domingo, 30 de diciembre de 2007
"Oryx y Crake" de Margaret Atwood
Ya voy fatigándome un poco de reiterar mis diatribas contra el fandom del fantástico y la CF, de hurgar en una herida que no pasa de ser otro caso perdido entre tantos, pero, ya que termina el año, me entran ganas de ir cerrando el ciclo. No sirve de nada desplumar un pollo contra el viento, como no sea para llenarse la cara de plumas.
Pero aun así hay casos que me siguen superando. Por ejemplo, el affaire Margaret Atwood, que entre nosotros parece no haber tenido repercusión pero sin embargo aún colea en ámbitos anglosajones. Tanto es así, que, cuando en una convención de autores del género nadie sabe de qué hablar, sale algún honesto artesano de las letras y lanza unas cuantas andanadas contra la escritora canadiense. Y no hablo de don nadies, hablo de figuras consolidadas como Terry Pratchett. O el pope de la CF John Clute, que en una de sus columnas echó un poco de leña a la hoguera general.
¿El delito de Atwood? Escribir una novela sobre un futuro apocalíptico, “El cuento de la doncella”, ganar varios honores literarios por ella, y reincidir en una temática similar hace unos cuatro años con “Oryx y Crake”, todo ello desde fuera del mundillo, desconociendo la versión fandomita de los apretones de manos masónicos obligatoria en toda “auténtica” novela de CF, consiguiendo unos elogios en la prensa, una respetabilidad y una visibilidad con los que los escritores del género no podrían ni soñar, y negar muchas más veces que San Pedro a Cristo que su novela tenga algo que ver con ese infecto subgénero adolescente que a algunos les avergüenza nombrar.
A eso le llamo yo ponerle puertas al campo: a mí me da que temas como la manipulación genética y sus peligros, el derrumbe de la Humanidad tal como la conocemos y las posibles sociedades futuras que puedan surgir de las ruinas están ya en la mente de todos y no pertenecen en exclusiva a ninguna sociedad secreta de iniciados. Tampoco creo que sea imprescindible reproducir los “tics”, no siempre dignos de orgullo, de la CF genérica, y guiñar el ojo continuamente al lector para decirle: “Yo también he sido un incomprendido chaval que dedicó toda su adolescencia a Heinlein, Asimov o Jack Vance”. Sin ir más lejos, también las tres primeras novelas de John Crowley, entre ellas la magnífica “El verano del pequeño san John”, están escritas desde una ignorancia deliberada de la CF “de verdad”, y no veo en ello un defecto sino más bien una cualidad por su mayor frescura y alejamiento de los tópicos.
Lo de la repercusión es lo que duele. Los del fandom no pueden comprender que novelitas postapocalípticas de tres al cuarto hayan sido ignoradas por los reseñadores serios, y en cambio se haya hablado de “Oryx y Crake” en el New York Times y se haya propuesto la novela para galardones literarios importantes. ¿Por qué, se pregunta el aficionado, si son lo mismo? Ese es el problema: que para la mentalidad habitual de los lectores de CF, una novela equivale a su idea motriz, de tal manera que, si sobre un mismo concepto, digamos la inteligencia artificial o la colonización de Marte, escriben sendas novelas E.E. “Doc” Smith y Gabriel García Márquez, no sólo Smith y Márquez partirían en pie de igualdad, sino que podría considerarse mejor a Smith si tuvo la fortuna de publicar antes su libro. Ese es la vara de medir que muchos aplican al mérito en la CF: llegar antes que los demás a la oficina de patentes.
Si yo hubiera hecho bien mis deberes (es decir, si no tuviera trabajo y responsabilidades familiares y pudiera dedicar a esto horas y horas de mi tiempo) habría leído alguna novela post-apocalíptica “de pata negra” y a continuación la de Atwood, pero me conformé con cotejar las habilidades literarias de esta última con las de mi anterior lectura, también reseñada aquí, que fue “Cronopaisaje”. La idea era ¿realmente Atwood maneja de una forma tan horrible los temas del subgénero? Y además ¿es su novela más indefendible que la de Benford en el plano literario?
El comienzo, con Hombre de las Nieves, el último de los antiguos hombres, despertándose en una playa entre la nueva humanidad creada mediante ingeniería genética, e impartiéndoles una mitología espuria sobre su origen, no dejaba lugar a dudas: no sólo estábamos ante un estilo profesional, pulido y experto, hábil en sus ritmos y a menudo inspirado en sus imágenes, sino que se creaban unas expectativas no resueltas verdaderamente hasta casi el final del libro, como debe ser.
Ya podrá Clute, para dar coba al fandom que le da de comer, ironizar sobre lo inverosímil y lo poco inspirado de términos inventados como por ejemplo “loberros” o “cerdones”, las especies creadas por ingeniería genética que escapan de sus captores y ayudan, junto con un virus letal, a exterminar casi todo el género humano. Es una queja muy friki: señalar con el dedo un aspecto marginal y poco importante que “canta”, soslayando virtudes mucho mayores que parecen insignificantes al lado de tales fallos.
