Aunque
no he sido nunca muy partidario de utilizar el adjetivo “bizarro”
a la anglosajona, en plan “raro, extraño”, prefiriendo su
acepción castellana de toda la vida en plan “fuerte y valeroso”,
la idea de un conquistador que extiende por el mundo el credo de la
bizarrada me viene bien para dos de las tres películas que me
faltaban por tratar, ambas bastante fuera de lo normal y ambas de
países ni de habla hispana ni anglosajona.
“First
love” de Takashi Miike (su ya ¡cuarta! peli en la Muestra) fue una gran decepción para los que,
viéndola empezar, se encontraban con lo que tomaban por una historia
clásica de yakuzas (sin reparar en que, en el fondo, una historia
clásica de yakuzas es básicamente Ken Takakura debatiéndose
durante hora y quince minutos entre el honor y el deber y dedicando
solo el último rollo a cargarse a todo Cristo, ni en que eso ya lo
dinamitó Seijun Suzuki en clave “pop” antes de empezar los 70,
con lo que sospecho que lo que entienden muchos por peli de yakuzas
canónica es a partir de Fukasaku, lo cual siempre me ha dolido un
poco). La historia del joven boxeador diagnosticado precozmente con
una enfermedad mortal, de la chica prostituida contra su voluntad y
de los policías corruptos jugando a dos bandas comienza bastante en
serio, en la línea del Miike más en plan “Shield of straw” (o
sea, medido, sólido e impersonal), y muchos se frotaban las manos
viendo al niño terrible de antaño sentando la cabeza y abandonando
las locuras. Por suerte o por desgracia, escena a escena la cota de
histrionismo, de situaciones estrambóticas y narración
despendolada, convirtió lo que se anunciaba como una película
“correcta” (término, ya se sabe, siempre despectivo) en un
guateque festivalero con el cual los que supimos o quisimos entrar
nos lo pasamos de maravilla pero que los que buscan cine serio (y aun
asi vienen a la Muestra SyFy) encontraron una payasada insoportable.
A mí qué queréis que os diga: ni me convence el Miike “extremo”
de los “Ichi the killer” y compañía ni el artesano adocenado de
la ya citada “Los protectores”, así que yo sí veo un apetecible
término medio en películas como esta, en la que la acción y un
humor sin complejos se dan la mano y en la que cada secuencia se
propone y a veces consigue liarla más gorda que la anterior,
parodiando el discurso melodramático habitual (mi momento más
recordado es el baile en calzoncillos del padre acosador) y
convirtiendo a cada secundario en una momentánea estrella hasta el
punto de casi hacer desaparecer el argumento principal (de ahí el
relativo bajón del final, que cierra la historia del chico y la
chica con unos códigos de historia romántica casi de anime o
dorama, cuando está bien claro que el director no estaba muy
interesado en el guión principal y se lo saltó siempre que pudo).
Pero la película, para ser un desmadre de Miike, se ve con agrado si
la comparamos con sobradas estomagantes en plan “Yakuza
Apocalypse”: se conoce que el bueno de Takashi, para desmadrarse
mejor, necesita rebelarse contra la película, porque, si no tiene
película y se trata de un desmadre directo y semi-improvisado desde
el principio, no mantiene el interés más allá de 30 minutos.
“Le
daim” (conocida en Movistar como “La chaqueta de piel de ciervo”)
demostró que la Muestra hizo mal en no incluir en su programación,
allá por 2010 o 2011, la ínclita “Rubber”, la única película
de la historia protagonizada por un neumático asesino. De hecho,
Quentin Dupieux tampoco habría quedado en mal lugar con su comedia
surrealista “Reality”, dentro de esa línea entre cachonda y
gafapastil que la Muestra, salvo quizá en la época del Callao, siempre ha
sabido caminar con éxito. La gracia de Dupieux es que sabe encontrar
ideas a priori cutres pero que están lo suficientemente bien
concebidas para resonar de mil maneras diferentes en su público. La
odisea del personaje de Jean Dujardin (gustándose un poquitín menos
que de costumbre o al menos sabiendo reorientar ese autogustarse
hacia la parodia), capaz de gastar todo su dinero en su chaqueta de
gamo y de aplicar todas sus energías, tras haberlo perdido todo, a
un plan de dominación mundial que deja en zapatillas al de cualquier
villano de James Bond, va arrastrando poco a poco al espectador desde
unos ambientes prosaicos y aburridos al verdadero corazón de la
locura (asociándola a la propia creación cinematográfica para que
los fans de lo metafílmico se pongan cachondetes), vista con una
normalidad y falta de énfasis que los más predispuestos verán
desternillante. Esas lecturas en plan “un retrato de la crisis de
la masculinidad en la edad madura” tendrían su aquel de no ser
porque el personaje de la chica participa en la locura con un
entusiasmo si cabe superior. En todo caso, veo admirable que una peli
de medios pobretones, que se propone deliberadamente ser cutre y fea,
sin un ritmo percutante ni actuaciones con pretensiones de
brillantez, sepa enganchar, entretener y sorprender de un modo que
revela la confianza en sí mismo y el talento de un cineasta. No creo
que la peli se mantenga demasiado bien una vez desaparecido el efecto
sorpresa, pero como título festivalero la veo muy reivindicable.
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