jueves, 30 de abril de 2020

518: XVII Muestra SyFy VII: Locura de medianoche


Las sesiones golfas, tras el paréntesis afortunado del año anterior (aquella delirante entrega de “Puppet Master” y “One cut of the dead”, volvieron a su prosaica realidad de siempre, incluyendo incluso la mítica figura del Agujero de Memoria, es decir, la película de la que apenas puedo decir nada porque no me enteré de ella (“Vulcania” fue una, pero el fenómeno suele producirse al final de una tarde-noche llena de emociones). Parece ser que la sección “Midnight X-Treme” de Sitges no tiene las suficientes candidatas para entresacar de ellas títulos que, simplemente por lo cafre y gamberro, mantengan la atención de un público que lleva desde la sobremesa ante la pantalla. Para colmo, el hecho de que las dos pelis de sesión golfa de este año tuvieran un título chistoso en forma de rima ya suponía un mal presagio: para ser un buen humorista, uno de los requisitos fundamentales es no creerse gracioso.

Hablar de “Shed of the dead” me hace sentirme como uno de estos críticos festivaleros en plan Boyero que alardean de abandonar las proyecciones y escriben sobre lo que no han visto o no han querido ver, o no han querido mirar, o no han querido entender. Yo al menos tengo la excusa de no haberlo hecho aposta: el cuerpo no me daba para más, el toro rojo me traicionó, probablemente por ser de marca blanca. Eso sí, mis impresiones incompletas registraron un hecho inquietante: a pesar de que los zombis ya estaban empezando a hacer de las suyas mientras yo estaba como Joseph Cotten en el capítulo inicial de “Alfred Hitchcock presenta”, me daba cuenta de que nadie se reía, lo cual, en un subgénero de comedia con muertos vivientes que aspira a seguir la estela del hito de Edgar Wright, no suponía un buen presagio sobre su calidad o efectividad. Mis retazos de memoria no son tampoco halagüeños: Michael Berryman, el feo de “Las colinas tienen ojos”, aceptando salir en la peli para así poder rodar una escena sadomasoquista humorística con una MILF vestida de cuero, y una especie de parodia intermitente de los juegos de rol que el público recibía con exclamaciones de disgusto y abucheos cada vez que llegaba el momento. Que este pase fuese el siguiente al de “Bacurau” espero que convenciera a muchos de que a veces es mejor dar una oportunidad al cine de autor brasileño que a la enésima comedia friki que se apunta de manera oportunista al bombardeo de las cintas de muertos vivientes e infectados (en ese sentido es sintomática la broma metalingüística inicial de la peli, un raro lapsus freudiano de sinceridad, cuando se dice que el apocalipsis zombi sucedió más o menos por inevitabilidad, al insistir tanto en él los medios y en las artes; es un poco una manera rebuscada de decir, “si todo el mundo está haciendo esta mierda, ¿por qué no nosotros?”) De todas maneras, estoy convencido de que terminaré viendo la peli: plataformas como Movistar y compañía dejan en la estacada títulos de renombre como “Starry eyes” o “The eyes of my mother” (por mencionar solo dos títulos que contienen la palabra “eyes”) pero una chorradilla de zombis casposos ingleses seguro que la compran. 

Satanic panic” al menos la vi de principio a fin, con solo algún breve desfallecimiento. Es una producción de Fangoria que trata en clave de comedia el familiar motivo de que las clases altas deben su preeminencia a su práctica del culto al diablo, y dando el protagonismo a una animosa pizzera que resultó ser, debido a su pobre vida amorosa, justo la virgen que los brujos de zona residencial necesitaban para su ritual. Me doy cuenta de que, pese a que tengo constancia de que la peli me entretuvo, mi recuerdo a apenas mes y medio de verla no es muy detallado. Sé que como bruja mayor estaba Rebecca Romijn, que fue Mística en la saga “X-Men”, en plan MILF con todas las mayúsculas; que había una criatura monstruosa creada mediante originales efectos prácticos y no CGI, pero que, cuando se la enviaba a la búsqueda de la protagonista y hacía falta que se moviera, se prefería cubrirla con una sábana; que la pizzera, cuando se encontraba en una situación difícil o estresante, se relajaba pensando en “dos conejitos peludos” y que al final los conejitos peludos aparecían y se iban con ella en moto; y que al final el demonio más poderoso resultaba tener la forma de una niña que habíamos visto al principio jugando a la rayuela en la calle. Me doy cuenta mientras mi reseña va tocando a su fin de una paradoja familiar para todos los que escriben o leen sobre cine. “Satanic panic” la vi y me resultó distraída sin entusiasmar, en cambio “Shed of the dead” la vi menos de la mitad y lo que vi fue más bien horroroso, y sin embargo el artículo sobre la segunda es más extenso que el de la primera. Parece que hablar mal de lo que no se ha visto siempre da más juego.

En el fondo, me da la impresión de que el espíritu “película loca de medianoche” se encontró mucho más en “The cleansing hour”, que se proyectó en la sesión inicial del sábado y en la que, oh cielos qué horror Leoncio, también tuve cierto desvanecimiento. La idea inicial de la película me cae un poco mal en el fondo, pues es un guiño a las cosas que están de moda ahora y que en menos tiempo del que pensáis nadie sabrá lo que eran: un exorcista “youtuber” que retransmite en directo sus ceremonias, por supuesto falsas y amañadas, con actores y efectos especiales, se las tendrá que ver con un verdadero demonio que le pondrá una serie de retos extremos que le permitirán, amén de salvar la vida de su novia, ir aumentando el número de seguidores en la enésima crítica de boquilla a la cultura de los “LOLs” que llevamos vista en una Muestra en la que me apuesto a que tener cientos de miles de seguidores arreglaría la vida de más de la mitad del público (me acuerdo ahora mismo de “The good neighbor”, con James Caan puteado por unos niñatos tecnologizados, o “Nación salvaje”, en la que aparentemente podías ser un idiota y un justiciero a la vez sin ningún tipo de contradicción). La peli tendré que verla otra vez para saber si las partes que me perdí arreglan mi impresión, pero creo que el público fue tan favorable con una peli un tanto embrollada, planificada con bastante poca claridad, que no sabe qué hacer con muchas de sus ideas guays (para muestra, la gratuita aparición y desaparición de un travesti apodado Scarlett von Kock, la típica gracia epatante que pocos habrían echado en falta de haberse descartado) porque estaba planteada con un gran descaro y desparpajo, sin tomarse mucho en serio y con un ritmo lo suficientemente rápido para no pararte en pensar en lo que estás viendo. Todo lo cual, para mucha parte del público que disfruta conmigo de estos eventos, son virtudes sagradas. Para mí no tanto, pero lo respeto. A veces pienso así. Sea como sea, de las pequeñas subtramas protagonizadas por el público que, a lo largo y ancho del mundo, como si no existieran las diferencias horarias, sigue las retransmisiones del reverendo coletitas (y de “Drew”, no se nos olvide Drew, uno de los personajes más jaleados por el púbico de 2020 junto al coronavirus), termina surgiendo un gag final bastante memorable protagonizado por un personaje que nos considera un país destrozado. Y hasta aquí puedo leer, como decía Mayra (y supongo que también el no tan recordado Jordi Estadella).


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