estacada títulos de renombre como
“Starry eyes” o “The eyes of my mother” (por mencionar solo
dos títulos que contienen la palabra “eyes”) pero una
chorradilla de zombis casposos ingleses seguro que la compran.
“Satanic
panic” al menos la vi de principio a fin, con solo algún breve
desfallecimiento. Es una producción de Fangoria que trata en clave
de comedia el familiar motivo de que las clases altas deben su
preeminencia a su práctica del culto al diablo, y dando el
protagonismo a una animosa pizzera que resultó ser, debido a su
pobre vida amorosa, justo la virgen que los brujos de zona
residencial necesitaban para su ritual. Me doy cuenta de que, pese a
que tengo constancia de que la peli me entretuvo, mi recuerdo a
apenas mes y medio de verla no es muy detallado. Sé que como bruja
mayor estaba Rebecca Romijn, que fue Mística en la saga “X-Men”,
en plan MILF con todas las mayúsculas; que había una criatura
monstruosa creada mediante originales efectos prácticos y no CGI,
pero que, cuando se la enviaba a la búsqueda de la protagonista y
hacía falta que se moviera, se prefería cubrirla con una sábana;
que la pizzera, cuando se encontraba en una situación difícil o
estresante, se relajaba pensando en “dos conejitos peludos” y que
al final los conejitos peludos aparecían y se iban con ella en
moto; y que al final el demonio más poderoso resultaba tener la
forma de una niña que habíamos visto al principio jugando a la
rayuela en la calle. Me doy cuenta mientras mi reseña va tocando a
su fin de una paradoja familiar para todos los que escriben o leen
sobre cine. “Satanic panic” la vi y me resultó distraída sin
entusiasmar, en cambio “Shed of the dead” la vi menos de la mitad
y lo que vi fue más bien horroroso, y sin embargo el artículo sobre
la segunda es más extenso que el de la primera. Parece que hablar
mal de lo que no se ha visto siempre da más juego.
En
el fondo, me da la impresión de que el espíritu “película loca
de medianoche” se encontró mucho más en “The cleansing hour”,
que se proyectó en la sesión inicial del sábado y en la que, oh
cielos qué horror Leoncio, también tuve cierto desvanecimiento. La
idea inicial de la película me cae un poco mal en el fondo, pues es
un guiño a las cosas que están de moda ahora y que en menos tiempo
del que pensáis nadie sabrá lo que eran:
un exorcista “youtuber” que retransmite en directo sus
ceremonias, por supuesto falsas y amañadas, con actores y efectos
especiales, se las tendrá que ver con un verdadero demonio que le
pondrá una serie de retos extremos que le permitirán, amén de
salvar la vida de su novia, ir aumentando el número de seguidores en
la enésima crítica de boquilla a la cultura de los “LOLs” que
llevamos vista en una Muestra en la que me apuesto a que tener
cientos de miles de seguidores arreglaría la vida de más de la
mitad del público (me acuerdo ahora mismo de “The good neighbor”,
con James Caan puteado por unos niñatos tecnologizados, o “Nación
salvaje”, en la que aparentemente podías ser un idiota y un
justiciero a la vez sin ningún tipo de contradicción). La peli
tendré que verla otra vez para saber si las partes que me perdí
arreglan mi impresión, pero creo que el público fue tan favorable
con una peli un tanto embrollada, planificada con bastante poca
claridad, que no sabe qué hacer con muchas de sus ideas guays (para
muestra, la gratuita aparición y desaparición de un travesti
apodado Scarlett von Kock, la típica gracia epatante que pocos
habrían echado
en falta
de haberse descartado) porque estaba planteada con un gran descaro y
desparpajo, sin tomarse mucho en serio y con un ritmo lo
suficientemente rápido para no pararte en pensar en lo que estás
viendo. Todo lo cual, para mucha parte del público que disfruta
conmigo de estos eventos, son virtudes sagradas. Para mí no tanto,
pero lo respeto. A veces pienso así. Sea como sea, de las pequeñas
subtramas protagonizadas por el público que, a lo largo y ancho del
mundo, como si no existieran las diferencias horarias, sigue las
retransmisiones del reverendo coletitas (y de “Drew”, no se nos
olvide Drew, uno de los personajes más jaleados por el púbico de
2020 junto al coronavirus), termina surgiendo un gag final bastante
memorable protagonizado por un personaje que nos considera un país
destrozado. Y hasta aquí puedo leer, como decía Mayra (y supongo
que también el no tan recordado Jordi Estadella).
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