Por ejemplo, el amplio abanico temático del libro, donde caben una infinidad de motivos superpuestos organizados de tal manera que un libro de 443 páginas da una impresión de pasar ligeramente por encima de lo que cuenta; la importancia otorgada a las relaciones personales, la familia, el juego de la seducción, los celos, en definitiva, todo aquello que el abuelo Kingsley Amis declaraba “fuera de la esfera de influencia de la CF”, tal vez porque sus autores, y sobre todo sus lectores, también solían estarlo; el atrevimiento de los segmentos sobre tráfico de niños y pornografía infantil, caja de los truenos vedada en particular a la industria audiovisual, y que Atwood puede transitar aquí gracias a su fama de escritora “feminista”; la hábil construcción de la trama, ya mencionada, que dosifica a lo largo de todo el libro información que el autor medio del género habría expuesto toda en el primer tercio, dejando sólo sitio para el aburrimiento en el último.
Otras virtudes serán defectos para otros. Frente a la tecnofilia de casi toda la CF “de verdad”, “Oryx y Crake” adopta una postura anti-ciencia casi demagógica, culpando a la experimentación sin moral, aliada a las maquiavélicas estrategias de mercado capitalistas, del derrumbe global de la civilización, mientras la retórica y las humanidades sirven sólo para lavar el cerebro al consumidor con imágenes atrayentes y eslóganes pegadizos.
Tampoco sale muy bien parada Internet, vista como un sumidero de “snuff” en directo, pornografía infantil y satisfacción sin límites de los bajos instintos, donde el protagonista y su amigo Crake, futuro desencadenante del apocalipsis, pasan los ratos de ocio de su tierna infancia. Supongo que a los miembros del fandom, que pasan gran parte de su vida frente al ordenador, les sentará un poco mal verse señalados con el dedo y considerados parte de la corrupción espiritual de nuestra sociedad. Ni tanto ni tan calvo, pero Atwood hace sátira, quizá un tanto gruesa en ocasiones pero pertinente a la luz de mucho que aprendemos todos los días. La función de la sátira es exagerar, deformar la realidad, no representarla. Pero los puristas del subgénero son en el fondo adalides del realismo: para ellos lo que se dice es siempre lo que se quiere decir, sin lugar para la ironía o las manipulaciones retóricas.
Amén de que la CF, como le oí un día a Servando Carballar, debe ser optimista y creer en el progreso. Debe fastidiar que esta tipa canadiense haga CF, la respeten por ello, y encima propine un rapapolvo sermoneador al homo sapiens. Eso lo hacían los escritores de los 60 y 70, considerados por los verdaderos creyentes de hoy como una caterva de hippies amargados en pleno mal viaje de tripi. No, si todo nos va muy bien. Id al Tercer Mundo, que es mucho más grande que los otros dos juntos, y decidme si vamos tan bien. Fijaos bien en el Primero. A lo mejor no veis motivos para ser tan agoreros como Atwood, pero la verdad es que su libro es entretenido y está lleno de buenos momentos. Lo cual es más de lo que puede decirse de colecciones enteras de CF “hard” que empiezan por la letra N.
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2 comentarios:
Todavía no he leído la novela de Atwood, pero entiendo que aquí no haya despertado tanto revuelo entre el fandom porque leerla la han leído muy poquitos (me refiero de "dentro"), y cuando se publicó no hubo demasiada promoción en los medios de comunicación que diese pie a ello. Sin embargo sí que tenemos "nuestro" particular "Oryx y Crake" con "Nunca me abandones". Ahí sí que hubo polémica con Ishiguro porque en varias entrevistas dijo que (¡horror!) no era ciencia ficción y que (¡horror!) el género le aburría una barbaridad. Algunos salieron con la escopeta cargada en una reacción supongo que análoga a la del fandom anglosajón con Atwood.
Y por temática, también se le dieron unos palos guapos guapos a "La piel fría" de Albert Sánchez Piñol por aquello de que conceptualmente no ofrecía novedad alguna en su argumento, cuando es una novela más que notable.
Tienes toda la razón cuando dices que se mira demasiado a la idea y si aporta novedad, y poco al conjunto de la obra, su estructura, sus personajes... Así nos luce el pelo.
Por eso no soy fandom. Parece que nos gustan las mismas cosas, pero luego cotejas ambos ADN y no hay compatibilidad.
Yo de veras que a veces comprendo que algunos autores de buenas novelas de CF quieran distanciarse de compañeros de viaje un poco... incómodos.
Antes me picaba un poco el amor propio cuando decía que me gustaban la fantasía y la CF y mis interlocutores me imaginaban en el acto disfrazado de elfo o de Chewbacca, cantando himnos en klingon o colgando en mi blog fotos mías en las que manejo un sable láser.
Pero bueno, ya es parte de la vida y quererlo comabiar es imposible. No tengo nada que ocultar.
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